El extranjero auténtico
He aquí un modelo de calle. De callejuela, si ustedes lo prefieren, no sé, de pasillo, de intestino, de tubo digestivo. Esto es lo que a mí me gusta de las calles antiguas: su capacidad para digerirte, su habilidad también para llevarte de un sitio a otro de ti mismo haciéndote creer que vas de un sitio a otro de tu pueblo. La persona del fondo, que camina hacia el primer plano de la imagen, habrá realizado, al alcanzar su destino, un viaje más mental que físico, aunque quizá no se haya dado cuenta de ello. Nos gustan los cascos históricos de las viejas ciudades por eso mismo: porque perderse en sus retículos se parece mucho al extravío mental de los sueños, sobre todo de los que nos atacan cuando estamos despiertos. A veces, llegamos a una esquina que nos suena, quizá porque ya habíamos pasado por ella como pasamos por la misma idea varias veces al día. El extranjero auténtico es aquel que sucede en el interior de los paisajes cotidianos cuando logramos que se vuelvan extraños.
La calle de la foto nos resulta familiar porque hemos visto cientos o miles parecidas, pero al mismo tiempo está llena de misterio. Cada una de sus puertas y ventanas esconde algo que nos concierne y que es una incógnita, pues no sabemos mucho de nosotros. Piedra, barro y madera, he ahí lo que se necesita para levantar un mundo, del mismo modo que para construir un juguete basta un simple pedazo de madera como el que utilizan los niños del primer plano de la foto. Si se fijan, lo han convertido en un puente por el que está a punto de pasar un coche en cuyo interior van ellos, aunque los veamos fuera.
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