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Vieja, amortizada y en casa
Columna
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Arriba y abajo

C. es uno de los conserjes más completos que podáis imaginar. Cosmopolita, es actor, canta muy bien y le gustan los placeres que nos hacen sonreír

Luis Grañena
Luis Grañena

Cuando era joven, antes de la medianoche que inauguraba el Domingo entonces de Gloria, hacía cola para entrar en un bailoteo, y dejar atrás la semana nacional-católica. Hoy me conformaría con entrar en el ascensor. Su espejo, su barra de metal, contra la que suelo apoyar mi espalda con un frote satisfactorio. De subida, puedo hacer 15 repeticiones del ejercicio para el trapecio; de bajada, 12, porque va más deprisa.

Tenemos la suerte de que C. cuide de la finca. C. es uno de los conserjes más completos que podáis imaginar. Cosmopolita, es actor, canta muy bien y le gustan los placeres que nos hacen sonreír. Le tengo en clips publicitarios, con un esmoquin granate y una sonrisa tipo Tony Curtis en Aquellos chalados en sus locos cacharros.

Llama por el interfono para interesarse por mi salud (“Es C.”, se anuncia a sí mismo), o le escucho desinfectar el descansillo. A veces se le va la mano y aprieta el timbre al pasar el trapo: “¡No salgas! ¡Es C.!”, grita. Me he acostumbrado a estos no contactos. Además, en días laborables, nos vemos.

Viene también al final de la tarde a sacar los cubos de basura y prepararlos en la acera. Y siempre coincide con el Aplauso, el cual personalmente le dedico, además de al portero de enfrente, al coche de la policía, a las farmacéuticas y a todas las personas que nos estáis cuidando. Desde mi balcón aplaudo y él saluda, las manos enguantadas, a ese auditorio que hoy planea sobre su cabeza.

Es C.

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