El torrente de libertad de las letras argentinas
La riqueza imaginativa de las obras de los escritores mantiene viva la cultura en tiempos de desastre
Fogwill lo resume con estas palabras: 'Hay una novedad, y es la manifestación espontánea, callejera y caótica de la lucha de clases. No imagino el desenlace, que sospecho se parecerá menos a la Colombia de las FARC o a la Venezuela de Chávez que a la España de la CNT y la FAI'.
Está refiriéndose al barullo que tiene colocada a Argentina en la cuerda floja. Fogwill continúa: 'Cuando se elaboró el proyecto de salida de la dictadura cívico-militar de los años setenta, sus autores anunciaron que la democracia funcionaría en la medida en que la gente no se la tomase demasiado en serio. Ahora, los desocupados, los sectores marginales, los obreros, los comerciantes y los pequeños industriales se lo han creído y ni los partidos políticos ni los aparatos represivos del Estado tienen medios para contener el caos deliberativo que se ha desatado'.
'Lo único que nos queda y no nos pueden robar son las historias que uno inventa'
Fogwill (1941) forma parte de ese grupo de narradores argentinos con una sólida obra a las espaldas que se han descubierto tardíamente en España. Sus libros son atípicos, se resisten a las clasificaciones. Como Ricardo Piglia (1940) -de quien Anagrama ha publicado las novelas Respiración artificial o Plata quemada, entre otros títulos- o César Aira (1949) -Cumpleaños, Ema, la cautiva y Cómo me hice monja han aparecido en Mondadori-, su literatura está marcada por una gozosa libertad que transgrede los marcos convencionales para explorar nuevos caminos con la frescura del que parece inventar todo de nuevo y con el rigor del que lo hace habiéndose empapado con lo mejor de una tradición en la que desde siempre han brillado autores excéntricos. 'Efectivamente, soy excéntrico al campo literario argentino', comenta Fogwill. 'Pero los pocos escritores argentinos que interesan son excéntricos al campo literario argentino'.
Gente despreocupada
En La experiencia sensible (Mondadori), que apareció en 2001 -antes había publicado Cantos de marineros en la pampa y dentro de poco se editará En otro orden de cosas, en Mondadori-, Fogwill cuenta el viaje de una familia burguesa argentina a Las Vegas. Compras, juego y sexo, negocios y dinero. Las felices andanzas de una gente despreocupada, sólo atenta a pasarlo bien. El escritor explica que es una novela que 'trata un momento muy peculiar de la burguesía argentina, cuando una diferencia cambiaria aún le permitía mirar por encima del hombro a sus pares de Europa y Estados Unidos'. Y añade: 'Justamente, ésa fue la etapa terminal del orgullo argentino'. Ahora, comenta Fogwill, 'un argentino en Estados Unidos es un chicano más; en Alemania, un turco, y en Chile, poco menos que una curiosidad del Tercer Mundo y un objeto ya no de reverencia, sino de piedad'.
Ricardo Piglia, César Aira y Fogwill son algunos de esos grandes escritores argentinos, junto a Juan José Saer o Abelardo Castillo y tantos otros, que padecieron el desdén con el que España y el resto del mundo trató a los que vinieron detrás del boom latinoamericano. No existían hasta hace bien poco, y sin embargo llevan años metidos en el fregado de las palabras.
Afortunadamente las cosas han cambiado. 'Desde hace dos años se han restablecido las relaciones literarias entre Argentina y España', dice Marcelo Birmajer (1966), que publicó hace poco Historias de hombres casados (Alfaguara). Es cierto. En pleno desastre, Argentina ofrece en estos momentos una nutrida galería de autores que recorren un espectro muy variado y que saltan las fronteras. El velo se ha rasgado, y el resto del mundo puede asomar las narices y comprobar que en Argentina existe una energía creativa poco habitual.
Una cosa es, efectivamente, la vida cotidiana. 'Cada día recibo un golpe nuevo', cuenta Birmajer. 'Cuando te haces a la idea de que tienes que vivir con la mitad de lo que ganabas, o trabajar el doble para obtener lo mismo, una nueva noticia llega para destrozarte las previsiones. Igual se cierra una empresa que te contrataba o ya no se va a montar esa pieza de teatro que se había proyectado poner en escena'.
Y otra cosa bien distinta, la tarea incesante de poner una palabra detrás de otra. Birmajer explica que la suya es 'una literatura muy apegada a la tradición'. Reconoce como maestros a autores como Adolfo Bioy Casares o Isaac Bashevis Singer. 'Me interesa contar historias, aunque posiblemente nunca me hubiera atrevido a publicar si no tuviera la certeza de haber conquistado una voz propia'. Para Birmajer, lo que le interesa de la literatura es 'esa vieja imagen del hombre que se sienta junto al fuego para contarle historias a su tribu'.
Lo que ocurre ahora es que la tribu argentina está hecha polvo. Pero se siguen contando historias. 'Es lo único que nos queda', dice Birmajer, 'lo único que de verdad es nuestro y que no nos pueden robar: las historias que uno inventa, las que cuenta y las que le han contado'.
La imagen del país no es, desde luego, muy alentadora. 'El paisaje es posapocalíptico, un poco al estilo de las películas de Mad Max', comenta Rodrigo Fresán (1963). Como Birmajer, Fresán forma también parte de las nuevas voces de la literatura argentina, aunque su registro literario sea diferente del de Birmajer. Ha publicado hace poco Mantra (Mondadori), una novela que propone miradas muy distintas -incluida la de un androide- sobre México Distrito Federal.
Fresán vive desde hace tres años en Barcelona. Comprueba 'con dolor que de pronto se hayan precipitado acontecimientos que podían haber sido anticipados desde mucho antes'. Y que han desencadenado un caos de dimensiones impredecibles.
Cuentos reales
Dice Fresán: 'Si la historia de Argentina fuera una novela...'. Calla un instante y continúa: 'Pero la historia de Argentina no es una novela, es una colección de cuentos. Está el cuento de Perón y Evita. Luego otro muy distinto, el de Perón e Isabelita. Más tarde, el cuento de los militares. Todos empiezan y acaban. En esos cuentos reales, que han contado la historia de nuestro país, hay una buena cantidad de disparates increíbles. Por eso quizá la literatura argentina ha sido inmune al realismo mágico. Ya había demasiados despropósitos para volver a contarlos. Así que nuestra tradición es urbana, abierta a los aires que soplaban fuera'.
Para Fresán, su verdadero país es su biblioteca. Figuran, en lugares destacados, escritores argentinos: Borges, Bioy, Cortázar. 'Son todos ellos autores que te llevan a otras latitudes. Forman parte de una tradición que rompe las fronteras nacionales, y que se forma y se conforma en su trato con lo que ocurre en el extranjero'.
Así las cosas, desde tiempo atrás se veían signos del ruido que sacude hoy la Argentina. También desde hace años, un montón de escritores, y de artistas, actores, cineastas o fotógrafos no han dejado de hacer su trabajo calladamente. A España y a otros lugares van llegando sus frutos. La grandeza del fútbol argentino es un lugar común. Conviene recordar que se trata de un país donde la cultura ha podido germinar porque ha sido un país de ciudadanos inquietos y cultivados.
Están Fogwill, Birmajer y Fresán. Otros que han publicado sus libros desde hace no tanto en España han sido Pablo de Santis o Guillermo Martínez. Lo hicieron Sylvia Iparraguirre o Juan Forns. Lo irán haciendo, tal vez, Héctor Tizón o Andrés Rivera. Lo cierto es que se podrían seguir recitando nombres. Llegan noticias de portales de Internet dedicados a la literatura (como ayeshaliteratura.com).
Ocurre, claro, lo que cuenta Fogwill: 'Como a todos en mi país, me va mal. En mis actividades venía con un nivel de ingresos que en los últimos tres años se fue reduciendo hasta llegar a menos de la mitad'. Pero ocurre también lo otro, que las letras argentinas han desatado una tormenta de libertad en la literatura escrita en español.
Un mercado sin reglas de juego
Uno es el territorio donde cabalga la imaginación, para dar lugar a libros, películas o canciones, y otro diferente el lugar donde todo ello se vende. Editores, distribuidores y libreros lo tienen ahora francamente mal. Antonio López Lamadrid, de Tusquets, cuenta así la situación de la editorial del mismo nombre en Argentina, en la que participan en un 75%. 'Ahora no hay reglas de juego. No se sabe qué hacer. Ni se importa, ni se exporta. Sólo son reales los números y, para hacerse una idea, hablan de que en este último diciembre se vendió un 200% menos de lo que se había vendido en el mismo mes de los últimos años'. Ediciones B tuvo que tomar medidas antes de que se desencadenara la crisis más reciente. 'En octubre, y ante las pésimas cifras, se hizo una reestructuración de plantilla', cuenta Blanca Rosa Roca. De los 30 que trabajaban en la editorial en Argentina, quedaron unos quince. Pero no tiran la toalla. 'Habrá que estudiar nuevas fórmulas', dice Roca. 'Estudiar qué fases del proceso editorial podrían hacerse allí con menores costes, por ejemplo'. Fuentes de Planeta explican también que la situación es muy delicada. Pero llevan allí más de treinta años y han pasado por otros momentos duros. Así que habrá que aguantar ante la dureza del temporal. También María Faste, de Alfaguara de Argentina, afirma rotunda: 'Han bajado las ventas, pero seguimos apostando por autores que consigan llegar al gran público. Y no vamos, por el momento, ni a cambiar nuestros planes, ni los contratos, ni las tiradas'.
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