_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Despistes

Mi vecina vino a devolverme un tomate que le había prestado el martes. En realidad, no le había prestado ninguno, pero me pareció una indelicadeza rechazárselo

Dos vecinos se saludan en el rellano de la escalera.
Dos vecinos se saludan en el rellano de la escalera.Getty
Juan José Millás

Llamaron a la puerta. Era mi vecina, que se quedó viuda hace un mes, pobre. Sus tres hijos se encuentran en el extranjero y vive sola, como yo. Venía a devolverme un tomate que le había prestado el martes. En realidad, no le había prestado ningún tomate el martes, pero me pareció una indelicadeza rechazárselo y lo tomé con muestras de gratitud. Más tarde, a la hora de la cena, mientras preparaba el tomate para hacerme una ensalada, me dio por pensar que quizá era yo el que se había olvidado del préstamo y no ella la que se lo había inventado. De hecho, desde el fallecimiento de mi mujer, del que enseguida hará dos años, me falla la memoria de lo inmediato.

Al día siguiente, cogí un par de huevos del frigorífico y llamé a la puerta de mi vecina. Le dije: “Toma, los huevos que me prestaste el jueves”. “No haberte molestado”, dijo ella aceptándolos, “pero me vienen bien, tengo la nevera vacía”. La verdad es que no me había prestado ningún huevo el jueves ni ningún otro día, pero los recibió con tal naturalidad que dudé de mí. Tal vez sí me los había prestado y no lo recordaba.

Poco tiempo después apareció ella con una tacita de sal que aseguró deberme. La tomé y de paso le di los dos pimientos rojos que afirmé deberle yo. De este modo, cogimos la costumbre de devolvernos cosas que no nos habíamos prestado o que habíamos olvidado haberlo hecho. Siempre eran cosas sencillas: una cebolla, un puerro, unos alicates. Un día que vino a devolverme un ibuprofeno la invité a tomar un café y vimos juntos el telediario. Luego se levantó y procedió a despedirme como si fuera ella la que vivía en mi casa y yo en la suya, de la que me dio las llaves como si se me olvidaran. “Que te dejas las llaves, despistado”, dijo. Ahora vivo en la casa de al lado, que creo que no es mía, aunque tampoco me atrevería a asegurarlo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_