Maruja Torres nunca conoció un Beirut normal: el más cercano es el que abandonó al marcharse hace más de una década con la intención, imposible, de no volver
En la esquina donde, antes de la pandemia, fornidos jóvenes me embestían sin mirar y hablando por el móvil, tuve a bien esquivar a un par de ejemplares parecidos, pero con mascarilla
Ahora leo que, cual anciana que soy, voy a tener que pasear con los otros ancianos en un tramo específico del día. ¿Cómo? ¿Así? ¿Sin un besito, sin calentamiento, sin una caricia?
Llevada por el impulso sexual, busqué el bolso que desde hacía 45 días no frecuentaba. Ahí estaba: túrgido, ligero, adquirido en Donostia el último y tan lejano agosto
M., mi vecinita, estuvo discutiendo con su madre sobre qué ponerse. Eligió su vestido favorito, con falda de vuelo, y allí salió ella con su patinete y su casco
Mi vecino me contó que el miércoles, después de cantar todos cumpleaños feliz al DJ de la calle, que vive por encima, asomó la cabeza y vio a la señora de abajo alzando la faz, bañada en lágrimas
Aquellos delantales de uniforme de pobre, con sus bolsillos para todo, sus imperdibles en los tirantes, sus rodetes de hilo y aguja, sus aspirinas para la droga doméstica
Posiblemente lo que más me conmueva de ‘La línea invisible’, valiente y sutil serie sobre los orígenes de ETA, sea la peripecia del joven guardia civil José Antonio Pardines
Recuerdo otro encierro, mucho más leve, apenas una semana, durante la Navidad de 1989. Fue en Panamá, tras la invasión de USA que mató a muchos panameños y a Juantxu Rodríguez, fotógrafo que me acompañaba
Lo que más me sobrecogió no fue el libro en sí, sino que entre sus páginas escondía lo más cercano a la arena, la playa, el mar, la paz y la alegría que podía imaginar
Pienso ahora en alguna pareja a medio cocer que he conocido poco antes de la pandemia, cuando lo único que contaba era no darse del todo, no meter la pata