Los primeros pasos
Primero les cerramos los ojos, para que no nos miren, y luego les tapamos el cuerpo, para no verlos.
Lo que vemos aquí es un juego de manos entre una mano viva (la del padre) y una muerta (la del hijo). Ambos estaban esperando el autobús en una parada de la ciudad ucrania de Járkov cuando, en vez del autobús, llegó un misil ruso que acabó con la vida del adolescente. El cadáver se cubrió enseguida, como puede apreciarse, porque tenemos esa costumbre. Primero les cerramos los ojos, para que no nos miren, y luego les tapamos el cuerpo, para no verlos. Entonces, una vez protegido de la curiosidad de los transeúntes, el padre sacó púdicamente una de las manos del hijo de debajo de la manta térmica y jugueteó con ella. Habló con ella, podríamos decir. No somos conscientes de lo que nos decimos con las manos porque tenemos privilegiado el habla como instrumento de comunicación, pero ahí están las bofetadas, las caricias, los abrazos, los puños, el entrelazado de los dedos, los rasguños de las uñas, mil cosas, en fin. Con las manos contamos el dinero y calculamos el peso de la fruta y levantamos a los bebés hasta el techo y hasta hemos inventado el piano y el violín y la guitarra, entre otros, para dar a las manos la oportunidad de mostrar las habilidades que tienen en potencia. Hay una conversación entre dos manos que permanecen enlazadas mientras sus dueños viajan físicamente en el autobús o en el metro o, mentalmente, en el cine.
Observen que la mano del difunto se aferra al dedo índice del progenitor en un gesto que se parece mucho al del bebé que da sus primeros pasos en la vida. Quizá el padre, en su fantasía, está ayudando al hijo a dar los primeros pasos en la muerte.
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