Dios salve a la reina
No sabría decir nada de este hombre del que se ha dicho todo, pero me gusta esta foto en la que sus pelos parecen, literalmente, la prolongación de sus neuronas. Boris Johnson no ganó las elecciones con un programa, sino con esos cilios o filamentos alargados que dan la impresión de no ponerse de acuerdo para remar en el mismo sentido y en los que se resumían las contradicciones del votante británico de la época. Cuando salía del 10 de Downing Street, bajaba siempre la cabeza para mostrar su cabello a los periodistas y de ese modo se ahorraba la rueda de prensa. Pocas personas son capaces de condensar su carácter en un solo rasgo de su cuerpo. De ahí el acierto del fotógrafo al tomar la parte por el todo.
A veces, cuando la gente se metía con él, yo me fijaba en ese conjunto de neuronas disfrazadas de pelo, y me parecía que estaban espantadas, que aullaban de dolor, porque las neuronas deben estar dentro de la caja craneal, no fuera, pero también hay embarazos ectópicos, qué le vamos a hacer. Y el espanto de las neuronas era lo que producía la hiperactividad alocada de su dueño, una hiperactividad que ha hecho mucho daño a su país, tal vez también a Europa y quizá al mundo. Pero cuando los ciudadanos votan a alguien que tiene el sistema nervioso central fuera de sitio es porque la gente se reconoce en esa excentricidad y debe cargar con las consecuencias, digo yo, no sé. En cualquier caso, lo que hace falta es que sea todo para bien y que Dios salve a la reina porque de este hombre no podemos esperar más mentiras ni más populismo ni más nada. Kaput.
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