Lejía para todos
¿No puedo desear que alguien adulto, que no sea Aznar, le dé en los nudillos (metafóricamente) a Pablo Casado cada vez que abre la boca?
Ayer, mientras machacaba albahaca para un pesto y, simultáneamente, consultaba a Tito Google sobre cómo conservar las hojas sobrantes; ayer, decía. ¿Qué decía? Ah, sí. Ayer. Pensé que me faltaba algo. Y no era para el pesto. Tenía a mano ajo, nueces, pimienta, sal, aceite y un pico de pan. Todo.
Era una sensación más profunda e inquietante, relacionada con los líderes políticos, nacionales o mundiales. Siento una ausencia. En el caso de Trump queda claro que lo que necesito es que entren un par de loqueros con una camisa de fuerza y que, en plena rueda de prensa, lo reduzcan, lo aten y se lo lleven, a poder ser con su séquito y con sus votantes. No estaría mal, que su perfil para el monte Rushmore quedara para la posteridad con un gorro de papel y su morrito de culo de gallina haciéndole pedorretas al horizonte. En fin.
Pero, ¿acaso no puedo sentir también algo por los demás dirigentes? ¿No puedo desear que alguien adulto, que no sea Aznar, le dé en los nudillos (metafóricamente) a Pablo Casado cada vez que abre la boca? ¿O que un legionario de verdad mande al que no quiero nombrar a pasear a la cabra en cuanto se ponga a hacer el canario aflautado parlamentario?
Y en cuanto a nuestro presidente, qué menudo marronazo le ha caído al pobre, ¿no podría dejarse el pelo un poco largo, salir en mangas de camisa, meterse las manos en los bolsillos, mirarnos a los ojos y, simplemente, decirnos: “Qué duro es esto, joder”?
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