La derecha se libera de complejos y ya no quiere ser de centro
La casa común del centroderecha español ha saltado por los aires. El PP, aquel producto multiuso que reunía a todas las familias conservadoras y ganaba elecciones, se ha fragmentado en tres. Detrás de la ruptura, la crisis en Cataluña, la corrupción y el aborto. Algunos, como Aznar, confían en que volverán a unirse. Mientras, todas afilan las armas para una campaña electoral en erupción.
En 1996, el año en que el Partido Popular liderado por José María Aznar ganó a los socialistas un mínimo margen de votos por un mínimo margen de votos, la derecha quería ser de centro. No estaba de moda ser conservador. Menos aún purista. Porque los puristas no levantan mayorías. Ni pescan en los caladeros de la izquierda, como ellos conseguirían con una mayoría absoluta en 2000. Dos décadas después, la derecha que se presenta a las elecciones de 2019 quiere ser de derechas. “Sin complejos” ni sordina; con toda la parafernalia patriótica y el revisionismo histórico; armadas de sólidos valores morales y con un discurso cada vez más agresivo, de trazo grueso, poco dado a sutilezas y consensos. Muy de red social e impacto inmediato. Y reparto a domicilio. Que se ha contagiado a todo el arco conservador. “Yo no me considero de extrema derecha porque durante muchos años no ha habido derecha”, esgrime Iván Espinosa de los Monteros, número tres de Vox. “Aquí ha habido mucha cobardía. Nosotros somos la derecha sin apellidos. La que quiere evitar que 100.000 niños mueran cada año víctimas del aborto”.
Hoy, esa opción extrema (“derecha alternativa”, como la define a este periodista Rafael Bardají, uno de los teóricos de Vox) marca la agenda de toda la derecha por primera vez en 40 años. Muchos pensaban que los ultras habían desaparecido tras obtener su mejor resultado en 1979 (378.964 votos) y deslizarse hacia el olvido. No era cierto. Estaban latentes en el corazón del PP.
En esta campaña electoral no está bien visto ser moderado. Un término que remite a blando. Como, dicen en el partido de Mariano Rajoy, era el expresidente. “Y así perdimos Cataluña”, afirman en el entorno de Pablo Casado, dispuesto a eliminar las huellas de su exjefe, que fue vencido en una moción de censura contra Pedro Sánchez sin librar batalla. En el PP de Casado la consigna es: “entrar a todas, no rendirnos, no pedir perdón como hemos hecho frente a la izquierda, sino escuchar a nuestros votantes molestos con nuestra labor de gobierno”, explica Isabel Díaz Ayuso, candidata del PP a la presidencia de la Comunidad de Madrid y miembro del círculo de Pablo Casado. “El votante de derechas se ha sentido acomplejado frente al discurso progre. Tenemos que volver a estar en los grandes debates culturales. Con principios y valores. Y no tragar con la ley de la memoria histórica o con que el aborto sea un derecho”.
Un diagnóstico en el que coincide María San Gil, exlíder del ala dura del Partido Popular en el País Vasco (es la discípula predilecta del gran tótem católico y conservador español, el exministro Jaime Mayor Oreja), marginada por el marianismo desde 2008 y hoy una de las referencias de la nueva derecha. Aunque ha rechazado integrar las listas del partido por Madrid, San Gil continúa en la brecha como vicepresidenta de Villacisneros, una fundación de carácter conservador en la que comparte patronato con Ana Velasco, candidata de Vox por Madrid, hija de un militar asesinado por ETA y de la fundadora de la Asociación Víctimas del Terrorismo (AVT). Para María San Gil, “hay que tener claro en el PP que somos de derechas. No movernos de nuestra posición natural. No tenemos que ser de centro. No tenemos que disfrazarnos de lo que no somos. El PP no ha tenido determinación, firmeza ni carácter. Ahora toca”.
Ya no hay que camuflarse. Es preferible echarse al monte. Y contarlo. Como hace el íntimo amigo de ambas y, como ellas, resistente durante décadas contra el terror de ETA y su entorno en el País Vasco, el líder de Vox, Santiago Abascal, en sus memorias, tituladas (casualmente) No me rindo, cuando relata el día que se compró su primera pistola de 9 milímetros o se rompió la cara en un bar de Llodio (Álava) con un simpatizante de ETA: “No me quedó sino agarrarle de los pelos y acertarle un rodillazo en pleno rostro. Ya frente a frente, encadené contra él un puñetazo tras otro con toda la rabia de la que era capaz, que debía ser mucha pues el sonido de los golpes se sobreponía al de la música del local”.
Es la derecha que viene. Ya no es una. Ha diversificado su oferta. Algo evidente desde 2015, cuando el PP perdió en España más de tres millones de votos que fueron a Ciudadanos. Y después, con los 400.000 votos obtenidos por Vox en Andalucía en diciembre de 2018. Hay tres. El Partido Popular, la casa común, aquel producto multiuso diseñado para ganar electoralmente; la suma eficaz de familias e ideologías, desde el neofranquismo hasta la socialdemocracia, pasando por el neoliberalismo y el humanismo cristiano, dirigido con mano de hierro por Aznar y con una engrasada estructura territorial, que ocupaba todo el espacio a la derecha de la izquierda y se definía de “centro reformista”, se ha fragmentado en tres.
Es la ley de la oferta y la demanda. El resultado de un universo líquido. Volátil, incierto, complejo y ambiguo. “Y de la incapacidad de los políticos para dar respuesta a esa complejidad que desde los atentados de las Torres Gemelas nos provoca tanto miedo”, analiza José María Lassalle, secretario de Estado con Rajoy de la Sociedad de la Información Digital y hoy marginado de la galaxia popular por Casado. “Nuestro miedo ha creado esa derecha”. Y desde hace un lustro es Cataluña la que provoca ese miedo. Y el ascenso de los ultras.
Cada una de las derechas dispone de su estilo y formas de comunicarse con la sociedad. Sus maneras son distintas, pero tienen su origen en aquel PP virgen. Muestran una enorme porosidad entre sus militantes, votantes y propagandistas, y una disposición indisimulada a llegar a pactos entre ellos. Como se demostró en enero de este año en Andalucía. A romper el aislamiento que se le atribuía a la derecha en los años de Zapatero, cuando comenzaba a resquebrajarse el bipartidismo y el PP no podía gobernar con nadie. Y se sentía un nasty party. Hoy, el PP está listo para hacerlo con Ciudadanos y Vox. Ninguno de sus dirigentes lo niega.
Más allá, los optimistas confían en que algún día volverá a haber una sola derecha, bajo la ambigua etiqueta liberal-conservadora. Es el caso de Cayetana Álvarez de Toledo, candidata del PP por Barcelona, votante de Ciudadanos en las últimas generales y patrona de FAES, el laboratorio de ideas del presidente Aznar: “Yo he vuelto al PP para unir, para reagruparnos en el espacio de la razón frente al separatismo y el colectivismo. Creo en una fusión del Partido Popular y Ciudadanos. Sería un reencuentro natural. Me da igual el método, lo importante es el objetivo. Y a partir de ahí, de esa plataforma amplia y una gran base sociológica, plantar cara al nacionalismo. Estamos en un momento crítico en el que nos jugamos la continuidad del sistema constitucional. Y nos toca a los constitucionalistas encarar ese desafío”.
Sobre el papel, las tres derechas apuestan por lo mismo. Un inventario impreciso y de amplio espectro. La unidad de España, el rechazo a los nacionalistas, la libertad individual, la defensa de la Constitución (de única lectura y en la que el artículo 2, “la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación Española”, es una verdad absoluta) y la economía de mercado. Sus principales diferencias se sitúan en el plano de la moral y la religión, en usos y costumbres; en asuntos como el aborto, la muerte digna, la educación, las políticas de género y los derechos del colectivo LGTBI. Y, por supuesto, en el estilo retórico que despliegan. “Vox es nacionalista y el nacionalismo es reaccionario, venga de donde venga”, afirma Álvarez de Toledo.
Ciudadanos sería algo así como un PP laico, fotogénico, sin corrupción y que ha dado la cara en Cataluña. Nació socialdemócrata en 2006, como recuerda uno de sus inspiradores, el constitucionalista Francesc de Carreras, “para ocupar el espacio de la izquierda no nacionalista catalana, huérfana del PSC. De hecho, en Cataluña, Ciudadanos recogía un voto estrictamente socialista desencantado, sobre todo a partir del tripartito de Maragall con Esquerra e Iniciativa”. Sin embargo, cuando cruzó el Ebro, Ciudadanos se derechizó, abandonó la socialdemocracia y se cubrió de un etéreo manto “liberal progresista”. Y pescó en aguas del PP. “El problema ahora no es tanto la derechización de la derecha, sino su nacionalización. Por eso fue una tontería que fuéramos a la plaza de Colón”, concluye Carreras.
Y Vox, que nació en 2014 como una escisión del Partido Popular (cuatro de sus fundadores, Alejo Vidal-Quadras, José Luis González Quirós, Santiago Abascal y José Antonio Ortega Lara eran destacados militantes populares), representaría una versión caricaturesca del PP: la de las esencias inmutables. La acumulación de descontentos de distinto signo, adornada por un inagotable extremismo digital; con la presencia en su núcleo de grupos religiosos neocon, en abierta guerra cultural contra el progresismo (y todo lo que supone de feminismo, ecologismo y europeísmo), y con una dosis del pensamiento White Man Revolt en su interior que, a partir de una crisis de la identidad masculina, reivindicaría la familia más tradicional y el reparto de la sociedad dentro de los roles más tradicionales de género. Elementos propios de la “derecha alternativa” de Trump en Estados Unidos o Bolsonaro en Brasil.
Las derechas en el tablero de juego son cuatro, si se tiene en cuenta la fractura que vive el PP entre los seguidores de Pablo Casado, vencedor de las primarias en julio de 2018 con menos de un 60% de los votos, y la derrotada Soraya Sáenz de Santamaría, cuyos colaboradores han sido barridos (sin excepción) de las listas. “Porque el grupo parlamentario es la organización clave del poder de un partido y debe ser de absoluta fidelidad al jefe”, explica Celia Villalobos, descolgada de la oferta del PP después de 30 años en el Congreso. Casi todos los ministros, secretarios de Estado e ideólogos de Mariano Rajoy han desaparecido del mapa electoral. Y enfilado al sector privado. Empezando por Sáenz de Santamaría. Ninguno ha abierto el pico (al menos en público). Casi todos han hablado para este reportaje.
Defienden la labor de Rajoy y su carácter moderado, y su resistencia a los grupos de presión religiosos, mediáticos y, sobre todo, al poder financiero del Ibex y las empresas afincadas en Cataluña, “que han apoyado a Ciudadanos y a Vox dándoles un cheque en blanco”, dicen los marianistas, apuntando una posible conspiración. ¿Hizo todo bien Rajoy? ¿Acertó en Cataluña como opina su bando? En alguna ocasión se ha escuchado al exministro Alberto Ruiz-Gallardón hacer esta reflexión: “El país se gestionó bien, pero falló el ejercicio del liderazgo social; no se captó ni se calibró el sentimiento que provocaba entre los españoles lo que estaba pasando en Cataluña. Faltó salir a la calle. Comunicarse con la gente. Hacer un discurso como el del Rey. Y, ante esa falta de liderazgo social, se lo llevaron Ciudadanos y Vox”.
Un par de estos marianistas definen el ascenso de Casado en el PP como el triunfo del “agua bendita”. Y recuerdan que fue ayudante personal de Aznar durante dos años “y se hicieron centenares de miles de kilómetros juntos. No son amigos, pero el presidente tiene mucha ascendencia sobre él”. Otra interlocutora procedente de ese bando recuerda el fenómeno de la corrupción, que padeció Rajoy cuando era algo que venía de antes, "y estaba instalada como los agujeros en un gruyère en Valencia y Madrid. No olvide que los dos vicepresidentes de Esperanza Aguirre (Nacho González y Paco Granados) han pasado por la cárcel”.
Una tercera fuente apunta directamente a Aznar, “que nunca se dio por vencido frente a Rajoy, que le había decepcionado. Y cuando vio que no podía descabalgarle, le puso la proa. Realmente no le movió la silla. No podía hacerlo porque hubiese supuesto desdecirse de su decisión de nombrarle sucesor en 2004. Y además Aznar ya está pensando en su sitio en la historia de España. Pero los análisis de FAES contra Mariano eran demoledores. Tampoco Rajoy podía enfrentarse a él cara a cara porque debía su liderazgo al dedazo de Aznar. Rajoy le ignoró. Y Aznar aguardó. Con esa paciencia mesetaria. Ha sido una guerra sorda. La ruptura ha sido total”.
Es la ley de hierro de los partidos: el que pierde se va. Y calla. Y quizá regrese algún día cuando dé la vuelta la tortilla. Lo que no es improbable. Como se ha demostrado con el regreso del sector aznarista 10 años después a la cúspide del partido, a sus células ideológicas y las listas, por ejemplo de Madrid o Barcelona, de las elecciones europeas de la mano de Pablo Casado, del que Esperanza Aguirre profiere con desparpajo: “Es un producto mío, muy liberal, y me parece un crack. El mejor. Yo le dije que se quitara la gomina; ha dejado de ser Pablito y hoy es don Pablo”. En efecto, Aguirre, que no oculta su simpatía por Albert Rivera, Santiago Abascal (al que dio cobijo y un buen empleo en 2010 como director de la Agencia de Protección de Datos de la Comunidad de Madrid) “y por el boina verde” (Javier Ortega, el número dos de Vox), fue la infatigable mentora de Casado. En 2004, el presidente del PP se refería así a su madrina: “Soy de Esperanza. Empecé en política por ella. Soy aguirrista hasta la médula”.
José María Aznar, traje marengo a medida, elegantes zapatos de cordobán, Rolex y sombra de bigote sin bigote, relata en su despacho madrileño de FAES, a espaldas del Retiro, cómo a partir de 1990 logró reunir a las derechas dispersas tras el franquismo: “Lo primero fue ordenar el partido, con mucha disciplina y una estructura jerárquica clara (me cargué a siete vicepresidentes de Fraga). Mi idea era sumar e integrar gente liberal y conservadora, es decir, apostar por la adición y no la sustracción. Lo segundo, recuperar a los restos de UCD y atraer a las derechas regionales. Lo tercero, plantear al PP como una alternativa real de gobierno a los socialistas, con una oposición contundente. Y lo cuarto, ingresar en el Partido Popular Europeo para disponer de una homologación internacional. Yo tenía claro que no debía haber nada más que nosotros a la derecha del PSOE. Y a nuestra derecha no quedaba nada porque Fuerza Nueva había desaparecido. Desde esa posición podíamos incluso quitarle votos al PSOE. En 1993 éramos la alternativa y en 1996 ganamos”.
—¿Con qué ideología?
—El PP nació sin etiquetas, los ciudadanos no las querían. Era mejor no definirse. Éramos de centro reformista.
—¿Y eso qué quería decir?
—Que apostábamos por los valores de la Transición y por una España abierta.
—¿Por qué se ha partido la derecha en tres?
—Vivimos una tendencia general al fraccionamiento social, mediático y político. Y luego hay factores específicos de España, como el secesionismo y la crisis de gobernabilidad.
—¿Por qué surge Ciudadanos?
—Como falta de presencia, abandono y falta de vigor de España y su Gobierno en Cataluña desde 2004.
—¿Y el ascenso de Vox?
—Por la actitud del Gobierno del PP en torno al golpe de Estado en Cataluña del 1 de octubre. No se tomaron decisiones en el momento con la profundidad y la contundencia necesarias. Y en política antiterrorista contra ETA se hizo lo mismo que hacía Zapatero. Yo lo veía venir. Y no era cómodo decir en mi partido que otros estaban ocupando nuestro espacio. He pagado un precio muy alto. Se me acusaba de todo. Se prescindió de mí.
—¿Por qué no alzó bandera contra Rajoy?
—No me podía cargar lo que yo mismo había creado.
—¿Habrá una reconstrucción de la derecha?
—Hay que buscar puntos de entendimiento. Está claro que la izquierda es el secesionismo. Ahora lo importante es que ganemos las elecciones porque el PP ha recobrado su ADN y Vox se puede reabsorber.
—Y pactar como en Andalucía…
—Hay que sumar, no restar.
—¿Dónde va a estar usted?
—Yo estoy para lo que necesite España. Y ver cómo ayudar y ser útil.
El PP de 1993 era una maquinaria electoralmente eficaz, pero carecía de ideas y principios. Unos años antes, en 1989, Aznar y sus cachorros liberales (Carlos Aragonés, Miguel Ángel Cortés, Alfredo Timermans) habían creado la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), que tendría que armar ideológicamente al Titanic de la derecha. Y atraer intelectuales a sus orillas para librar la guerra cultural. ¿Cómo eran sus miembros? Según definió a este periodista su vicepresidente, el ya fallecido exministro de Asuntos Exteriores de UCD José Pedro Pérez Llorca, “de un liberalismo a ultranza en lo económico, trufado con una actitud muy conservadora en materia moral. Había bastante Opus”.
De ese think tank saldrían ministros y secretarios de Estado; presidentes de empresas públicas, intelectuales orgánicos y miembros del equipo de apoyo a Aznar. En él se elaborarían los programas electorales del partido (incluso en 2011 con Rajoy, cuando, según su director, Javier Zarzalejos, “el 70% del programa del PP salió de FAES, aunque luego hicieran lo contrario”). Por la fundación han pasado muchos de los que ahora son algo en las tres derechas españolas. Desde Pablo Casado y sus ideólogos de cámara, Javier Fernández-Lasquetty e Isabel Benjumea, hasta Esperanza Aguirre, Cayetana Álvarez de Toledo, Gabriel Elorriaga, Jaime Mayor o María San Gil, en el PP; sin olvidar a dos de los fundadores de Vox (Alejo Vidal-Quadras y José Luis González Quirós) y dos de su principales ideólogos (José María Marco y Rafael Bardají), y también destacados miembros de Ciudadanos, como Luis Garicano o Juan Carlos Girauta, que colaboraron con la fundación. Durante los Gobiernos de Rajoy, FAES fue el polo más crítico desde la derecha a sus políticas. Algo así como un PP verdadero. Cuando se le interroga a Aznar sobre por qué los inspiradores de Vox provenían de su fundación, se limita a sonreír: “FAES ha sido siempre una excelente cantera. Es una casa abierta. Por aquí ha pasado mucha gente. El PP tiene una nueva dirección y cambios que hacer, y nosotros nos limitamos a darle nuestra opinión. Esta es una casa privada”. Hay que recordar que Aznar, en uno de sus cabreos con Rajoy, rompió la histórica relación orgánica de la fundación con el PP (y el acceso a subvenciones públicas) en 2016.
De FAES surgirían otros ideólogos liberales y conservadores de esa derecha interconectada que se avecina, como Guillermo Gortázar, Pilar del Castillo, Alicia Delibes, Eugenio Nasarre y Regino García-Badell (mano derecha de Esperanza Aguirre), muy combativos dentro del PP en el terreno de los valores católicos. Y también un brillante laboratorio de ideas de intelectuales muy jóvenes situado a mitad de camino de Vox y el PP: la Red Floridablanca, que castigó duro a Rajoy desde su web a partir de 2015. Su directora, Isabel Benjumea, es hoy la principal fontanera de Pablo Casado.
La derecha se empezó a romper tras los atentados del 11 de marzo de 2004, que fulminarían las previsiones sucesorias diseñadas por Aznar en torno a un maleable y continuista Rajoy. El PP perdió las elecciones frente al PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero. Aznar no lo digirió. Se atrincheró en FAES. Y después puso tierra por medio. Y se dedicó a sus cosas.
Mayor Oreja (hoy apartado de la política y centrado en la “prepolítica”, en la lucha por los valores morales y contra el “relativismo social” desde su fundación Valores y Sociedad) sigue pensando, contra toda lógica y casi hasta la paranoia, que ese atentado (según él, “nunca aclarado”) fue la punta de lanza de un cambio de régimen en España; del inicio de una hoja de ruta pactada por ETA y Zapatero que continuó Rajoy al pie de la letra. ETA dejaba de matar a cambio de que Zapatero cambiara los valores morales de España. El primer paso era que los etarras no pagaran por sus crímenes y entraran en las instituciones. El segundo, la independencia de Cataluña. Y por el camino, el aborto de plazos, el matrimonio gay, la implantación de la asignatura de Educación para la Ciudadanía y la ley de memoria histórica.
En torno a esa teoría de la conspiración sobre la autoría de la matanza del 11-M que atribuían a ETA se iba a crear un núcleo ultra de opinadores en tres medios de comunicación: el diario El Mundo, la Cope e Intereconomía, a los que se sumarían más tarde Libertad Digital y 13TV, además de un buen número de páginas web conspiranoicas. Supondría el banderín de enganche y el punto de encuentro de gran parte de los ideólogos de la actual derecha nacionalista, blanca, antiabortista, revisionista y homófoba. El presidente de Intereconomía, Julio Ariza, presume de que “tanto Ciudadanos como Vox nacieron en esa casa. Les apoyamos en los momentos malos, sobre todo en 2014, cuando perdieron en las europeas y quisieron tirar la toalla. Todos se bregaron en Intereconomía. Aunque los de Ciudadanos se hayan olvidado. Y eso que Rivera venía aquí todas las semanas”. Muchos de sus contertulios y periodistas nutren las listas electorales y los centros ideológicos del PP, Ciudadanos y, básicamente, Vox, con nombres como Kiko Méndez-Monasterio, José María Marco, Fernando Paz o Juan E. Pflüger.
Con el PP noqueado entre 2004 y 2011, dos tipos de movimientos se arrogarían la oposición que, según ellos, no hacía Rajoy a Zapatero: las asociaciones de víctimas del terrorismo (en contra de la negociación con ETA) y los grupos católicos ultraconservadores, que iban a llenar las calles de Madrid, animados por el cardenal Antonio María Rouco Varela y decenas de obispos, a favor de la familia tradicional. Entre las principales asociaciones impulsoras, el Foro Español de la Familia, presidido por el popular Benigno Blanco, que fue secretario de Estado con el PP y hoy cercano a Vox, y comparte militancia antiabortista en la organización ultraconservadora RedMadre con Adolfo Suárez Illana, número dos de Casado en Madrid, y que representa el sector más empecinado en el PP con modificar la actual ley del aborto.
Por el contrario, el PP de Rajoy ni apoyó ni rechazó esas movilizaciones. “Es un problema para el PP meterse en temas de sexualidad. Es mejor ni tocarlos”, explica un ideólogo del partido, que continúa: “Nunca sabemos qué hacer con esos asuntos. El 25% de nuestros votantes están en contra del aborto y al 75% no le importa nada. El problema es que esos dos millones de electores que nos votaban con la nariz tapada ahora se pueden ir a otro lado: a Vox. Hay que tapar esa fuga”. Para un exmiembro del Gobierno de Rajoy, “los ciudadanos nos votaron para que les sacáramos de la crisis, no para que quitáramos el aborto y el matrimonio gay”.
En aquellas movilizaciones antizapateristas tendrían un gran protagonismo dos personajes hoy en el corazón de Vox: Francisco José Alcaraz, entonces líder de la AVT, e Ignacio Arsuaga, fundador de HazteOir, una plataforma integrista, homófoba y antiabortista con estrechas conexiones con Vox a través de Rocío Monasterio y Lourdes Méndez Monasterio (las dos cancerberas del partido en asuntos morales). Arsuaga explica que él fue “uno de esos militantes populares a los que decepcionó el PP. La derecha no ha dado la batalla cultural de fondo sobre las ideas, como se ha hecho en Estados Unidos. El PP se convirtió en un comparsa ideológico de la izquierda. No quitó la ley del aborto, como había prometido. Y, claro, la gente se cansa. Ahora es tarde para cambiarlo. Y además Casado tiene gente como Feijóo, Maroto o Alfonso Alonso que no comparten nuestras ideas. Pero bueno, ya hemos estado con Casado y Teo Egea (secretario general del PP) y estaban receptivos.
—¿Y Vox?
—Nos alegramos de que este partido plantee lo que nosotros decimos. No solo en el tema de la familia y el aborto, sino en la unidad de España, que es un bien moral, como dijo el cardenal Cañizares.
La ruptura del PP se profundizó en su congreso de Valencia, en 2008. Allí, el PP mató al padre, Aznar, y giró levemente al centro bajo la brújula del nuevo gurú electoral de Rajoy (antes lo fue de Aznar), Pedro Arriola. Según su estrategia, el PP debía dejar de ser el dóberman. Tocaba moderarse.
Javier Zarzalejos, director de FAES y candidato a las europeas por el PP, cree que Arriola se confundió en sus estimaciones demoscópicas: “El PP ya estaba en el centro. Pero diagnosticó mal esas elecciones que se perdieron en 2008. Y a partir de ahí se fue a la desideologización del partido, hacia la pura gestión, el sentido común, la ortodoxia jurídica, los congresos sin problemas. Hacia un PP que no provocara rechazos. Y posiblemente Rajoy desatendió a las familias políticas. Tuvo poco cuidado en la compactación ideológica del PP, un partido en el que convivían muchas corrientes. Hubo una dejación a mantener el equilibrio interno. Y cuando ese equilibrio se rompe hacia dentro, sale hacia fuera. La corrupción también deterioró la marca. Pero, sobre todo, es Cataluña la que hace que Ciudadanos y Vox capitalicen ese descontento y desafección hacia el PP y su gestión de la crisis”.
Relata José Luis González Quirós, uno de los fundadores de Vox, que cuando Santiago Abascal llamó a su puerta en 2013 para integrarse en su proyecto político, “lo hizo desembarcando con su propio partido, Denaes (Fundación para la Defensa de la Nación Española), debajo de la armadura”. Los patriarcas de Vox no le hicieron ascos. Les interesaba Abascal (aunque fuera un político “de tercera fila”) porque les aportaba la estructura territorial de su asociación, unos centenares de militantes muy jóvenes, miles de simpatizantes, unas finanzas aseadas como asociación (más tarde le llegaría a Vox el dinero de los iraníes y los constructores) y el intenso apoyo de Intereconomía y Libertad Digital.
Denaes era un grupo de exaltación patriótica creado en 2006, en el cosmos de los grupos de víctimas del terrorismo y de constitucionalistas en el País Vasco, y cercano a Basta Ya y el Foro de Ermua. Activistas que, como Javier Ortega Smith o Enrique Cabanas (hoy del núcleo duro de Vox), habían acudido como apoderados del PP en los pueblos más peligrosos del País Vasco durante las elecciones municipales. Y que fueron muy activos en sus protestas callejeras contra la excarcelación del etarra Bolinaga; la anulación por los tribunales europeos de la doctrina Parot, que suponía la liberación de muchos asesinos de ETA, y la legalización de Bildu. Los máximos referentes conservadores les prestaron todo su apoyo. Desde Esperanza Aguirre, cediéndoles el edificio de la Puerta del Sol para celebrar sus entregas de premios, hasta Aznar, Ortega Lara, Vidal-Quadras, Mayor Oreja, Ángeles Pedraza, Nicolás Redondo y hasta un exjefe de la Casa del Rey de Juan Carlos I, Sabino Fernández Campo, como patrono de honor. Pronto Denaes emprendió la costumbre de querellarse y personarse como acusación particular contra todo el que cruzara en su camino, sobre todo si era nacionalista vasco o catalán. Javier Ortega, en un principio asesor jurídico de Denaes, se enfundó la toga. Hoy se enfrenta a los encausados por el referéndum del 1 de octubre en el Supremo como miembro de la acusación popular. No ha tenido momentos de gloria jurídica, pero consigue horas de televisión.
El hombre de Abascal en Denaes era (y es) Ricardo Garrudo, un empresario cántabro, propietario de Wolder Electronics, una compañía que fabricaba móviles y tabletas en China y los importaba y vendía en España, hasta que quebró en 2017 y despidió a un centenar de sus empleados. Hoy es el cabeza de Vox en Santander. En la ciudad recuerdan que Garrudo siempre se jactó de ser franquista. Es uno de los hombres de completa confianza militar de Abascal junto a Ortega y Cabanas. “Darían su vida por él”, asegura Cristina Seguí, fundadora de Vox y hoy apartada del partido.
Los “amigos de la nación”, como se titulan los líderes de Denaes, tomaron en menos de un año el control de Vox y mandaron a la calle a los viejos regeneracionistas. Y convirtieron esa formación política, que era en su génesis una copia conservadora del PP, en algo diferente: en un gazpacho de militantes de los viejos y nuevos grupúsculos de extrema derecha mezclados con nacionalistas españoles, antiabortistas, neoconservadores, ultracatólicos, sindicalistas corruptos (Manos Limpias), creacionistas, teóricos de la conspiración, militares enfadados por la política de ascensos, aficionados a la caza y los toros, islamófobos y negacionistas del Holocausto, bajo el control castrense de Abascal, Ortega, Enrique Cabanas y Rocío Monasterio (que representa el ala ultrarreligiosa y antifeminista). Su cuestión ya no era tanto ganar elecciones, sino cambiar España. Es decir, rebobinar hasta el escenario anterior a Zapatero. Al 11 de marzo de 2004. A la mañana del atentado de Atocha. Que ha sido durante 15 años su día de la marmota.
Solo lo lograrán pactando con las otras derechas. Algo que nadie duda. “Vox solo puede pactar con el PP porque son cuña de la misma madera y, por tanto, tendrá que reducir sus exigencias más extremistas. Y Ciudadanos ha dicho que solo pactará con el PP. Y el PP no va a pactar con los nacionalistas catalanes ni vascos. El bipartidismo murió. Y solo queda marchar juntos”, concluye un exministro popular.
El PP ha cerrado una parte de su historia con la caída de Rajoy, el último de los padres fundadores que quedaban en activo. Tiene un nuevo líder, Pablo Casado (muy doctrinario en materia moral), y cuenta de nuevo en la recámara con la potencia ideológica de FAES. Mientras, Ciudadanos se debate en su identidad y aún no tiene claro sin son liberales como Macron o como Thatcher. Y Vox pesca en todos los caladeros, hasta en los de Podemos (como confirman sus líderes), con su discurso nacionalista agresivo. Todos salen a conseguir más votos que sus contrincantes. La duda es cuál prevalecerá sobre el resto. Y por tanto, qué modelo de derecha puede llegar a gobernar en España.
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