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Pactos, conspiraciones y traiciones: los restaurantes favoritos de los políticos desde París hasta Bogotá

Viajamos por todo el mundo para conocer los míticos locales donde se han sellado pactos de gobierno y roto coaliciones en torno a una mesa

Emmanuel Macron
Emmanuel Macron, el actual presidente francés, en 2017, con sus seguidores, en el interior de La Rotonde, en París.Geoffroy Van Der Hasselt (Afp /

Hay restaurantes que forman parte de la historia política de un país mucho más que de su historia gastronómica. Son establecimientos a los que la clase dirigente acude por su discreción… o por todo lo contrario. Sobre los manteles de estos locales de París, Buenos Aires o Londres han comido y bebido desde grupos parapoliciales hasta políticos defenestrados o presidentes recién nombrados. Se han sellado pactos y se han roto coaliciones. Para algunos dirigentes, estos locales son una suerte de talismán o segunda oficina. En algunos incluso dicen que se come bien.

París: La Rotonde, símbolo del macronismo con un poso intelectual

Por Marc Bassets

Imagen de La Rotonde, en París, en 1939.
Imagen de La Rotonde, en París, en 1939.Heritage Images (Getty Images)

La brasserie La Rotonde es más que un restaurante donde, como en los de su género en París, se consumen sopas de cebollas y mariscos, lenguado meunière y steak tartare. Durante la presidencia de Emmanuel Macron se ha convertido en un símbolo de este presidente y de las turbulencias que han rodeado su mandato.

Podría decirse que, al menos oficiosamente, el mandato se inauguró allí mismo, tras cristaleras relucientes y el toldo rojo de este café y restaurante confortable sin ser ostentoso como Fouquet’s, el favorito de otro presidente, Nicolas Sarkozy.

Fue en La Rotonde, el 23 de abril de 2017, donde Macron celebró con sus colaboradores y amigos que se había clasificado para la segunda vuelta de las presidenciales. Y ha sido La Rotonde, desde entonces, un local que ha frecuentado, a título privado o con invitados como el canciller alemán, Olaf Scholz.

Por su identificación con Macron, ha sufrido en este tiempo varios incendios. Los chalecos amarillos y manifestantes contra la reforma de las pensiones creyeron que atacándolo atacaban al presidente. Su historia y simbolismo va mucho más allá de la política actual.

La brasserie, en la esquina de los bulevares Montparnasse y Raspail, la frecuentaron los escritores de la generación perdida, y la bohemia de Montparnasse. También los españoles exiliados en los años veinte. Había cada día, entre las 13.00 y las 15.30, una tertulia española en la que participaban, entre otros, Miguel de Unamuno. Se sentaban al fondo, junto a un ventanal que daba al bulevar Raspail.

Después de la Segunda Guerra Mundial fue un punto de encuentro de los existencialistas. En sus memorias, Simone de Beauvoir contó que ahí pilló su primera borrachera.

Buenos Aires: La Biela, pilotos, policías y escritores

Por Federico Bianchini

Sendas esculturas de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares ocupan la mesa 20 de La Biela, en Buenos Aires.
Sendas esculturas de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares ocupan la mesa 20 de La Biela, en Buenos Aires.Ricardo Ceppi (Getty Images)

En Buenos Aires, en la esquina de Juncal y Quintana, a 100 metros del cementerio de Recoleta y junto a un ombú que sería el árbol más viejo de la ciudad (se estima que fue plantado a fines del siglo XVIII), está ubicado el restaurante La Biela.

Se fundó en 1850, en una zona de cuchilleros, prostitutas y ladrones, con el nombre de La Veredita. Unos años más tarde, debido a su popularidad entre los miembros de la Asociación Civil de Pilotos Argentinos, cambió su nombre a Aerobar: por allí pasaron políticos de todas las tendencias. Cambió el barrio y cambió el local. Cerca de 1940, cuando en Argentina se puso de moda el automovilismo, obtuvo su nombre actual y se convirtió en un sitio de encuentro de los amantes de ese deporte. Uno de sus asiduos concurrentes era el pentacampeón de fórmula 1, Juan Manuel Fangio.

Durante la dictadura cívico-militar lo visitaban los integrantes de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), banda parapolicial de ultraderecha: allí almorzaba Ramón Camps, jefe de la Policía bonaerense. En 1975, la organización guerrillera Montoneros lo designó como “lugar objetivo en zonas oligárquicas” y cometió un atentado que generó un incendio pero no dejó víctimas.

Los escritores Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo vivían a la vuelta, en un apartamento sobre Posadas. Bioy solía almorzar en uno de los salones del restaurante y reservar la mesa 20 para tomar café con sus invitados, entre quienes se incluía Jorge Luis Borges. Hoy, en este bar de políticos, artistas, servicios de inteligencia y periodistas, esa mesa sigue sin poder usarse: la ocupan dos esculturas de los escritores, hechas por Fernando Pugliese.

Brasilia: El Piantella, memoria democrática

Por Naiara Galarraga Cortázar

Un almuerzo en apoyo al candidato Ulysses Guimarães en Piantella, Brasilia, en 1989.
Un almuerzo en apoyo al candidato Ulysses Guimarães en Piantella, Brasilia, en 1989.Gustavo Miranda (O Globo)

Cuando el Piantella abrió sus puertas, en 1979 en Brasilia, la ciudad estaba a punto de cumplir dos décadas como la capital futurista de un país que todavía era una dictadura. El restaurante quedaba cerca, en distancias brasilienses, de la zona donde se alzan las sedes de los tres poderes y los ministerios. Pronto se convirtió en lugar de encuentro de la oposición a los generales. Comían y cenaban a diario en este local de nombre italiano, camareros de toda la vida, carta refinada y música de piano en directo que abría hasta el amanecer.

Durante cuatro décadas el Piantella fue el gran lugar de encuentro de los políticos brasileños, el escenario donde buscar acuerdos (y contrapartidas). Sus salones y reservados reflejaron los altibajos de la clase política tras aquellos primeros años gloriosos en que políticos variopintos unieron fuerzas para reconstruir la democracia brasileña. Convivían en aquellas dos plantas con los periodistas que iban a pescar noticias.

En la carta, reinaban el filé a la moscovita, un solomillo con salsa de carne, crema de leche, flambeado con vodka y coronado con una cucharadita de caviar.

Allí se gestó a mediados de los ochenta la campaña de las Diretas Já para elegir democráticamente al presidente. Y el abanico de comensales se amplió luego para cocinar la Constitución de 1988.

Cuando Lula hizo historia en 2002 como el primer obrero en conquistar la presidencia y recibió el diploma correspondiente, comió allí con sus íntimos para celebrar el primer título de su vida. Porque Lula nunca terminó la escuela.

El Piantella cerró sus puertas el 31 de agosto de 2016, el día que el Senado destituyó a la primera presidenta de la historia de Brasil, Dilma Rousseff. Fue una estocada mortal, aunque no la clausura definitiva. Un nuevo dueño intentó resucitarlo pero la pandemia arrasó de nuevo con él.

Washington DC: Cafe Milano, la segunda cafetería de la Casa Blanca

Por Miguel Jiménez

Cafe Milano, en Washington DC, frecuentado por políticos, celebridades y periodistas.
Cafe Milano, en Washington DC, frecuentado por políticos, celebridades y periodistas.Al Drago (The New York Times / C

Cafe Milano abrió sus puertas el mismo día en que Bill Clinton fue elegido presidente, en noviembre de 1992. Este restaurante italiano de Georgetown se ha convertido desde entonces en destino predilecto de la élite de Washington, una ciudad que es como un parque temático de la política. Aunque decenas de restaurantes del Distrito de Columbia han tenido como cliente ocasional a algún presidente y se precian de ello, Cafe Milano es probablemente el más frecuentado por presidentes, miembros del Gobierno, congresistas, jefes de Estado y mandatarios extranjeros, estrellas de Hollywood de paso por la ciudad y figuras de los medios de comunicación. Además, en un país tan polarizado como EE UU, atrae por igual a demócratas y republicanos, a presentadores de la CNN y de la Fox.

La comida no es memorable y los precios no son baratos. Con sobrecargos, impuestos y propinas, las pastas y pizzas rondan los 40 dólares, los pescados superan los 50 y las carnes llegan a costar cerca de 80. La decoración es agradable, pero tampoco deslumbrante. Sin embargo, el italiano Franco Nuschese, propietario de Cafe Milano, ha sabido con su hospitalidad convertirlo en punto de encuentro.

Bill Clinton es un habitual. También han pasado Barack Obama y Joe Biden. No consta que Trump lo visitase, pero varios de los miembros de su Gabinete eran asiduos, como delataban los coches del servicio secreto en la puerta. Una noche coincidieron sus secretarios de Estado, del Tesoro y de Comercio en mesas separadas, lo que le valió a Cafe Milano el apelativo de “segunda cafetería de la Casa Blanca”. Allí estaba ese día también Clinton y un presentador estrella de la Fox, Bret Baier. La reina de Tailandia, que se trajo su propia cubertería de plata, lo cerró por dos días para una celebración privada. Brad Pitt y Angelina Jolie coincidieron el mismo día que cenaban allí Michael Douglas y Catherine Zeta-Jones.

Cafe Milano comenzó con mesas para 52 comensales. Ahora tiene 300 plazas en un horario extendido, de modo que, aunque los reservados están reservados con meses de adelanto, no es complicado conseguir una mesa en el comedor o la terraza y formar parte de su más que exclusiva clientela.

Bogotá: Pajares Salinas, el sabor de la conspiración

Por Juan Diego Quesada

En el Pajares Salinas, aparte de comer y cenar bien, se conspira deliciosamente, escribió alguna vez un columnista colombiano. En este restaurante de luces bajas y estilo ecléctico, situado en el norte de Bogotá, se reúnen los personajes más poderosos del país. En sus asientos mullidos se recuestan los empresarios más ricos y de paso departe la élite política, los verdaderos patricios de este mundo. Los presidentes de la República han desfilado por aquí de uno en uno, salvo Álvaro Uribe, que se resiste a intrigar entre sus mesas. La puerta del lugar está repleta de camionetas de alta gama donde esperan con paciencia los escoltas de sus señorías. En la recepción te reciben cuatro maitres encargados de las reservas -no es fácil encontrar lugar con poca antelación-, prestos a conducirte a un espacio diáfano dividido por unos mínimos separadores; todo queda a la vista, nadie puede esconderse.

En los pasillos abundan las hieleras en las que se enfrían vinos y champán. Las mesas, perfectas de equilibrio, están decoradas con pequeños jarrones con claveles. La carta es de origen español con un ligero toque francés. Una luz mortecina ilumina con holgazanería los rincones en penumbra, y ese es uno de los éxitos de este sitio donde escasea la cobertura del móvil: no se sabe si ahí fuera es de día o de noche. Los almuerzos se confunden con las cenas y acaban en el elegante bar de la segunda planta, donde esperan butacones clásicos que estaban de moda de hace cincuenta años y la biblioteca original del fundador, Saturnino Salinas Pajares, un español que llegó en los años cincuenta a Colombia con una maleta, un libro de recetas titulado La nueva cocina elegante española y la chaquetilla de cocinero. Los camareros, perfectamente uniformados, escuchan confesiones que después serán noticia en el telediario de la noche, pero la discreción manda y ellos ni ven ni oyen. En un día cualquiera, un comensal, a voz en grito -al Pajares Salinas también se viene a que te vean-, cierra por teléfono un trato de 100.000 dólares, una cantidad insignificante si los que andan por aquí son el banquero Gabriel Gilinsky o el archimillonario Luis Carlos Sarmiento Angulo.

El señor presidente, Gustavo Petro, vino en campaña en un par de ocasiones, pero la más asidua ha sido la primera dama, Verónica Alcocer, acompañada por su camarilla de asesores españoles. Se sabe que aquí dentro se bebe con alegría, aunque siempre dentro de los límites del buen gusto. Si no fuese el caso, en la puerta esperan tres choferes que conducen el coche del impedido hasta su santa casa, le ponen el pijama y le dan un beso de buenas noches.

San Petersburgo: Stáraya Tamozhnia, el restaurante del jefe de Wagner

Por Javier G. Cuesta

El restaurante La Vieja Casa de Aduanas (stáraya tamozhnia, en ruso) fue el origen del imperio del dueño del Grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin, fallecido en agosto en una catástrofe aérea sin esclarecer cuando se cumplían dos meses de su fallida rebelión. El establecimiento, fundado en 1996 en el corazón de San Petersburgo, en la isla Vasilievski, en la orilla opuesta al Palacio de Invierno, fue el lugar donde Prigozhin comenzó a tejer sus redes entre la élite política rusa. Entre ellos, el peterburgués Vladímir Putin, entonces mano derecha del alcalde de la ciudad.

El restaurante se encuentra en una antigua sede de aduanas del siglo XVIII, motivo que inspira su decoración, incluidos algunos maniquíes de funcionarios del zar, aunque tras estilo peculiar se encuentra uno de los restaurantes más refinados de la ‘capital cultural’ de Rusia. Su menú se centra en la gastronomía rusa y algunas de las derivaciones europeas de sus platos. Entre sus especialidades ofrece sopa de repollo con chucrut y ternera, ternera guisada con puré de patatas y “delicadas tortitas con salmón y caviar rojo”.

Los precios de su carta son elevados si se compara con otros restaurantes de la ciudad, pero asumibles teniendo en cuenta su fama, su ubicación central y que por sus mesas ha desfilado la élite que controla férreamente las riendas de Rusia. Un plato principal ronda entre los 900 y 1.000 rublos, unos diez euros al cambio, y cualquiera de sus exquisitas sopas eslavas vale la mitad. En cuanto a la carta de vinos, su horquilla es tan amplia como en cualquier otro establecimiento ruso debido a las sanciones. Su oferta española, Un crianza Castillo de Albay (La Rioja) de 2017 cuesta 500 rublos, unos cinco euros.

El local que dio la fama al jefe de los mercenarios rusos cuenta con cuatro salones, uno de ellos para clientes VIP y otro para desgustación de vinos. Asimismo, el restaurante permite reservar sus salas para organizar bodas y otros actos privados.

Londres: The Cinnamon Club, la salsa de Westminster

Por Rafa de Miguel

Frontal de The Cinnamon Club, en Londres
Frontal de The Cinnamon Club, en LondresWilliam Barton (Alamy / Cordon P

Durante décadas, el colmo de la sofisticación para los paladares británicos era un buen curri. De ese modo genérico se llamaba a cualquier plato de origen o inspiración india, con abundante salsa especiada y picante. Hasta convertirse en un plato tan nacional como el fish and chips o el pudding Yorkshire. Y los diputados de Westminster no eran ajenos a este exotismo. Las reglas del juego cambiaron en 2001, cuando el afamado chef Vivek Singh abrió The Cinnamon Club (El Club de la Canela).

Apenas cinco minutos andando separan el Parlamento británico de la vieja Westminster Library, en Great Smith Street. Un maravilloso edificio de ladrillos rojos y arquitectura victoriana que acoge el restaurante más frecuentado por los diputados de la Cámara de los Comunes y los ministros del Gobierno de su majestad. A cualquier hora del día puede verse en sus mesas, rodeadas por una maravillosa librería en paneles de madera noble, con una vasta colección de libros exquisitamente ordenados, a políticos con políticos, políticos con periodistas o ministros con diputados, en un ambiente que mezcla la sensación de trabajo, confraternización y, evidentemente, tramas y conspiraciones.

Como la idea misma del curri, Vivek Singh tuvo el acierto de mezclar las esencias más tradicionales de la cocina india con las recetas occidentales más reconocidas por su clientela, además de aportar al local un aire de elegancia funcional tan del gusto de aquellos políticos que flotan en una nube al haber alcanzado Londres, y Westminster, el centro del poder en el Reino Unido.

The Cinnamon Club fue el lugar elegido por Rishi Sunak, el primer jefe de Gobierno en la historia del Reino Unido de origen indio e hindú practicante, para dar las gracias, en septiembre del año pasado, a más de 70 voluntarios que ayudaron en su apuesta por hacerse con el liderazgo tory. Entonces perdió frente a Liz Truss. Dos meses después, los diputados elegían a Sunak como nuevo primer ministro para salvar al partido de la debacle.

Barcelona: Ca l’Isidre, política por la puerta lateral

Por Mar Rocabert

Reservado del Restaurante Ca l'Isidre de Barcelona.
Reservado del Restaurante Ca l'Isidre de Barcelona.Albert Garcia

Si las paredes del reservado de Ca l’Isidre hablaran, sus secretos darían para una larga serie política, donde acuerdos, diálogos, disputas y enfrentamientos se resuelven alrededor de una buena mesa. Con mucha discreción, este restaurante de cocina catalana contemporánea, situada al lado del Paral·lel, ha dado de comer a la clase política catalana a lo largo de su historia, que ya pasa el medio siglo. Sus fundadores fueron Isidre Gironès y su esposa, Montserrat Salvó, pero ahora es su hija Núria Gironès quién comanda este elegante comedor, una extraña reserva donde los manteles blancos lucen perfectamente planchados y las flores frescas nunca faltan en el centro.

Además de un comedor estiloso, que no sigue ninguna tendencia, sino que rezuma personalidad propia en cada detalle, Ca l’Isidre esconde una sala privada con capacidad para 14 personas, que además pueden acceder a ella por una puerta lateral, sin ser vistos por los clientes del restaurante. Políticos de todos los colores han usado esta entrada clandestina para reunirse con sus cómplices o rivales en un espacio neutral, evitando husmeadores. Cada semana ocupado varias veces por dos, tres o cuatro políticos al mismo tiempo, también ha sido escenario de encuentros más festivos que han llenado la sala entera.

En la memoria de algunos está el día en que la discreción de Ca l’Isidre saltó por los aires, cuando llegó un Mercedes azul hasta su puerta. Eran los años ochenta y los reyes Juan Carlos y Sofía estaban de visita oficial en Cataluña, coincidiendo con un 14 de mayo, su fecha de boda. Jordi Pujol y Marta Ferrusola se postularon como los mejores compañeros de celebración y eligieron Ca l’Isidre para la ocasión. En el codiciado reservado también tuvieron lugar años después algunas de las reuniones decisivas para traer los Juegos Olímpicos a Barcelona, con Pasqual Maragall y Joan Antoni Samaranch como figuras clave.

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