
Rubén Darío
Acaricio mi blíster en el bolsillo de la chaqueta como quien acaricia un revólver mientras estudio a la mujer dañada, que ahora habla con nadie por teléfono sin dejar de vigilar la nada

Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Acaricio mi blíster en el bolsillo de la chaqueta como quien acaricia un revólver mientras estudio a la mujer dañada, que ahora habla con nadie por teléfono sin dejar de vigilar la nada


Jamás soñé con volar o con ser invisible. Soñaba con borrar las acelgas rehogadas y las judías verdes, con borrar las clases de geografía y los domingos por la tarde


A medida que hablaba con él, me fui dando cuenta de que mi malestar era suyo, aunque había logrado trasladármelo de algún modo diabólico


Mientras recitaba el padrenuestro y las avemarías, me imaginé a la Virgen, ya encinta, echando una mano a su pariente en las tareas domésticas


Aunque alejados en la distancia, permanecemos unidos por una película en blanco y negro de Orson Welles. Tu pantalla y la mía se encuentran extrañamente conectadas

Cuidada y calculada, pero también artística y contemporánea. Un viaje acelerado a través de siete décadas de retratos de Isabel II a cargo de grandes fotógrafos, como Cecil Beaton, Yousuf Karsh, Snowdon o Rankin. Y una pregunta de Juan José Millás: ¿dónde está su bolso?

El 30% de la población no duerme bien. No logra conciliar el sueño o se despierta antes de lo deseado. O ambas cosas. La Organización Mundial de la Salud ha declarado la falta de sueño como epidemia. Afecta más a las mujeres, a los ancianos y a las personas con enfermedades psiquiátricas. Nadie o casi nadie ha encontrado una respuesta eficaz. Y España está a la cabeza del consumo de somníferos.


Mi vecina vino a devolverme un tomate que le había prestado el martes. En realidad, no le había prestado ninguno, pero me pareció una indelicadeza rechazárselo


Me hallaba comiendo en dos restaurantes distintos, con dos personas diferentes, pero el mismo día y a la misma hora

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Es un error pensar que lo que no existe no existe. Te lo digo yo, el monstruo de debajo de la cama

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Primero les cerramos los ojos, para que no nos miren, y luego les tapamos el cuerpo, para no verlos.

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Mucha gente divide su tiempo entre Benidorm y su lugar de residencia habitual. Yo lo divido entre mi habitación y mis novelas

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Me encontraba, en efecto, en un hotel de los alrededores de un aeropuerto cuyos muebles me rechazaban con una hostilidad sólo comparable a aquella con la que yo abominaba de ellos

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Subí al taxi, me acomodé, miré al conductor a través del espejo, le dije: “Lo siento, no logro recordar adónde iba”. Poco después se detuvo ante un tanatorio. “Aquí es”, dijo

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El Gobierno debe de andar preguntándose estos días qué tornillo habrá desenroscado para que se le caigan las encuestas como a Tony Soprano se le cayó el pene

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Si donara algo cada vez que me lo solicitan, viviría arruinado, pues me tienen fichado todas las ONG. De modo que suelo cargar con la culpa de no hacer nada

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Llorar por un solo lado de la cara parece una singularidad pequeña, pero, si lo piensas, constituye una asimetría cruel

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Quiero llevarme bien con la realidad. Es algo que me debo. Pero cuanto más me acerco a ella más se aleja ella de mí

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Huía de la gente y vagaba durante horas por las calles y por los pasajes más oscuros y angostos de la ciudad, como la sombra de Caín había errado por el mundo tras matar a su hermano

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La puerta de los grandes almacenes tragaba y expulsaba gente sin cesar. Me asomé a la carne como si la viera por primera vez y su misterio me produjo un asombro sin límites

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