_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sospecha

Vivíamos con la esperanza de que la existencia nos proporcionaría la oportunidad de perdonarnos mutuamente de lo que nos tuviéramos que perdonar

Un hombre en una sala de cine.
Un hombre en una sala de cine.Matteo Lavazza Seranto (Getty)
Juan José Millás

Mi hermano Diego me contó que cuando recogimos las cosas de mi padre, tras su fallecimiento, se quedó con los zapatos negros, de cordones, que llevaba en el momento de expirar. Aunque viejos, estaban muy cuidados y tenían algo de pieza de museo de antropología. Como eran del mismo número que calzaba él, un día se los puso y les dijo: “Llevadme al último sitio que visitó papá”. Los zapatos se pusieron en marcha con los pies de mi hermano dentro y lo condujeron hasta la puerta de mi casa. Dice que estuvieron detenidos allí unos minutos y que luego se dieron la vuelta y se dirigieron al cine en el que falleció de un infarto nuestro progenitor, mientras veía una película de indios y vaqueros. Pobre.

La historia me alteró. Imaginaba a mi padre delante de mi puerta, dudando si llamar o no llamar al timbre, para marcharse finalmente con gesto de derrota. Me pregunté si habría querido decirme algo o charlar un rato, simplemente. Estábamos muy distanciados, no por nada, sino por todo, que viene a ser lo mismo que por nada, pero vivíamos con la esperanza de que la existencia nos proporcionaría la oportunidad de perdonarnos mutuamente de lo que nos tuviéramos que perdonar. Solo era cuestión de darnos tiempo, de aguardar a que el azar nos reuniese en una atmósfera propicia a las efusiones sentimentales, de las que los dos habíamos huido siempre como de la peste.

Le pedí a mi hermano que me prestara los zapatos. Al principio dijo que cada uno se tenía que conformar con lo que había elegido. Le rogué tanto que al fin cedió con la condición de que se los devolviera al día siguiente. Ya en casa, traté de ponérmelos para pedirles que me llevaran al lugar al que más veces había ido mi padre en sus últimos días, pero no hubo forma porque tengo unos pies enormes. Ahora bien, mi sospecha es que apenas salió de la casa de Diego.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_