Mujeres y bolsos
Llevada por el impulso sexual, busqué el bolso que desde hacía 45 días no frecuentaba. Ahí estaba: túrgido, ligero, adquirido en Donostia el último y tan lejano agosto
Nadie sabe cuán íntima resulta la relación entre una mujer y su, o sus bolsos. Yo, que soy monógama de día (mismo bolso hasta su muerte) y coqueta de noche (clutches a juego con los collares), sufrí el latigazo del vínculo hace dos noches, viendo la última de Tarantino. Precisamente, la escena en que, con desmaño, Leo di Caprio luce, en los setenta, uno de aquellos primeros bolsones para tíos, rígidos, grandes y con bolsillos para todo. Los hombres no sabían cómo llevarlos, por miedo a parecer poco viriles, pero nosotras nos los adueñamos. Empezábamos a estar hartas de tener que embutir nuestros enseres en un inútil bolsito muy femenino y muy cuqui.
Llevada por el impulso sexual, busqué el bolso que desde hacía 45 días no frecuentaba. Ahí estaba: túrgido, ligero, adquirido en Donostia el último y tan lejano agosto, en unas rebajas de Bimba & Lola en donde mi amiga lo descubrió. Salimos de la tienda como si el mismísimo Birkin de Hermès (o, ya puestas, Jane Birkin con Serge Gainsbourg y Charlotte) colgaran de mi hombro.
Así que metí mano en mi bolso, hurgué en su fondo con delectación, saqué antiácidos, ¡unas gafas de sol!, y hasta billetes de curso legal. Me dio tanto gusto que comprendí que lo había profanado de placer. Y lo lavé. Ahora cuelga en mi galería y espera tiempos mejores. Porque estos son de bolsas, bolsones y mochilas, como mucho una carterita cruzada con las tarjetas de crédito.
Un buen bolso, como un buen amor, necesita ser paseado en serio.
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