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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Charlie Watts, el perro verde de The Rolling Stones

El músico desahogaba cualquier frustración tocando jazz. Aunque tuviera que pagar por darse ese lujo

Tour Rolling Stones Europa
Charlie Watts, durante un concierto de The Rolling Stones en 2017.Carsten Rehder (picture alliance / Getty)
Diego A. Manrique

La pregunta surge inmediatamente cuando se conversa sobre Hackney diamonds, la nueva entrega de The Rolling Stones: “se nota la ausencia de Charlie Watts?”. La respuesta: “claro que sí. Charlie, que había estudiado diseño gráfico, jamás hubiera aprobado la imagen de ese disco, que hace méritos para competir como portada más fea de los Stones”. De hecho, también le hubiera horrorizado la vestimenta de la actriz Sydney Sweeney en el video del tema Angry, un combinado de cuero y tachuelas extraído de alguna boutique para fanáticos de las bandas angelinas de rock de peluquería.

Charlie era un esteta. Y también un excéntrico, encajable en la gama tibia de los abundantes excéntricos Made in England. Mientras sus compañeros practicaban todas las variedades del hedonismo, el baterista se consagraba al coleccionismo: desde objetos de la Guerra Civil estadounidense a coches icónicos (aunque no sabía conducir). De hecho, en unos días, Christie’s subasta su acopio de primeras ediciones, que incluye tomos autografiados de El gran Gatsby o Agatha Christie. Aparte, también se ofrecen partituras y trofeos conectados con su principal pasión: el jazz.

No era un capricho de boquilla. Desde 1985, Watts alentó diversas bandas jazzísticas que tuvieron vidas cortas —los compromisos stonianos imponían su ley— pero suficientes para grabar y emprender pequeñas giras (estuvo en la sala barcelonesa Luz de Gas en 2011 con el cuarteto A B C & D of Boogie-Woogie). Eran proyectos caros, con instrumentistas renombrados y —ocasionalmente— con formaciones extensas o reforzadas por cuerdas. Aparte del boogie-woogie, interpretó be-bop y versiones lustrosas de grandes standards, con Bernard Fowler como vocalista. Para una visión panorámica, busquen la reciente Anthology (BMG), más generosa en su versión CD que en la edición de vinilo.

Cuando Watts se incorporó a los Stones, seguramente estaba pensando en crecer como baterista y saltar en algún momento al jazz. Pero los Stones sacaron el gordo de la lotería y Charlie cambió su sueño por la posibilidad de comprar cosas y llevar una existencia fastuosa. Su oficio le obligaba a resolver retos como marcar a la errática guitarra —eh, no es una crítica— de Keith Richards: a veces le encauzaba, otras le seguía unas milésimas de segundos después.

Surgían además giros estilísticos. Se enfrentaba sin prejuicios con los bandazos de Mick Jagger, siempre adepto a lo que sonaba en las pistas de discotecas, o Keith, fascinado por el country o el reggae. Aunque parezca difícil, por la antipatía que se profesaban ambos campos, acomodó a los Stones cuando se aproximaron a algo parecido al punk rock. Eran problemas técnicos que resolvía con naturalidad, sin que se notara que estuviera deseando agarrar las escobillas para hacer jazz.

El jazz suponía materializar sus fantasías de veinteañero. No solo creerse miembro del combo de Charlie Parker; también le permitía disfrutar de la fraternidad entre músicos situados fuera del mainstream. Que conste que tanto Jagger como Richards aplaudían esas escapadas: ambos colaboraron en el más atípico de los discos presentes en Anthology, el del Charlie Watts Jim Keltner Project. Las piezas llevaban los nombres de ilustres drummers mayormente afroamericanos, de Art Blakey a Elvin Jones, pero eran más electrónica que jazz. Uno puede imaginar la sonrisa sibilina de Charlie al concluirlo y comprobar que una vez más burlaba las expectativas.

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