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Vieja, amortizada y en casa
Columna
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Perros perplejos

Desde el principio los he visto recibir asombrados las novedades. El silencio. El vacío

maru
Luis Grañena

El Aplauso fue tan contundente, con tanta gente, que no queríamos que terminara nunca. Como si nos mantuviera en pie. Quitad el como sí. Nos mantiene en pie. Parecido a aquella última hoja de árbol, en un cuento de O’Henry, cuya visión promete a la enferma que se pondrá bien. Un pariente (¿su hermana?) la pinta para fingir que permanece. Al otro lado de la ventana, la enferma sobrevive.

Seguía el Aplauso y un caballero mostraba dificultades para mantener la correa de su perro y aplaudir a la vez. Los asomadores tenemos la suerte de poder admirar a bastantes perritos. Desde el principio los he visto recibir asombrados las novedades. Eso de tenerse que privar de escudriñar el culo de tu contemporáneo. El silencio. El vacío. A cada rato giran la cabeza, como suelen, para cerciorarse de que el dueño trota tras ellos, pero además, ahora, con una especie de perplejidad en las orejas. Algún jovenzuelo, impaciente, avanza sin pensar que en estos días hay que conservar la calma, y entonces su humano, un poco cojo, le reconviene: “¡Que pares, te he dicho! ¡Te vas a enterar!”. Pero el perro sigue y mueve alegre la cola, señal de que el amo no es un maltratador. Los canes maltratados llevan siempre el rabo entre las piernas.

El caballero se detuvo en mitad de la calle, le dio instrucciones a su compañero, y se puso a aplaudir a gusto. El perro, sentado en pleno asfalto, por primera vez en su vida, sin coches, miraba alrededor, sin salir de su asombro.

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