Día de la madre
Tantas madres, tantas hijas e hijos, tantos regalos sin destinatario, tanto dolor. Y tanto imbécil
No tengo nada contra los poderosos de la red que se hacen con mis datos. Para lo que me queda en el convento, ellos sabrán. Pero podrían anotarlos bien. Me sorprendió recibir este e-mail: “María Dolores, ¿has pensado qué regalarle a tu madre?”. Me sobresalté, porque solo me llamaban María Dolores los médicos primerizos y justamente, la madre mía, que así me bautizó y que murió hace 30 años. Si viviera ahora, queridos vendedores online, sabríais que, a los 117, lo único que le haría ilusión sería la medalla de la Generalitat a la colonialista española más longeva.
Así pues, lo primero que sentí fue sarcasmo por la falta de precisión. Y entonces pensé en la ausencia de delicadeza, en los anuncios que estarán recibiendo hijos e hijas que han perdido a sus madres en fechas muy recientes, sin poder abrazarlas ni despedirlas. Como me sucede a menudo, a la ira le siguió una pena indecible (porque no la podemos verbalizar), inmaterial (porque no la podemos compartir con el abrazo físico) e impotente (porque no podemos liarnos a hostias con los responsables de los recortes que han hecho que el virus arrasara sobre todo en las residencias). Tantas madres, tantas hijas e hijos, tantos regalos sin destinatario, tanto dolor.
Y tanto imbécil.
¿Recordáis cuando nos decían que los publicistas siempre se nos adelantan? Va a resultar que es verdad, que la mayoría de ellos han cambiado los eslóganes para que nada cambie. Los hay que ni se detienen a calibrar las consecuencias de sus mensajes.
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