La nueva anormalidad

Nuestras vidas penetran en un mundo incierto, en formato distinto. Este contacto que mantengo con vosotros, también. Ahí van un par de tópicos: fue hermoso mientras duró y esto no es un adiós, sino un hasta luego.

Hablando en serio. He terminado con mi casi cincuentena de cositas diarias (como dijo Marilyn en Bus Stop, del muy recordable Joshua Logan: “Estoy tan seca que escupo algodón”) y, a partir de la semana que viene, ocuparé otro lugar en este periódico. Será cada sábado, más extensión y otra caricatura del querido Grañena: veréis que el confinamiento me ha marchitado poco, gracias a su magia y a que lleva tiempo sin verme.

Seguiremos con este diálogo que mantenemos, pues mi monólogo encuentra vuestra respuesta en las redes, en los balcones y en esos abrazos que no nos podemos (ni podremos) dar, en esas birras que no podremos compartir, en esa esperanza, ese deseo, y ese un poco nublado pesimismo que a veces nos asalta, sobre todo al ver cómo se comporta parte de la peña.

No sé qué nos sucederá, nadie lo sabe, pero aquí estaré mientras la salud corporal y mental acompañe. Porque todo lo demás es secundario, incluso el desplome económico necesita de buena forma física para que encontremos la forma de ayudarnos y ayudar. Os aseguro que no pienso volverme más loca de lo que estoy. De ahora en adelante, al escribir, no solo miraré a mi calle, aunque también. Habrá que poner algo de luces largas, ni yo misma sé cómo.

En esto, caminamos juntos.

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