Claustrofobia intelectual
La fascinación que me produce esta fotografía no queda muy lejos del horror porque el horror es fascinante o porque la fascinación, en general, es horrorosa


Lo que usted, lector, tiene ante sus ojos es el interior de una librería china que intenta reproducir, creo yo, las complejidades de un cerebro en el que las neuronas aparecen sustituidas o representadas por esa ingente cantidad de volúmenes a través de los cuales las ideas dan vueltas obsesivamente golpeándose contra las paredes de la caja craneal. Significa que entra uno ahí y es como si se metiera en su propia cabeza, si las ideas, en nuestras cabezas, estuvieran clasificadas por géneros y por orden alfabético y hasta por nacionalidades. Ya me gustaría a mí —y a usted, supongo— tener una cabeza tan bien constituida. Aunque no sé, no sé, porque llevo varios días observando esta imagen y me parece que hay en ese orden circular (y borgiano) un grado de locura un poco espeluznante.
Me vienen a la memoria, al mencionar el orden alfabético, unos personajes de El turista accidental, la novela de Anne Tyler, cuya cocina está organizada como las palabras en el diccionario, de modo que la lejía y las lentejas quedan peligrosamente cerca. En fin, que la fascinación que me produce esta fotografía no queda muy lejos del horror porque el horror es fascinante o porque la fascinación, en general, es horrorosa. El caso es que me meto en la cama, cierro los ojos, y al reproducir en mi imaginación esta locura arquitectónica los tengo que abrir de inmediato porque me pierdo en los vericuetos mentales de sus estanterías y sus baldas y temo no encontrar la salida. Hay, por cierto, libros que me dan claustrofobia y los leo con gusto porque sé cómo huir de ellos. Pero cómo escapar de esta locura.
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