Momentos difíciles
Esta imagen ilustraba hace poco en EL PAÍS la noticia de que ya somos 8.000 millones de seres humanos sobre el planeta Tierra. La idea era, sin duda, la de metaforizar el crecimiento alcanzado por una especie paradójica de la que, según lo mires, hay demasiados individuos o muy pocos. En el mercado de Dadar (Bombay), donde se obtuvo la foto, sobra gente (no habría manera de encontrar a Wally); en el de mi barrio, en cambio, han empezado a cerrar algunos puestos. Crecemos mucho por unos lados y nos quedamos cortos por otros. Si esos 8.000 millones se fundieran en una sola persona, saldría un monstruo con una parte del cuerpo más desarrollada que la otra. Tal persona tendría problemas de movilidad. Requeriría de numerosas prótesis para equilibrar las diferencias de tamaño y peso. Esto por lo que se refiere a los aspectos físicos; ignoramos las consecuencias de disponer de un cerebro enorme cuyas regiones sufrieran un desequilibrio semejante.
Entre nosotros, parece que la pirámide poblacional se ha invertido, lo que quiere decir que nace menos gente de la que muere. Acudimos, en fin, a más funerales que a bautizos. Ya casi no se acuerda uno de la última vez que llevó flores a la habitación de la maternidad de un hospital, pero es raro el trimestre que no encarga una corona de difuntos. Total, que la población mundial acaba de dar un estirón, pero un estirón al modo de los adolescentes, que una noche se meten en su dormitorio, del que salen unas horas después con las piernas desproporcionadamente largas. Momentos difíciles para el adolescente. Y para la humanidad.
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