Recuerde el alma dormida
Toda la noche se oyeron pasar poetas. Fue algo así como la rebelión de las musas, un aldabonazo lírico, ético y estético. El recital de Rafael Alberti y Paco Ibáñez debe ser calificado como magistral.La Real Academia define así la catarsis: "Depuración de los sentimientos por medio del arte". Este espectáculo es una catarsis necesaria. Valle Inclán decía que el teatro, el espectáculo, tiene que conmover o divertir. Alberti e Ibáñez conmovieron y divirtieron, inundaron de belleza y sosiego a un público interclasista e intergeneracional que acabó fascinado serenamente con los artistas y con la poesía, "necesaria como el pan de cada día". Ante el amodorramiento y la ramplonería espiritual imperantes, el viejo poeta y el viejo cantautor advierten: "Recuerde el alma dormida...".
A galopar
Rafael Alberti y Paco Ibáñez, con la poesía española de hoy, y de siempre. Aforo: abarrotado. Teatro Alcalá Palace, Madrid. 21, 22 y, 23 de mayo.
Y lo advierten con un espectáculo magnífico en el que la sobriedad y la intensa emoción se han hermanado, un espectáculo alejado de la grandilocuencia o la pretenciosidad, del aburrimiento, la oficialidad, la soflama o el contubernio.
A galopar es una propuesta diáfana, sencilla y honda que llega sin contemplaciones al corazón de las gentes.
Desde el punto de vista técnico se ha logrado con A galopar un prodigio estético, con ritmo, con emoción, sin fisuras ni titubeos. Se ha huido del academicismo y el engolamiento. Durante hora y media, el poeta y, el trovador han conseguido estructurar una antología sorprendente y vibrante de la poesía española de todos los tiempos, al alcance incluso del gran público.
Poeta integral
Rafael Alberti, poeta integral, conoce a la perfección los escenarios y recita con claridad y mesura, eliminando todo lo que signifique obviedades o afectación. En escena, es un perfecto portavoz de sí mismo y de los demás poetas. Demuestra que la poesía es un arma cargada no solamente de futuro, sino también de presente.Paco Ibáñez, ese entrañable aliado de la melancolía, no tiene ahora el mismo timbre de antaño, por supuesto. Pero ha ganado en hondura y contención. Al contrario de lo que algunos piensan, "no ha perdido la voz en la maleza". Es más, puede que haya aprendido a dosificarse, a sacar partido del susurro. Pocas veces había interpretado a Gabriel Celaya con tanta efectividad. Cuando cantó aquello de que "nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno", un escalofrío inenarrable se adueñó del teatro. Eso sí, la guitarra sonaba un poco lejana, rumorosa, tímida. Y de vez en cuando hacía caso omiso del micrófono.
A lo largo del espectáculo hubo momentos especialmente mágicos, como cuando Alberti homenajeó a Quevedo con el poema Se prohibe hacer aguas, un sublime canto a la micción callejera. O como cuando recitó, dedicado a Góngora: "Todas las noches del año, el hijo de la gran puta / con mi amante prostituta / viene y va del coro al caño". O cuando recordó a Celaya: "No están muertos los que estaban muertos". O cuando Paco Ibáñez musicalizó Tus ojos me recuerdan las noches de verano, de Antonio Machado. O la interpretación del poema de Goytisolo, Palabras para Julia, considerada por muchos como una de las más bellas canciones que jamás se hayan hecho.
Se esperaba con expectación el estreno musical de un poema de Alberti, Muelle del reloj, que Paco Ibáñez no cantó por razones desconocidas.
Terminado el espectáculo de Rafael Alberti y Paco Ibáñez, el público puesto en pie, suplicó con repetidos aplausos un bis. Ambos artistas decidieron repetir A galopar con el acompañamiento de todo el teatro. Aleluya. Los poetas están con nosotros. Y con tu espíritu. Amén.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.