Visita a la casa de Louis Armstrong, el trompetista que lo superó todo para convertirse en un icono
Hace unos días, Kamala Harris realizó una pausa durante su gira en una tienda de discos para adquirir tres vinilos que conectan con el legado musical de un artista genial al que se puede conocer hoy paseando por su barrio
Hace un año y medio la vicepresidenta estadounidense Kamala Harris paseó por la ciudad en la que reside, Washington, para saludar a los dueños de los pequeños comercios del norte de la capital. En el recorrido, entró en la tienda de discos HR Records. A la salida, a petición de la prensa, recomendó los tres vinilos que había comprado: Let My Children Hear Music, de Charles Mingus; Everybody Loves the Sunshine, de Roy Ayers Ubiquity, y Porgy and Bess, la ópera en tres actos de George Gershwin en la insuperable versión de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, una de las obras maestras de la historia de la música y un clásico de la cultura afro cargado de simbología. Esta obra cuenta la historia del amor maldito entre Porgy, un discapacitado afroamericano de gran corazón, y su amada y conflictiva Bess, a la que en los suburbios de Charleston (Carolina del Sur) intenta rescatar de las garras de su proxeneta Crown y del traficante Sportin’ Life, dando lugar, en palabras del crítico musical Alex Ross, a una “de las grandes parejas de la historia de la ópera”.
Fitzgerald, considerada la primera dama del jazz (junto a Billie Holiday), mujer empoderada que revolucionó el repertorio popular y que vendió millones de discos en todo el mundo pulverizando los registros que arrastraba la música negra y que tanto hizo para que el jazz se consagrase entre la alta cultura, y Louis Armstrong, quien, según el compositor y arreglista Ghunter Schuller, con su opening cadenza o toque de rebato en la canción West End Blues marcaría la dirección estilística general del jazz durante décadas, elevaron con sus voces los papeles de Bess y de Porgy hasta la perfección en su última grabación conjunta.
Louis Daniel Armstrong (1901-1971) es una de las grandes figuras de la música del siglo XX. Trompetista, director de orquesta y cantante carismático, fue un músico innovador y tan popular que su musculatura labial, su blanca y ancha sonrisa, su optimismo, su vitalidad y sus principios morales siguen siendo un legado vigente tanto para los que crecieron a su lado en el barrio de Corona en Queens como para quienes buscan consuelo en la belleza de su música por primera vez.
Cuando durante la Guerra Fría el Departamento de Estado de EE UU reclutó a algunos de los mejores músicos de Estados Unidos para que actuaran como embajadores de esa herramienta cultural llamada jazz y recorrieran el mundo pregonando una supuesta sociedad libre, Armstrong fue uno de ellos (Dizzy Gillespie o Miles Davis fueron otros). Honrados como celebridades en el extranjero, los embajadores del jazz, en su inmensa mayoría afroamericanos, volvieron a casa con la discriminación racial y los sueños postergados.
Durante décadas, la Casa Museo Louis Armstrong ha sido uno de los secretos mejor guardados de Nueva York. La casa, que fue de madera, hoy revestida de ladrillo, en la tranquila 107th St, es un tesoro del interiorismo del movimiento mid-century modern. Aquí habitaron Louis y Lucille durante los 30 años de mayor fama del trompetista. Lucille Wilson, a la que conoció cuando ejercía de bailarina del Cotton Club, fue su cuarta mujer y la que le obligó a fundar por fin un hogar y reducir el trasiego de giras y hoteles. A pesar de que la pareja hubiera podido vivir en un penthouse de Manhattan o en un apartamento del histórico edificio Dakota (como otras tantas celebridades), Armstrong prefirió seguir aquí por el placer que le generaba estar en contacto con una comunidad que lo idolatraba y cuyos niños, cuando regresaba de sus giras y oían sonar la trompeta, se avisaban de puerta a puerta y acudían a sentarse impacientes en las escaleras a escuchar sus ensayos y a esperar a que hiciera una pausa y abriera la puerta y saliera para chocarles las manos y tocar con ellos, como atestiguan tantas viejas fotografías.
Frente a la casa se halla la nueva ampliación del museo, el Centro Louis Armstrong, diseñado por Caples Jefferson Architects, cuyo tejado pretende recordar a un piano de cola, su cortina de latón imita el color de su trompeta y las columnas de la entrada trazan las notas de canciones como What a Wonderful World y Dinah. El interior incluye zonas de exposición, investigación y educación, además de una sala para conciertos. El archivo abarca 60.000 piezas, incluidas 700 cintas de casete en las que se grababa a sí mismo explicando canciones y recuerdos. El músico Jason Moran ha comisariado la exposición inaugural, Here to Stay, que cuenta con una sala central multimedia e interactiva llena audios, vídeos, entrevistas y canciones. Se exhiben reliquias como su trompeta Selmer, otra bañada en oro que regaló a Armstrong el rey Jorge V, el bálsamo labial alemán importado favorito del trompetista y la boquilla con la inscripción “Satchmo”, su divertido apodo (aunque también se le llamara Pops), abreviatura de satchel-mouth (persona que habla mucho, un bocachancla) y que escuchó por primera vez de boca de un periodista del Melody Maker que lo esperaba en un aeropuerto y le gritó “¡¡Satchmo!!”.
También se observan sus numerosos collages artísticos (compuso más de 500 a partir de recortes de papel para las fundas de casetes), sus pasaportes (como el primero, cuando su mirada pausada aún no ha captado plenamente la gravedad del viaje que le espera) y otros tantos objetos y fotografías que muestran la evolución del joven cornetista nacido en Nueva Orleans al primer músico negro en ver su nombre escrito en la cartelera de un teatro norteamericano y que, vestido de esmoquin y con sonrisa incontenible, se convertiría en un icono mundial. Según Moran, la exposición sigue el camino del niño de Nueva Orleans que escucha atentamente las enseñanzas de su madre sobre las hierbas que recogía en el patio trasero y que unos años más tarde escucha con la misma atención los sonidos de la corneta de King Oliver que atraviesan las calles. “Here to Stay está dedicada a la vida y obra de Louis Armstrong, músico innovador, archivador riguroso, colaborador consumado y constructor de comunidades. Alteró la música moderna para siempre y su legado está aquí para quedarse”. Así, a partir de imágenes, cartas y grabaciones, se hace eco de la gira de 1960 por África (patrocinada por Pepsi) y del viaje de Armstrong y Lucille a Egipto en 1961, cuando se fotografiaron ante la gran pirámide.
Regina Bain, directora del centro, invita a pasar al interior de sala de conciertos, toma asiento ante un piano Steinway y repasa logros del músico que nació en los suburbios más pobres de Nueva Orleans, que vivió el abandono del padre, que rebuscó comida en las calles, que cometió actos delictivos desde los 10 años y que ingresó a la fuerza en un reformatorio a los once tras disparar al aire. Allí tuvo la suerte de encontrar un profesor de música negro y un amigo llamado Peter Davis, un instrumento llamado corneta y una compañía que nunca le abandonaría: la música. “En los años veinte se unió a la banda de Joe King Oliver en Chicago, cuyas grabaciones son materia de leyenda. Louis Armstrong fue una de las primeras estrellas afroamericanas. Participó en 35 películas de Hollywood y fue el primer afro en negarse a tocar en hoteles en los que le prohibieran dormir durante la época de la segregación. Acumuló éxitos durante 50 años”, cuenta Bain.
Nada más cierto, porque Armstrong fue una estrella desde 1929. Podía trabajar 365 noches al año dirigiendo su propia orquesta o en solitario, haciendo gala de una extraordinaria capacidad con la trompeta y con la voz. Como escribió John Fordham: “Este hombre bajito, fornido, sonriente y sudoroso se convirtió en el primer concertista de jazz con el material en la cabeza y no en una partitura, y en un proceso de constante transformación espontánea su extraordinaria voz sonaba como alguien que intenta contar un chiste a través de un trombón lleno de grava”. El escritor y activista James Baldwin, de quien estos días se celebra su centenario en la New York Public Library de Harlem con una estupenda exposición, al escuchar a Armstrong tocar el himno nacional estadounidense en el festival de jazz de Newport de 1958, dijo: “Es la primera vez que me gusta esa canción”.
Regina Bain comenta los bienes más preciados del centro: “En primer lugar las trompetas, en segundo lugar el manuscrito de la autobiografía escrita por Armstrong a los 40 años (Stachmo: My life in New Orleans), y en el tercero la voz representada en las grabaciones que se conservan” y que ilustrarán la posterior visita de la casa, pues en cada una de las estancias suena su particular banda sonora de canciones y pensamientos. “Los cuatro pilares de nuestro proyecto son: preservar el legado, interaccionar con artistas contemporáneos, la educación y la comunidad. Esto se refleja en numerosas actividades para niños, muchos de los cuales asisten aquí a su primer concierto de jazz. Hay cursos específicos de trompeta para niños de entre 8 a 14 años. Este es un barrio que sigue siendo de clase trabajadora, la comunidad era importante para Armstrong y es importante para nosotros, queremos que los niños tengan esta experiencia. Son clases de muy bajo coste con profesores que son estrellas. Aquí han venido y vienen a dar clases a los niños Jon Erik Kellso —a quien se puede ver muchos domingos tocando en el Lincoln Center, habitual de las películas de Woody Allen—, Marcus Printup o la venezolana Linda Briceño”.
El espíritu de la comunidad siempre estuvo presente en la vida de Armstrong: “Tengamos en cuenta que en el reformatorio —cuenta Regina Bain— pudo salir adelante gracias a un programa educativo que incluía música. En medio de las repercusiones de la esclavitud y de las leyes segregacionistas Jim Crow, Armstrong se convirtió en el primer icono de la música popular negra de Estados Unidos. Viajó a más de 65 países y su música viajó a muchos más con la popularidad de la nueva tecnología de los discos prensados. Su música se inspiró en culturas de todo el mundo que se asentaron en la ciudad portuaria de Nueva Orleans, creando un sonido único y convirtiéndose en la base de su vida. Su sincronización, fraseo, canto scat, voz única y pura potencia de trompeta se convirtieron en un modelo para todo el jazz y la música pop estadounidense del futuro”.
En 1957, Armstrong se enfrentó al presidente Eisenhower cuando este se negó a apoyar la integración de nueve alumnos afroamericanos en la escuela secundaria Arkansas Little Rock Central High School, donde se les prohibía la entrada y eran increpados. En público, Armstrong afirmó que el presidente tenía “dos caras y ninguna agalla”. Se llegaron a boicotear conciertos suyos y tuvo que salir Bing Crosby al rescate de su amigo Armstrong desde la televisión. Cuando el presidente rectificó, Armstrong le envió un telegrama: “Papá, tienes un buen corazón”
Armstrong llevó siempre consigo la infancia en Nueva Orleans y todo el aprendizaje vital que le brindó: “Me basta con solo coger la trompeta”, dijo en una ocasión, ya mayor. “Tengo el mundo a mis pies, y no siento nada diferente por esa trompa ahora de lo que sentía cuando tocaba en Nueva Orleans. Esa es mi vida. Me encantan esas notas. Por eso intento tocarlas bien”.
Regina Bain opina: “La performance es efímera y el proceso artístico es opaco. Y, sin embargo, son las experiencias que mueven nuestras vidas, que reflejan y guían nuestra cultura. Es esencial que experimentemos, recordemos, reflexionemos y aprendamos del arte en sí mismo, del contexto en el que se hizo y de la vida que se dedicó a crearlo. Armstrong creía que merecía la pena preservar su vida. Su mujer, Lucille, trabajó durante 11 años después de su muerte para conmemorar su obra, consiguiendo que su casa se convirtiera en monumento histórico y buscando nombres por todo Queens, como el estadio de tenis Louis Armstrong y la escuela Louis Armstrong. La labor del museo es recoger esa antorcha y mantenerla encendida”.
Con unas elecciones tan determinantes en el horizonte, es inevitable preguntar a Regina Bain por las eternas divergencias entre y el poder y arte: “En sus viajes por más de 65 países y por todo Estados Unidos, Armstrong atravesó no solo la geografía, sino también la política y la cultura, haciéndose querer en todo el mundo y en todas las naciones. Es una hazaña enormemente difícil, sobre todo conociendo la profunda desigualdad. Creo que él pensaría en la mejor manera de participar en este proceso, votando, haciendo donaciones, hablando con la gente sobre sus vidas y reflejándolo a través de su música y su arte”.
La principal rareza, y la principal virtud, de la casa es que se mantiene en las mismas condiciones en la que la dejaron cuando murieron sus dueños, él en 1971 y ella en 1983. La llamada Sala Internacional es el salón principal, decorado con recuerdos de distintos países como la vasija que le regaló el que fuera presidente de la República Francesa Vincent Auriol, o un retrato de Lucille, que había crecido en Corona, en la calle 104, y que, como le confesó a Charlie Watts cuando visitó la casa, la compró pensando que sería una primera vivienda, pero Louis, al conocer el barrio, dijo que de aquí no se iba porque le recordaba a Nueva Orleans y porque siendo una celebridad podía pasear a los perros tranquilamente sin exponerse a riesgos absurdos como le sucedió a Nat King Cole, que por la misma época se compró una casa en Beverlly Hills y a los pocos días fue saqueada.
La cocina Superba, con mobiliario de madera lacado en tonos azules, es una de las estancias más admiradas. Se conservan las recetas de Lucille escritas por ella misma (la primera: frijoles rojos con arroz, favorita de Louis). En el segundo piso, destaca la habitación que compartieron, en la que resisten los perfumes de Lucille y, por supuesto, el despacho de Louis Armstrong, donde escuchaba su enorme colección de discos y escribía y pergeñaba sus collages. Sigue intacto el retrato que le hizo su admirador Tony Bennett, a quien Armstrong, con el humor que le caracterizaba, cuando lo recibió, le dijo: “Has superado a Rembrandt”. La banda sonora de esta habitación es What a Wonderful World, cuya letra está igualmente grabada en una de las paredes del jardín, una canción que tal vez solo pueda quedar bien con su voz a un mismo tiempo pedregosa y alegre: “I see trees of green / Red roses too / I see them bloom / For me and you / And I think to myself / What a wonderful world (Veo árboles verdes / Rosas rojas también / Las veo florecer / Para mí y para ti / Y pienso para mí / Qué mundo tan maravilloso)”.
Armstrong creía en la letra de este clásico de George David Weiss y Bob Thiele que grabó en 1968 y que, en un principio, quedó eclipsada por otros éxitos como Hello Dolly y Mack the Knife, hasta el punto de que para su popularidad le vino de perlas aparecer muchos años después en la película Good Morning Vietnam, de 1987. Armstrong creía que el mundo necesitaba un mensaje unificador y de esperanza. El 5 de julio de 1971 se recuperaba de un ataque al corazón y, tras una cena con amigos y canciones, le comentó a Lucille que quería volver a los escenarios. Llamó a su representante antes de acostarse y le hizo saber sus intenciones. Feliz con la idea de volver a tocar la trompeta y a cantar en público se metió en la cama. Lamentablemente no volvió a despertar.
Babelia
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