Jueguen a encontrarla
Esos bebés son falsos pese a la apariencia de verdaderos. Son copias, duplicados, facsímiles, como ustedes prefieran. Pero la silicona de la que fueron hechos se parece tanto a la carne que dan el pego. Son, en cierto modo, bebés muertos porque interactúan poco con sus madres aparentes. Si los pinchan, no sangran; si les hacen cosquillas, no ríen; si los envenenan, no mueren, etcétera. Son niños y niñas antishakespearianos. Pero proporcionan mucha vida a las mujeres que los cuidan, que los miman, que les cantan nanas, les cambian los pañales y fingen darles de comer. Hace años se puso de moda entre algunos matrimonios jóvenes adoptar mascotas de peluche que los sábados, cuando salían a cenar, dejaban al cuidado de los abuelos. La moda duró poco pues la mayoría de los abuelos se negó a entrar en este juego porque les parecía algo siniestro. Algunos de los que aceptaban quedarse al cuidado del pelele dormían mal al imaginar que el juguete se despertaba de madrugada convertido en una especie de Chucky, el muñeco diabólico, que ustedes recordarán perfectamente de la película homónima. Lo venden en Amazon, por cierto, y está muy necesitado de cariño, por si alguien se anima.
La imaginación juega malas pasadas. Algunas de estas mujeres, que se reúnen en un hotel del centro de Madrid para jugar con sus bebés, los habrán oído llorar de noche, los habrán oído toser quizá, incluso llamarlas con desesperación, “mamá, mamá”, por miedo a la oscuridad. Lo que a mí me gusta imaginar es que entre las “madres” de la foto hay una de silicona que abraza a un bebé de carne. Jueguen a encontrarla.
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