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VIEJA, AMORTIZADA Y EN CASA
Columna
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Historia de amores

Mi amigo ha abierto por fin las cartas y las ha ido leyendo en los días del confinamiento. Más de tres décadas después de que fueran escritas

Luis Grañena
Luis Grañena

Solo en este tiempo se ha atrevido mi amigo a empezar a leer las cartas que su madre escribió a finales de 1989, meses antes de su prematura muerte, al hombre que había de ser su último y mejor amor. Alguien que la acompañó cuando ya tenía el cáncer, y los dos sabían, todos sabíamos, que aquello iba a terminar mal. También sabíamos que eran dos seres excepcionales que se habían encontrado antes de que fuera demasiado tarde. La vida tiene estas cosas.

Así que mi amigo ha abierto por fin las cartas y las ha ido leyendo en los días del confinamiento. Más de tres décadas después de que fueran escritas para el amante. “Son diez, muy largas, muy vivas, es ella por completo. Estoy seguro de que él hizo una selección antes de dejármelas”, comenta mi amigo con picardía. Sin duda fueron apartadas aquellas misivas demasiado íntimas.

Ambos amantes, entre otros muchos compromisos, compartían las ideas progresistas y el periodismo. Gente entera, adulta y leal. Ella escribió sus cartas a máquina, en el papel del télex que escondía bajo la cama, exagerando su condición de enferma, cuando la visitaban los esbirros de la dictadura. Es un detalle que me ha conmovido especialmente. Un papel espeso, barato: el mundo de ayer. Su rostro final en el ataúd descubierto: preciosa, con todo el pelo, y una sonrisa sardónica. Como diciendo: “Ahí os quedáis”.

Echo de menos su curiosidad y su certero verbo, su pulso para el lenguaje. Estamos contentos, mi amigo y yo, de este amoroso regreso.

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