Delitos y faltas
Soy un desastre para las máquinas de lavar, pero me encanta hacer cosas a mano, mal o bien
“¿Qué hago? ¿Tinte o sábanas?”, pregunto a mi mejor amiga, que me guía en asuntos delicados, dadas mis nulas cualidades domésticas.
Este encierro supone una cura de humildad. Voy descubriendo mis torpezas, aunque lo hago sin culpa. Tampoco me acompañan remordimientos en la solidaridad y la compasión. Siendo ahora sentimientos tan infinitos como me da el cuerpo, he de decir que, en ese aspecto, mi conciencia descansa tranquila. Jamás voté ni ovacioné ni siquiera permití con mi abstención que salieran ganando aquellos que perpetraron los recortes que matan a nuestra gente. Esos que ponen ahora el grito en el cielo, olvidando con qué codicia pasaron el cazo, rebañando en nuestras necesidades. Nunca me han tenido y nunca me tendrán ni al lado ni de perfil, ni siquiera como escarmiento para los otros. Al juego peligroso de la venganza electoral nunca he jugado yo, que conozco el paño. Eso se puede hacer en Finlandia.
Tras desahogo contra delitos, procedo al tema de las faltas. Soy un desastre para las máquinas de lavar, pero me encanta hacer cosas a mano, mal o bien. Hasta hoy me he ido arreglando, prenda a prenda. Las sábanas son otro cantar. He amazacotado dos juegos en el vientre de la lavadora, y me urge una tutoría acelerada.
“Lavadora”, decide mi amiga. “Ya verás, cuando aprendas no pararás de ponerlas”. “Y lo de teñirme, ¿cómo lo ves, considerando que soy incapaz de coordinar brazos y cabeza?”. “Yo que tú me iría preparando para un look a lo María Antonieta”, me suelta. Deberíamos habernos casado.
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