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Axel van Trotsenburg: “La cooperación no está para reemplazar a los Gobiernos, sino para complementar sus esfuerzos”

El director gerente sénior del Banco Mundial reconoce su incapacidad para “cambiar los debates internos sobre ayuda al desarrollo” tras el cierre de USAID, pero aboga por “demostrar lo mucho que se puede hacer” con los fondos

Axel van Trotsenburg
Ignacio Fariza

Una de las primeras decisiones de Donald Trump tras su regreso a la Casa Blanca fue el desmantelamiento de su agencia de desarrollo (USAID), una catástrofe para cientos de millones de personas en el Sur Global. A renglón seguido, otros grandes donantes europeos —entre ellos Alemania o el Reino Unido— han emprendido drásticos recortes sobre su presupuesto de ayuda, añadiendo aún más presión para los más necesitados. Todo eso quedó patente en la reciente cumbre de la ONU en Sevilla, en la que se constató una dura realidad: habrá que hacer lo mismo con menos. En ese contexto, el director gerente sénior de Políticas de Desarrollo y Alianzas del Banco Mundial, Axel van Trotsenburg, avisa de los riesgos de este repliegue sobre unos objetivos para 2030 que, a menos de un lustro vista, siguen más que lejanos. Se resiste, sin embargo, al pesimismo.

Pregunta. Con la ayuda al desarrollo en claro retroceso, sobre todo en esta segunda era Trump, ¿cómo abordar el gran reto de movilizar recursos para paliar esa merma?

Respuesta. Hemos de optimizar unos recursos que ahora son particularmente escasos. Y hay que explotar todas las ventajas de los bancos multilaterales de desarrollo: son una máquina de aprovechamiento de dinero. Con pocos recursos pueden, podemos, hacer mucho en términos de financiación. Por cada dólar de capital, somos capaces de comprometer 10 en la década siguiente. Incluso en nuestro fondo concesional, con el que llegamos a los 78 países más pobres, cada dólar tiene un multiplicador de cuatro. Pero el reto es hacer aún más.

P. Hay quien cree que el sector privado debe cubrir, al menos parcialmente, esa menor financiación procedente del sector público. Es una cuestión de lo más espinosa.

R. Hay que ver todo el contexto. Una de nuestras mayores preocupaciones es cómo estimular el crecimiento en los países en los que operamos, cómo podemos crear más puestos de trabajo. En la próxima década, 1.200 millones de jóvenes entrarán en un mercado laboral que, previsiblemente, solo creará 400 millones de empleos. La cooperación internacional y el sector público son fundamentales, pero no se puede afrontar este desafío sin el sector privado.

Hemos de optimizar unos recursos que ahora son particularmente escasos. Y hay que explotar todas las ventajas de los bancos multilaterales de desarrollo: son una máquina de aprovechamiento de dinero

P. La pregunta iba, más bien, por el hecho de que el sector privado esté teniendo que financiar ayuda al desarrollo ante la paulatina retirada de los mayores Estados donantes.

R. He vivido en nueve países y he visto prioridades muy diferentes. Hay que ser sensibles a esto y tener claro que el sector privado no debe sustituir a los Gobiernos. Hay sectores en los que el sector público siempre tiene que estar. A partir de ahí, cada país tiene sus circunstancias. La cooperación, en todo caso, no está para reemplazar a los Gobiernos, sino para complementar sus esfuerzos.

P. Estados Unidos ha laminado USAID. A otra escala, también el Reino Unido o Francia están reduciendo el dinero que dedican a ayuda al desarrollo.

R. Ha habido un viraje en las prioridades, sobre todo después de la pandemia, en un intento por reducir sus déficits [fiscales]. Y hay, claro, un elemento político, de Gobiernos o partidos que no están convencidos sobre este tipo de asistencia. Y hay, además, una competencia entre necesidades a las que destinar recursos: crisis de refugiados y gasto militar, por ejemplo.

P. ¿Cómo de preocupante es esta tendencia?

R. Necesitamos un apoyo internacional más amplio al desarrollo. No podemos determinar ni cambiar el debate interno en los países [donantes] sobre la ayuda al desarrollo, pero sí demostrar lo mucho que se puede hacer con ese dinero. Cuando la Asociación Internacional de Fomento [IDA, por sus siglas en inglés] empezó a dar créditos blandos a los países más pobres, en la década de los sesenta del siglo pasado, casi el 60% de la población mundial vivía en pobreza extrema. Hoy es menos del 10%. ¿Es suficiente? No, no lo es. Pero tampoco se puede negar el progreso logrado. Sobre todo, en algunas regiones: mira cómo estaba Asia entonces y cómo está hoy.

P. El ocaso del multilateralismo coincide, también, con la multiplicación de retos a escala mundial. Muy especialmente, el de la emergencia climática.

R. Lo vimos con la crisis de la covid-19 y lo vemos, también, con el clima: son desafíos públicos globales, que ningún país puede afrontar por sí solo. De ahí que sean tan necesarias la cooperación internacional y el multilateralismo. Son fundamentales a la hora de afrontar estos problemas tan complicados.

P. De un tiempo a esta parte, en cambio, parte del mundo parece ir en sentido contrario.

R. Creo que la imagen es un poco más matizada. En la crisis del coronavirus, por ejemplo, logramos levantar significativamente más recursos. También hay buenas noticias, aunque solo se haya logrado cumplir una pequeña fracción de los objetivos de desarrollo global [la llamada Agenda 2030].

P. ¿Por qué llevan tiempo poniendo el foco sobre el aumento de la deuda en economías subdesarrolladas o en vías de desarrollo?

R. La deuda no es más importante que la reducción de la pobreza o que el acceso al agua potable o a la electricidad. Pero es un asunto relevante en muchos países de bajos ingresos: la mitad de ellos tiene problemas de endeudamiento o está en claro riesgo de tenerlos. Muchos tienen que hacer una reestructuración, y lo deseable sería que el proceso fuese más rápido.

P. El perfil de los acreedores también ha variado.

R. Hace unos años, los países de la OCDE, representados en el Club de París, eran los acreedores mayoritarios. Esto ha cambiado por completo: hoy son las naciones del Golfo, China o incluso la India. Han entrado, también, muchos prestamistas privados. Y ha crecido mucho la deuda doméstica [en manos de sus propios nacionales]. Todo eso dificulta las negociaciones.

No podemos determinar ni cambiar el debate interno en los países [donantes] sobre la ayuda al desarrollo, pero sí demostrar lo mucho que se puede hacer con ese dinero

P. Habla, también, de falta de transparencia sobre la deuda: muchas veces, dice, el mundo solo tiene conocimiento de las deudas insostenibles cuando es demasiado tarde. ¿A qué se refiere?

R. Hablamos de la transparencia sobre la deuda en sí, sobre el uso de los recursos y sobre sus propios términos. Es algo que hay que mejorar: que, por el propio interés a largo plazo, no haya cláusulas ocultas. Hemos visto varios casos, sobre todo en África, de deuda infrarreportada. En uno de ellos, el mayor, por casi la tercera parte de [la ratio de deuda sobre] el PIB. La transparencia es en su propio interés.

P. ¿Cómo se pueden cerrar esos agujeros de transparencia?

R. La clave es que, cuando se toma una decisión, cuando se negocia un contrato, se desvelen públicamente sus términos al Parlamento y a la opinión pública. Que se puedan debatir.

P. El mundo ha entrado en una fase de bajo crecimiento económico. ¿Cómo afecta esto a los países de menor renta?

R. Ralentizando su agenda de desarrollo. Todos estos países, y muy particularmente los africanos, necesitan altas tasas de crecimiento para lidiar con el problema de la pobreza. De ahí que se vean desproporcionadamente afectados: si la economía crece menos, habrá menos oportunidades de trabajo y más personas sin buenas expectativas de futuro. Es preocupante.

P. El cambio demográfico que viene es enorme.

R. Las dinámicas demográficas son completamente distintas. Tras la II Guerra Mundial, el 22% de la población mundial vivía en Europa; en 2050 será solo el 6%. Exactamente lo contrario que África, cuya población se duplicará y pasará de suponer el 6% al 22% a mitad de siglo. La tercera parte de los jóvenes del mundo vivirán allí. Ese es, quizá, el mejor indicador de los enormes cambios en la composición de la población mundial que veremos en los próximos años.

P. Habrá escasez de puestos de trabajo en los países en desarrollo y escasez de mano de obra en las economías avanzadas.

R. Ese es el tipo de debate que hace que el multilateralismo sea tan importante.

P. La tendencia, en cambio, es de auge del nativismo de ultraderecha, completamente contrario a la inmigración.

R. Hay un debate abierto en muchos países sobre esta cuestión. Pero también veo, en algunos casos, una gran apertura a la inmigración legal.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.
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