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Vieja, amortizada y en casa
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lecciones de vida

'Bobby Deerfield’ es una bellísima historia sobre la tragedia de lo que termina y el amanecer de lo que se reforma

Luis Grañena
Luis Grañena

Ya puestos a imaginar. ¿Saldremos de esto más maduros, o más banales? ¿Querremos que nos cuenten fábulas, o sabremos mirar la realidad a la cara?

Pusieron la otra noche en TCM Bobby Deerfield, de Sidney Pollack, un drama que, en su día (1977) me gustó mucho, aunque ni la crítica ni el público estuvieron de acuerdo conmigo. Su falta de éxito, a pesar de la receta (Al Pacino en su mejor momento, guapísimo con mono de piloto de Fórmula 1; los Alpes; una Florencia sin turistas, pero con gente), es algo que todavía no comprendo. El propio Pollack tampoco se lo explicaba, la vez que le tuve a tiro cuando vino a Madrid a presentar Tootsie.

Ni siquiera figura en la lista de Las Mejores 50 Películas sobre el Cáncer, que me he apresurado a consultar. En tiempos como los actuales carezco de escrúpulos.

Pero es una bellísima historia sobre la tragedia de lo que termina, y el amanecer de lo que se reforma. Es posible que, en una década (los setenta) descorchada con el almíbar a raudales de Love Story, la peli de Pollack resultara poco glamurosa. Sin embargo, me parece más estimulante. Porque trata del proceso por el que un tarado emocional, un incapaz que no aprecia la vida, un imbécil para quien sólo la competición importa, alcanza a convertirse en mejor persona. Tocado por la fuerza del amor hacia la mujer que ilumina sus últimos días derrochando lo único que le queda: la vida que el otro desprecia.

Decidme, ¿cómo saldremos de esta lección magistral?

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