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María Valverde: “La etiqueta de lolita me la podrían haber ahorrado”

A los 16 años debutó en el cine y ganó un Goya. A los 18 la convirtieron en ‘sex symbol’ y a los 23 arrasaba en taquilla. Con 27 enfermó, se fue de España y cambió el rumbo. Ahora, con 38, la actriz se estrena como directora con el documental ‘El canto de las manos’.

“No estaba preparada para la persecución y la violencia verbal que sufrí”, reconoce María Valverde sobre su época de mayor fama en España. En esta fotografía, lleva vestido semitransparente negro con cuello halter y detalle voluminoso en el bajo de Nina Ricci, y bodi negro de Mango
Martín Bianchi

De pequeña, María Valverde solía fingir que sufría ataques de epilepsia. Se tiraba al suelo en su casa, en el barrio madrileño de Carabanchel, y simulaba tener convulsiones. Dice que lo hacía para llamar la atención de su madre, enfermera de profesión, y de su padre, técnico de calefacción, “manitas” y administrativo. “Cuando tus padres son trabajadores y te pones mala, tienes que ir al colegio igual o te mandan a casa de tus abuelos. Yo imitaba las crisis de los niños con los que trabajaba mi madre para que se fijara en mí”, recuerda Valverde (Madrid, 38 años) durante la charla con El País Semanal en una cafetería de Chueca. Inconscientemente, la María niña se estaba preparando para ser actriz y para algo más. “Aquellas actuaciones me ayudaron a entender el sufrimiento ajeno. Fueron la semilla de mi necesidad vital de luchar por la gente que lo necesita”, reflexiona con su voz dulce y pausada.

Esa “necesidad vital” de la que habla es la que la ha mantenido alejada de la interpretación durante unos años. En 2018, empezó a involucrarse en la fundación creada por su marido, el famoso director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel, para ofrecer oportunidades a los jóvenes a través del arte, la cultura y la música. Ese mismo año comenzó a desarrollar junto a Dudamel la idea de un montaje con actores sordos que pudiera reflejar el tormento interno que padeció Ludwig van Beethoven por perder el oído. El proyecto, que nació para celebrar los 250 años del nacimiento del compositor alemán, es la génesis de El canto de las manos, el debut de Valverde como directora.

“Este proyecto es algo más personal que laboral”, apunta la actriz, que acaba de presentar su documental fuera de concurso en el Festival de Málaga. “Me encanta actuar y ha sido mi vida durante los últimos 25 años, pero siempre he tenido la necesidad de ser algo más que actriz”, continúa. Su ópera prima, producida por Quinchoncho y Forty Entertainment, explora la sordera a través de la música, siguiendo a Jennifer González, Gabriel Linares y José Gabriel Abarca, tres músicos sordos de Venezuela que afrontan el reto de llevar a escena Fidelio, la única ópera que compuso Beethoven, por primera vez en lengua de signos y bajo la batuta de Dudamel.

La actriz y directora María Valverde, con camisa, collar y maxipendientes dorados con detalles de piedras, todo de Saint Laurent.

Nada es casual en este filme. Jennifer, Gabriel y José, los tres protagonistas de la cinta, son de Barquisimeto, ciudad natal del marido de Valverde, y forman parte del coro Manos Blancas, un programa de educación especial dentro de la Red Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela. La Red, más conocida como El Sistema, es la iniciativa pública de educación musical venezolana fundada en 1975 por el músico José Antonio Abreu, uno de los maestros de Dudamel.

El montaje de Fidelio escaló rápidamente con el apoyo de la Filarmónica de Los Ángeles y la Deaf West Theatre, una prestigiosa compañía californiana que tiene experiencia desde 1991 en musicales que involucran a personas sordas. Valverde empezó a grabar el proceso creativo, desde los preparativos de las audiciones hasta el estreno de la ópera en Caracas, en 2023, sin saber exactamente cuál iba a ser el fin del documental. “Soy especialista en empezar la casa por el tejado”, reconoce.

Fue componiendo un collage con las vidas de Jennifer, Gabriel y José, enseñando el aislamiento que experimentan dentro de sus propias familias y la discriminación social y la marginalidad por su condición auditiva. “Entonces me di cuenta de que el fin tenía que ser ayudar a estas personas a ser vistas”, señala. “Nunca nadie les había preguntado cómo estaban o qué sentían. Quería darles voz, dignificar sus vidas”.

Beethoven compuso Fidelio con 28 años, cuando ya se estaba quedando sordo. La música se convirtió en su refugio. Algo similar les ocurre a los protagonistas de El canto de las manos: la ópera es su salvación. Pero es difícil no ver los ecos políticos de Fidelio, la historia de un prisionero político rescatado por su mujer, y sus vinculaciones con Venezuela, donde, según los últimos datos de la ONG Foro Penal, hay 1.905 disidentes del régimen de Maduro tras las rejas. En 2017, Dudamel denunció los abusos del chavismo. Valverde no quiere ir por ahí. “Nunca quise meterme en ese tema. No me corresponde”, aclara. “Cada uno va a tener su lectura. Mi intención es transmitir la sensación que tenía Beethoven, preso de su propia sordera. Este documental es político porque defiende los derechos de la comunidad sorda. En España, por ejemplo, no pueden ir al cine a ver una película en castellano porque las proyecciones no llevan subtítulos. Les estamos negando algo tan básico como ir al cine. Mi trabajo va por ahí, no por la política de Venezuela”, añade, zanjando la cuestión.

“Cuando vives fuera, se olvidan de ti. Hay gente cercana, de la profesión, que a veces me pregunta: ‘¿Pero sigues actuando?’. Eso me duele”, dice Valverde. En esta fotografía, lleva vestido largo rojo con volantes, mangas abullonadas y cuello alto, y cinturón de lazonegro de Valentino.

Las lecturas del proyecto son múltiples y complejas. El trabajo de dirección que ha hecho Valverde también lo ha sido. Tuvo que rodar en dos ciudades, en dos países distintos, aprender la lengua de signos y contar con siete intérpretes durante el montaje. También tuvo que conseguir la financiación y dirigir a su marido, una superestrella de la música. “Ha sido un reto muy personal para los dos”, admite.

—¿Cómo es dirigir a un director?

—Muy difícil… No, es broma. Lo bonito es que hay mucha confianza con Gustavo y también con Alberto Arvelo, director de la ópera Fidelio y la persona gracias a la que conocí a mi marido.

—Los directores de orquesta tienen fama de genios locos, narcisistas…

—Gustavo es todo lo contrario. Él le da mucha prioridad a su familia. Mi necesidad es pasar tiempo con él y su necesidad es pasar tiempo conmigo.

Sus caminos se cruzaron por primera vez en 2012 durante el rodaje de Libertador, película de Arvelo sobre la vida de Simón Bolívar. Valverde interpretaba a María Teresa del Toro, esposa del prócer latinoamericano, y Dudamel hacía la banda sonora. “Durante el rodaje de Libertador en Barquisimeto me hice una fotografía delante de un mural con la bandera de Venezuela. En ese mural estaba la cara de Gustavo, al que yo todavía no conocía. Publiqué la foto en mis redes con una frase: ‘Ya te echo de menos’. Me refería a Venezuela, no a Gustavo. Cuatro años después, empezamos a salir”, recuerda.

En 2017 se casaron en Las Vegas. No tienen hijos en común (el director de orquesta sí tiene un hijo, Martín, fruto de un matrimonio anterior con una bailarina de ballet clásico), pero la actriz dice que El canto de las manos es su “bebé”. Siete años después de la boda, viven entre Madrid y Los Ángeles, donde Dudamel dirige con gran éxito la Filarmónica de Los Ángeles desde 2009 (acaba de presentar su última temporada). En 2021 fue nombrado director musical de la Ópera de París y en 2023 renunció argumentando que deseaba poder pasar más tiempo con su familia. “Ese fue un acto de amor grandioso. Para los dos es muy importante el tiempo que compartimos. No tiene que ser mucho tiempo, pero tiene que ser de calidad. Tanto él como yo tenemos que hacer esfuerzos para estar juntos”, explica la actriz.

—No hay muchos artistas que estén dispuestos a hacer ese sacrificio.

—Bueno, otros artistas tendrán otras necesidades vitales. Ahora mismo Gustavo y yo estamos en eso. Tenemos mucha fortuna de tenernos. Cada uno en su aspecto quiere ser un buen profesional, pero también quiere ser una buena pareja.

—Usted se crio en Carabanchel y él en Barquisimeto, pero parece que tienen mucho en común.

—Compartimos cómo vemos la vida, la familia y la profesión. A veces somos muy distintos. Y menos mal que es así. Hay una diferencia cultural, yo aprendo de él y él aprende de mí. Pero venimos de lugares muy parecidos y nuestros principios son parecidos: de amor a lo que hacemos y a la familia.

“Me encanta actuar y ha sido mi vida durante los últimos 25 años, pero siempre he tenido la necesidad de ser algo más que actriz”, explica Valverde. En esta fotografía, luce vestido marrón semitransparente de Fendi.

En 2026, Dudamel se estrenará al frente de la Filarmónica de Nueva York. No obstante, la pareja seguirá teniendo su “base” en Madrid. “Nunca nos vamos del todo de Madrid. He vivido mucho tiempo fuera, pero mi cordón umbilical siempre va a estar en Carabanchel. Estoy muy arraigada a mis padres, a mis tías, a toda mi familia”, dice Valverde. “Así que acompaño a Gustavo cuando puedo y él me acompaña a mí. Al final, esa es la vida del artista”.

La actriz tiene un pequeño taller en su casa de Carabanchel. Allí experimenta con la pintura, la escultura, la joyería… Tiene muchas inquietudes artísticas y está todo el rato formándose con profesores particulares. “Solo necesito más tiempo. Me falta tiempo”, se queja. “Es importante reconectar con el tiempo libre para poder decantar todo lo que has hecho y agarrar fuerza para lo siguiente. Si no uno entra en la ruleta y es imparable. Cuando te va bien, la ruleta puede ser imparable. Eso es lo que he aprendido”.

Ella entró muy joven en la rueda del éxito. Empezó a actuar a los 10 años y a los 15 el director Manuel Martín Cuenca la eligió para protagonizar su primera película, La flaqueza del bolchevique (2003), en la que daba vida a una adolescente que enamoraba a un hombre mayor, interpretado por Luis Tosar. El papel le valió el Goya a la mejor actriz revelación. “Ahí es cuando la ruleta se hizo imparable para mí”, señala.

Los medios le colgaron el sambenito de sex symbol, de lolita. “Entonces no quise darle mayor importancia. Ahora mismo, con la experiencia que tengo, creo que la etiqueta de lolita me la podrían haber ahorrado. Fue una carga que supe gestionar, pero fue una carga”.

—Era solo una niña…

—Era una niña, pero era otra época. Lamentablemente, era otra época. Siempre tuve la suerte de tener a mi familia cerca. Y siempre fui una niña muy responsable. Nunca me lo terminé de creer. Eso también me salvó.

A los 16 años dejó sus estudios y a los 17 se independizó. No se arrepiente de haberse ido de casa tan pronto, pero sí de no haber terminado el bachillerato. “Me pesa haber ido a otro ritmo, diferente al de mis amigos y la gente de mi edad”, reconoce. Pero también entiende que su vida ha sido esta y que la ha elegido. “Soy responsable de las cosas que decidí. Ahora me ahorraría ciertos dolores, por pura protección de esa niña que fui. Pero creo que si hubiera tenido que hacer las cosas a otro ritmo, a lo mejor no tendría esta carrera. No tengo ni idea qué habría sido de mí…”.

—Con 17 años, la prensa la cosificó. Hoy da vergüenza leer algunas entrevistas que le hicieron en esa época.

—Sí, y lo que vino después fue peor. Con el personaje de Melissa P. fue peor.

“Me pesa haber ido a otro ritmo, diferente al de mis amigos y la gente de mi edad”, dice la actriz, que debutó en el cine con 16 años. En esta fotografía, luce chaqueta 'bomber' negra, bodi a juego y medias de encaje, todo de Balenciaga.

Poco después de La flaqueza del bolchevique, rodó Melissa P. (2005), segunda película de Luca Guadagnino. El director italiano la vio en una foto y la buscó para que diera vida a Melissa, una joven de 16 años, dulce e inocente, que iniciaba su viaje de descubrimiento sexual. Guadagnino tuvo que esperar a que la actriz cumpliera la mayoría de edad para poder rodar las escenas de sexo. “Hoy eso sería impensable. Yo nunca trabajé con un coordinador de intimidad. Ni de joven ni de adulta. Cuando empecé no existía esa figura y ahora sé que lo habría necesitado”, apunta.

Su padre la acompañó durante todo el rodaje de Melissa P. También contó con el apoyo de las productoras mujeres del filme, pero admite que no fue suficiente. “El rodaje fue muy fuerte. Viví momentos muy delicados con algún actor. Me habría evitado ciertas situaciones”, explica. Hace unos años se reencontró con Guadagnino en un desfile de Loewe en París. Él no la reconoció. “Me tuve que presentar. He cambiado mucho. Pero se alegró mucho de verme”.

—Ahora Guadagnino es uno de los directores más deseados. ¿Cómo fue trabajar con él?

—Me respetó en todo momento. Pero la película habría sido muy distinta si la hubiera dirigido una mujer. Ahora soy consciente de eso. El punto de vista habría sido otro, pero no me arrepiento de haberla hecho.

La promoción de Melissa P. tampoco fue fácil. Con 18 años recién cumplidos, algunos periodistas —la mayoría de ellos eran hombres— le hacían preguntas subidas de tono. “Tuve que vivir entrevistas y momentos muy desagradables. Ahora mismo, tendría otras herramientas para poder enfrentarme a ese tipo de preguntas. Pero siempre supe poner límites. Creo que no me afectó tanto como me podría haber afectado. Me salvaron mis padres. Tener una relación familiar saludable con ellos me ayudó mucho. Estoy bastante orgullosa de mí y de cómo encaré todo eso”.

Después de Melissa P., la ruleta siguió girando. Protagonizó los éxitos de taquilla Tres metros sobre el cielo (2010) y Tengo ganas de ti (2012) junto a Mario Casas, que entonces era su pareja. “De repente hice el salto a ‘famoso’. Y coincidió con mi relación con Mario. A mí me sobrepasó un poco mentalmente”, recuerda. Valverde y Casas se convirtieron en la pareja estrella del celuloide español y en presas fáciles para los paparazis y la prensa del corazón. “No estaba preparada para la persecución y la violencia verbal que sufrí. Los fotógrafos me insultaban para ver cómo reaccionaba. Hubo momentos en los que pasé miedo y temí por mi vida. Fue una época muy dura para mí. Al final, un día enfermé”.

—¿Qué le pasó?

—Caí en una depresión.

—¿Y cómo salió?

—Yéndome de España.

En esta fotografía, la actriz lleva camisa rosa, pantalones grises con detalle de dibujo de cinturón y mocasines de charol negro, todo de Prada.

En 2014, tras cuatro años de relación y tres éxitos de taquilla juntos, Valverde y Casas pusieron fin a su relación. La actriz, en la cima de su carrera, cuando más famosa era, se mudó a Londres. Asegura que eso le salvó la vida. “Necesitaba sanarme, reencontrarme. Me lo debía. Tenía que vivir esa experiencia, hacer lo que no pude hacer de adolescente: ser anónima. Fue como empezar de cero, en proyectos en los que no era nadie”, recuerda. En esa época rodó películas como Exodus, de Ridley Scott, y Hermanos indomables, primer filme en Estados Unidos del director de Bollywood Vidhu Chopra. “Fue una manera de reencontrarme personal y profesionalmente. No ser nadie, poder caminar y llorar tranquila en la calle, eso me salvó”.

No se arrepiente de su paso por el cine más mainstream. Dice que Tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti le dieron cosas maravillosas en lo personal y lo profesional, que está agradecida y que volvería a hacerlas. Pero desde entonces elige con mucho cuidado las películas y papeles que le ofrecen. “Antes buscaba proyecto tras proyecto. Eso me generaba ansiedad. Ya no lo hago”.

En 2016, tras comenzar su relación con Dudamel, se mudó a Los Ángeles. Probó suerte en Hollywood, pero se dio cuenta de que no era para ella. “Hollywood puede ser un lugar muy salvaje. Te dan una audición y la tienes que preparar en un día. La máquina es muy fuerte. Estás preparado o no lo estás. Yo no he sabido estar en esa rueda. Tuve oportunidades, pero siempre supe que mi sitio era otro”, dice.

El rodaje de El canto de las manos y su vida personal la han mantenido alejada durante unos años de su trabajo como actriz. Incluso hay quien piensa que está retirada. “Cuando vives fuera, se olvidan de ti. Hay gente cercana, de la profesión, que a veces me pregunta: ‘¿Sigues actuando?‘. Eso me duele. No lo he dejado, pero tengo una vida a la que le estoy dedicando mucho tiempo”, explica.

El proyecto de Fidelio ha cambiado la vida a sus protagonistas. En 2024 el coro Manos Blancas estuvo de gira por Los Ángeles, Barcelona, París y Londres y participó en el videoclip Feels Like I’m Falling in Love, de Coldplay. “Chris Martin es amigo de Gustavo. Cuando vio a los chicos del coro en Fidelio, dijo: ‘Necesito tenerlos’. Fue algo que ellos mismos generaron con su trabajo. Eso es una puertita más al mundo para ellos. Mejor dicho, eso es una puerta gigante para dignificar su lengua”. La ópera de Beethoven y el documental también le han cambiado la vida a ella. Quiere volver a dirigir, pero anuncia que está lista para volver a la actuación. Ha terminado un proyecto como actriz con Alberto Arvelo y en los próximos meses empezará a rodar otra película en España.

—Entonces sí que vuelve.

—No, yo nunca me he ido.

La actriz lleva mono asimétrico 'oversize' con top azul marino y pantalón gris oscuro, todo de Loewe.

Créditos de equipo:

Fotografía: Nico Bustos 
Estilismo: Juan Cebrián 
Maquillaje y peluquería: Paula Soroa (TEN Agency) 
Manicura: Nubia Soacha 
Producción: Cristina Serrano 
Asistente digital: Lorenzo Profilo 
Asistentes de fotografía: Federica Falcone y Orlando Gutiérrez 
Asistentes de estilismo: Paula Alcalde y Carmen Cruz 

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Sobre la firma

Martín Bianchi
Martín Bianchi Tasso es coordinador de Estilo de Vida en El País Semanal y además colabora con la sección de Gente de EL PAÍS. Fue redactor jefe de la revista ¡Hola!, jefe de Sociedad en Vanity Fair y jefe de Gente y Estilo en Abc.
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