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Tribuna:

Paco Ibanez y el pobre

"A los mendigos se los debería eliminartotalmente. Molesta el darles y molesta el no darles" El jueves a las once y cuarto de la noche alguien le preguntó al mendigo: -¿Cómo se llama su madre? Tardó un segundo eterno en contestar: "Pepa". -¿Está en un hospital? -Sí. -¿Aquí en Madrid? -No, allí. El miope movió la cabeza hacia el hombro dere cho y allí se podía traducir por Málaga, por el barrio de al lado o por cualquier otro lugar donde no le hiciesen más preguntas. Pero su gesto recordaba ahora al ciego del Lazarillo de Tormes, cabreado cuando las cosas se le volvían en contra. -¿Pero qué enfermedad tiene su madre? -Que está mala, coño. Lazarillo de Tormes total. Probablemente haya demasiados mendigos en Madrid como él. Quizás mienten o quizás no, pero huelen a mentira, a trapo sucio, de los que no se lavan con dinero. -¿Y va a venir más días a este teatro? -No, porque he encontrado trabajo. -¿Para cuándo? -Para dentro de un día o dos. -¿Dónde? -En la construcción. El hecho de que su cartón no contase más que mentiras no cambia nada. No exime al público de Ibáñez ni le condena. En la calle 42 de Nueva York algunos pobres piden con un cartón donde se lee "calderilla para comprar cerveza". Y muchos se la dan. El yonqui que te ruega en un Seven Eleven algo para comer, chavalote, se meterá por la vena todo lo que le des. Y algunos se lo dan, no por aliviar sus conciencias, sino porque creen que el otro lo necesita, simplemente. Pero tampoco se trata de dar dinero a todo el que lo necesita en la calle. ¿O sí? La cuestión

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