Los amores indecisos

Conforme me he ido haciendo mayor ha habido gente joven que me ha contado sus penas. No muchos, pero alguna vez. Te encuentras entonces, a tu edad, con la fuerza de los amores arrebatados, con las preguntas que en ocasiones también te hiciste. Debo o no, durará o no, merece o no que me la juegue. Todo eso que, con el tiempo, para ti significa ya tan poco y que es vital para cada cual en algún momento de su vida, como lo fue para mí.

Pienso ahora en alguna pareja a medio cocer que he conocido poco antes de la pandemia, cuando lo único que contaba era no darse del todo, no meter la pata, con lo bien que estaba yo, con la tranquilidad que tenía, y ahora, esto. Este amor imprudente, magnífica enfermedad, soberbio golpe del destino.

Pienso en ello, en ellos, lidiando con la interrupción pandémica, quizá la lejanía, las prioridades del deber imponiéndose sobre las del querer. No soy de aconsejar (tampoco fui de aceptar consejos), hay que errar por uno mismo para aprender, pero sí me gusta entregar un poco del don que he ido recibiendo a medida que vivía: relativizar. Sobre todo, con los dramones, les digo. Yo, que he sido una ópera queen para mis cosas.

Precisamente por eso. Relativizad, les insisto. Vivid el momento, que ya llegará la criba de los días, y el saber que fue hermoso mientras duró o que, por el contrario, caminaréis juntos mientras podáis. Esto que nos ocurre pone los amores repentinos a prueba.

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