El nacionalismo más pragmático sale ganando
Los resultados en Galicia y Euskadi de BNG, EH Bildu y PNV contrastan con los de los partidos del ‘procés’ en Cataluña
El nacionalismo, de celebración en el País Vasco y Galicia, vive en cambio tiempos de tribulación en Cataluña. El contraste es drástico y abarca resultados electorales, estabilidad/inestabilidad de los liderazgos, claridad/incertidumbre sobre las hojas de ruta y unidad/división del espacio político. Se aprecia un patrón, al que le pone palabras el sociólogo y consultor político Carlos M. Abella: “Cuanto menos nacionalistas se muestran los partidos nacionalistas, cuanto más acentúan lo social en detrimento de lo identitario, mejor les está yendo”.
Las tres comunidades de Galeusca, acrónimo de los tres territorios en los que el nacionalismo periférico tiene mayor tradición, han votado en 2024. Empezó Galicia en febrero, donde el BNG logró el mejor resultado de su historia, superando el 31% para alcanzar 25 diputados. Desde 2016, cuando En Marea —la formación promovida para las autonómicas de aquel año por Podemos, Esquerda Unida, Anova y las mareas que gobernaban A Coruña, Santiago y Ferrol— arrinconó al BNG en un 8,4%, el partido no ha parado de crecer. En 2020 ya fueron segundos. Y ahora se han consolidado como referencia de la oposición al PP, con casi el triple de asientos que el PSOE.
¿Cuál es la clave? El analista político Manuel Martínez Barreiro, que vivió la experiencia del bipartito PSdG-BNG (2005-2009) como jefe de gabinete del vicepresidente nacionalista Anxo Quintana, lo tiene claro: Ana Pontón. No solo por el liderazgo en sí, que tomó en 2016 y mantuvo tras el mal resultado de aquel año, sino por lo que implica de continuidad de un proyecto que ha “abierto” al BNG a capas sociales reticentes al nacionalismo. “Ha acudido a sectores empresariales castigados y a fuerzas innovadoras de la sociedad y la cultura, sobre todo jóvenes y urbanas”, resume.
Pontón ha evitado —continúa Martínez Barreiro— ratificar la “ultraortodoxia” que el PP atribuye al partido nacionalista y comunista Unión do Povo Galego, que nunca antes había colocado a nadie al frente del BNG. Lo ha hecho con un discurso que enfatiza lo social, el ecologismo y el feminismo y “con un imaginario de futuro en positivo”. “Ella es la que le dice a Alfonso Rueda ‘no busque culpables, busque soluciones’”, añade el también escritor, para quien Pontón ha sabido “usar lo que funcionó de las mareas”.
No ha habido renuncia al afán autodeterminista, pero tampoco ha sido el elemento protagonista. “Toda Galicia conoce el horizonte del BNG: un país soberano que decida su futuro. Insistir ahí es machacar con el martillo un clavo que ya está clavado hasta el fondo”, explica Martínez Barreiro. Pontón, añade, ha abordado la cuestión nacional mediante “la defensa de la cultura y la lengua gallegas” y con la reclamación de competencias. La postergación de la agenda independentista no ha provocado escisiones, ni tensiones internas graves. Al contrario, Pontón ha propiciado una reconciliación de familias nacionalistas con el acuerdo de enero entre el BNG y Anova, el partido del histórico Xosé Manuel Beiras y Martiño Noriega, que fue el alcalde de Santiago por la marea Compostela Aberta.
De Pontón a Otegi
En abril le tocó a Euskadi, donde los resultados permiten hablar de un bipartidismo imperfecto con dos partidos nacionalistas al frente. El PNV y EH Bildu suman 54 de los 75 escaños, 27 cada uno, un 72%. Es también el récord del soberanismo. Y de toda la historia de la izquierda abertzale. La siguiente fuerza (12 escaños), es el PSE, cuyo apoyo permitió auparse a la presidencia al peneuvista Imanol Pradales, que había ganado por menos de 30.000 votos.
“Les va bien a la vez al PNV, que mantiene el poder, y a Bildu, que va en ascenso y ya es alternativa”, señala Carlos M. Abella, director de la consultora política AV, que subraya que la actual izquierda abertzale “tiene ya poco que ver con Herri Batasuna”. “Sin renunciar al independentismo, ha optado por el discurso social. Y al igual que el BNG, ha tomado nota de lo que funcionó de Podemos”, explica. Martínez Barreiro coincide en comparar el “giro narrativo” del BNG y EH Bildu.
En cuanto al liderazgo, tanto el PNV como EH Bildu optaron por caras nuevas para las urnas —Pradales y Pello Otxandiano—, pero no como soluciones de urgencia ni en medio de la división, sino como resultado de elecciones cerebrales adoptadas por organizaciones cohesionadas, lideradas por Andoni Ortuzar y Arnaldo Otegi, respectivamente. “El contraste de la estabilidad de los proyectos y los liderazgos [en Galicia y Euskadi] con respecto a Cataluña es claro”, subraya Martínez Barreiro.
“Amor” y sonrisas
Eli Gallardo, experto en comunicación y estrategia política, afirma que el BNG y EH Bildu han puesto en práctica una versión mejorada de dos recursos que antes utilizó Podemos. El primero, el “si quieres, puedes” y el “mensaje positivo”. “Amor e confianza en Galiza”, pone Ana Pontón en la presentación de su cuenta de X. “Sonríe, ganaremos!”, anota —en euskera— Otegi. Parecen eslóganes de aquel Podemos de la sonrisa electoral y el corazoncito multicolor de hace ya casi una década.
En EH Bildu tampoco hay en absoluto una renuncia a la autodeterminación —sin cabida en la Constitución—, pero sí mucho cuidado de no convertirla en monotema. Otegi afirmó en campaña que su aspiración es un “Estado vasco”, pero que no llegará “de un día para otro”, sino tras “escenarios intermedios”. Se llama gradualismo. La propia decisión de no presentar como candidato a Otegi, exmiembro de ETA, evidencia un deseo de EH Bildu de alejarse de la imagen de partido obsesionado con la independencia y subrayar su progresivo —aunque no exento de pasos atrás— distanciamiento de la sombra del terrorismo. El ejemplo a seguir es el Sinn Féin, antiguo brazo político del IRA, que este año ha logrado por primera vez liderar el Gobierno de Irlanda del Norte. “Las prisas no llevan a ninguna parte”, afirma Eli Gallardo para sintetizar el proceder de EH Bildu. En cuanto al PNV, no ha respondido con brusquedades nacionalistas al amenazante crecimiento de su adversario: en septiembre los jeltzales abrirán “una ronda de partidos para acordar el marco del debate estatutario”. Nada de pujas al alza. El ejemplo catalán lo desaconseja. También los números: solo un 13% demanda la independencia, según una encuesta de marzo de 40dB.
El segundo ejemplo de Podemos seguido por el BNG y EH Bildu, prosigue Eli Gallardo, es el de adoptar el papel de “socio exigente” con el PSOE. Los nacionalistas han demostrado, señala, que ese rol resulta más rentable desde la periferia y sin acuerdos estables. “Ahora el apoyo de Bildu a un Gobierno del PSOE nos parece normal, porque es fruto de una decisión estratégica sostenida, pero hace solo unos años era inimaginable”, aporta Carlos M. Abella. Parte de la diferencia entre el antes y el después reside en la creciente normalización de la izquierda abertzale a raíz del abandono del terrorismo por parte de ETA en 2011. De pedir el voto nulo en 2009 tras la ilegalización de todas sus marcas, los abertzales han pasado en solo tres lustros a disputar de tú a tú al PNV el liderazgo político en Euskadi con la que es su marca desde 2012, Bildu, que significa “reunir”.
César Calderón, director de la consultora política Red Lines, remarca las diferencias entre las campañas “casi idénticas” del BNG y EH Bildu, por un lado, y de los independendistas catalanes, por otro. Los primeros “han escondido los aspectos identitarios para mostrar una cara más social” y ampliar así su electorado. Es el enfoque “opuesto” al de las fuerzas catalanas, “que en una carrera por mostrarse más independentistas que sus rivales solo han logrado reducir su espacio”. Añade Calderón: “Mientras BNG y Bildu han presentado campañas amables y casi festivas, el independentismo catalán en todos sus sabores se ha presentado con una voz de enfado, malencarada y tristona. Y ya sabemos que los tristes no ganan elecciones”.
El laberinto catalán
En Cataluña la situación pinta muy distinta a la de Galicia y Euskadi. El nacionalismo sigue siendo fuerte, más que en Galicia, pero pierde terreno y ve frustradas sus expectativas. Es la excepción en Galeusca. Ha perdido la mayoría en el Parlament por primera vez desde 1980. Salvador Illa (PSC) se ha convertido en el primer president no nacionalista desde José Montilla (2006-2010). Con el apoyo a la independencia a la baja —aunque aún en un 41%—, fracasado el procés, condenados e indultados sus líderes —con excepciones como Carles Puigdemont, huido y nunca juzgado—, los electores han lanzado ahora un mensaje de cambio de etapa. Los 74 escaños de ERC, Junts y la CUP en 2021 contrastan con los 59 de mayo. Al retroceso electoral se suma una creciente división. Si posconvergentes y republicanos ya rompieron su unidad electoral tras el referéndum ilegal de 2017, ahora se ha sumado al Parlament una cuarta fuerza independentista, Aliança Catalana.
Los dos principales partidos afrontan inciertos procesos de renovación. Junts ha anticipado su congreso a otoño. ERC celebrará el suyo en noviembre. Está por ver qué papel pretende desempeñar Puigdemont, que antes de las elecciones se comprometió a dejar la “política activa” si no salía president. ERC también debe elegir líder, lo cual implica —al igual que en Junts— decidir qué posición otorga a los protagonistas del procés, singularmente a Oriol Junqueras.
No solo hay que decidir líderes. También toca sentarse en el diván para decidir el rumbo y hasta la propia naturaleza de los proyectos. El problema es la fragmentación, que resta libertad de movimientos. Si la apuesta por el gradualismo de ERC es señalada como abandonista por Junts, el partido de Puigdemont sufre “presión” por la “emergencia de la alt-right catalana”, encarnada en Aliança, explica Jordi Pacheco, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona. “Los partidos —añade— tienen difícil cambiar de posición por la dura competencia electoral. Cualquier decisión básica de moderación o de radicalización en los dos ejes implica perder votantes. Las ofertas electorales está encajonadas”.
Pacheco recalca que el acuerdo de gobierno de ERC y Junts de 2021 ya evidenciaba que habían comprendido que tenían que ir más allá del procés: “Era un acuerdo con agenda verde, que incidía en la justicia social, la desigualdad, la vivienda... Pero es difícil [salir del tema independentista]. Primero, porque en la Generalitat no abundan los recursos para materializar estos propósitos. Y también porque el conflicto político no está apagado, sino mitigado, con lo que cualquier cambio de posición es difícil”.
Martínez Barreiro ve al independentismo catalán en un laberinto. “El procés ha supuesto una enorme inversión de energía. Ahora, tras la derrota de la vía épica, [a los partidos] les toca redefinir su proyecto en un espacio fragmentado, en el que muchas decisiones se toman para minar al otro, como el pacto de ERC con Illa para evitar la consolidación de Junts”, analiza. A su juicio, parte de la dirigencia independentista no ha entendido que el respaldo del que llegaron a disfrutar no provenía solo de una “adhesión identitaria”, sino “democrática”, por lo que los gestos de Gobierno del PSOE —como los indultos y la amnistía— han enfriado su apoyo. “Ahora el desafío [del independentismo] es generar una nueva conversación pública”, añade, para lo cual necesitará “tiempo, liderazgos sólidos, proyectos estables y agendas amplias”, añade Martínez Barreiro.
“Hasta ahora —coincide Carlos M. Abella— los intentos de ERC y Junts de ampliar su agenda han quedado opacados por el procés. Les ha faltado credibilidad”. No obstante, se muestra convencido de que su única opción es persistir: “No les queda otra que volver a ser lo que fueron. Y eso incluye que Junts acabe pactando con el PP, aunque ahí afrontarán el dilema del encaje de Vox, porque donde esté Junts no estará Vox y viceversa”.
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