Una mosca negra
A Putin le vienen grandes las puertas, las mesas de negociación, los salones del Kremlin, le viene grande la invasión de Ucrania, tal vez le venga grande Rusia: muchos habitantes, muchas etnias, mucha literatura, mucha historia. Tuve de pequeño un abrigo heredado de mi hermano mayor que me venía grande. Conozco, pues, la incomodidad del vacío que se genera alrededor del cuerpo cuando nada de lo que te rodea se ajusta a tu tamaño, a tu tamaño físico, que acaba repercutiendo en el mental. Para evitar que los hombros se me cayeran, mi madre le puso unas hombreras que me hacían un cuerpo de persona mayor al que luego tuve que adaptar la cara. Poner cara de mayor con 9 o 10 años es difícil. Iba haciendo el ridículo con mi abrigo, mis hombreras y mi gesto de adulto maltratado por la vida. Pero no torturaba a nadie, excepto a mí mismo.
Putin, en cambio, mata, tortura y viola a diestro y siniestro. Aquí le están abriendo dos puertas gigantescas que parecen de oro, aunque lo más probable es que sean doradas, pues el oro es incompatible con su PIB. Le vienen tan grandes como a mí el abrigo de mi hermano, y se le nota. Reparen en que la cabeza apenas le llega al pomo. Ocurre lo mismo con los panteones de los reyes, que muestran, por contraste, la verdadera dimensión de sus cadáveres, la mayoría convertidos en polvo por el paso del tiempo. Putin, como todos, no tardará en ser polvo, pero su complejo de hombrecillo, entre tanto, puede hacer mucho daño al mundo. Si los guardianes cerraran las ciclópeas puertas a su paso, quedaría pegado como una mosca negra en uno de sus bordes.
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