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Más allá de Hemingway y Fitzgerald: el regreso de las autoras olvidadas de los locos años veinte

El rescate de las novelas ‘La divorciada’ de Ursula Parrott y ‘Escapada’ de Evelyn Scott descubre la modernidad de dos escritoras estadounidenses que rompieron con las convenciones morales y estéticas

Andrea Aguilar
La novelista Ursula Parrott a la salida de un juzgado en Miami en 1943 tras haber sido acusada de ayudar a un desertor del ejército, el músico de jazz Michael Neely Bryan.
La novelista Ursula Parrott a la salida de un juzgado en Miami en 1943 tras haber sido acusada de ayudar a un desertor del ejército, el músico de jazz Michael Neely Bryan.Uncredited (ASSOCIATED PRESS)

Mucho antes de que Carrie Bradshaw y sus amigas epataran a la audiencia televisiva hablando de sexo y soltería en las calles de Nueva York, o de que Truman Capote narrara la historia de Holly Golightly en Desayuno en Tiffany’s, la escritora Ursula Parrott reventó las listas de ventas en los años veinte con su descripción de las aventuras de una joven tras su ruptura matrimonial, sus ligues y noches de juerga en los clubes clandestinos de la Gran Manzana. Vivaz, ágil, desprejuiciada y francamente moderna, La divorciada fue publicada originalmente en 1929 con seudónimo y recientemente ha sido rescatada en español por la editorial Gatopardo. “Como Fitzgerald pero desde una perspectiva femenina, Parrott examina la descomposición del tejido social tras la I Guerra Mundial”, afirma Joyce Carol Oates en un texto reciente sobre la novela.

El libro de Parrott habla abiertamente de infidelidades, abortos y rollos de una noche, también de la vida en la oficina o las visitas al gimnasio a la hora de comer de una joven veinteañera a quien su marido deja. La divorciada vendió más de 100.000 ejemplares ese invierno en que el crac hundió la bolsa. Su autora, que ya era periodista —y estaba divorciada de un reportero de The New York Times—, se convirtió en una de las escritoras más exitosas de los años treinta, una firma frecuente en las revistas femeninas; y también de relatos, novelas y guiones, por ejemplo de la película Siempre habrá un mañana (1955), interpretada por Barbara Stanwyck. Parrott fue protagonista y narradora de los locos años veinte, y, como ocurrió con muchos de los miembros de aquella generación perdida, su mecha se consumió rápido: murió a los 58 años en una sala de beneficencia de un hospital en Nueva York. De alguna manera los excesos y el declive de esta autora también la acercan al máximo cronista de aquellos años, a Scott Fitzgerald, el autor de El gran Gatsby, con quien se rumorea que Parrott tuvo una relación que fue más allá del trato profesional que sí consta que mantuvieron.

“Su sucès de scandale le reveló a mi madre, por entonces una escritora y periodista de moda, que podía ganar mucho dinero en aquel tiempo todavía casi sin impuestos. A partir de entonces, prácticamente no hubo quien la detuviera”, escribió el hijo de Parrot años después en un epílogo que recoge la edición en español, con traducción de Patricia Antón. “Mi madre era una derrochadora; le gustaban los hombres y otras posesiones. Se casó cuatro veces, y dos de sus maridos le costaron mucho dinero”, añade antes de recordar lo mucho que trabajó entre café y cigarrillos —la describe como un “galeote”— para cumplir con los plazos de entrega, y hablar también de su empeño en que él tuviera una buena educación.

De familia irlandesa, criada en Dorchester, Parrott estudió en Radcliffe (prestigioso college para chicas en Cambridge, Massachussetts, que acabó siendo absorbido por Harvard en 1999) durante la I Guerra Mundial. En 1920 se trasladó al Greenwich Village de Manhattan y se desposó con Lindsay Marc Parrott, padre de su único hijo. La pareja, como la de la novela, no sobrevivió a esos locos años. “Casas, coches, criados, viajes y los mejores productos de Bergdorf Goodman y Bonwit absorbieron todo el dinero. No se trataba de un lento deshielo de una herencia, ni de una fortuna repentina; ella gastaba según ganaba”, recuerda Marc Parrott de su madre en ese texto que escribió en los ochenta con motivo de una reedición de la célebre novela.

Sin embargo, la resurrección más exitosa e internacional de Parrott ha tenido lugar en el último año tras ser rescatada en 2023 por McNally Editions, la editorial de la cadena de librerías independientes de Nueva York volcada en recuperar joyas olvidadas, una tendencia que siguen sellos a uno y otro lado del océano. En esa línea la editorial española Muñeca Infinita ha publicado Escapada, de Evelyn Scott, otra novela olvidada del periodo de Entreguerras firmada por una flapper rebelde. Coetánea de Parrott, la accidentada peripecia vital de Scott inspiró su libro, una suerte de memorias de corte modernista.

Portada de la novela autobiográfica 'Escapada' de Evelyn Scott.
Portada de la novela autobiográfica 'Escapada' de Evelyn Scott.

Escándalo y transgresión

Niña bien del sur de EE UU, una belle a lo Zelda Fitzgerald, la autora de Escapada nació en Tennessee en1893 como Elsie Dunn. Su familia se instaló en Nueva Orleans buscando el amparo de un abuelo rico y allí ella pronto mostró sus inquietudes artísticas y políticas. Su inconformismo la llevó a unirse al partido de las sufragistas en Luisiana cuando tenía 17 años y a escribir a favor de la legalización de la prostitución, para escándalo de su convencional madre. A los 20 Elsie daba el campanazo definitivo y se fugaba con un médico, decano del departamento de medicina tropical de la Universidad de Tulane, cuya edad era más del doble que la suya y que abandonó a su familia por ella. Era 1913. Preocupados por las consecuencias legales de su huida, cambiaron sus nombres y acabaron instalados en Brasil, donde tuvieron un hijo. La Gran Guerra impidió su regreso cuando los planes empezaron a torcerse y la ruina era ya evidente. El paraíso se convirtió en el infierno de hoteles de mala muerte, enfermedades y pobreza que queda recogido en Escapada, escrito como un diario y publicado en 1923. Scott no esconde nada en esas páginas, no teme mostrarse como una anti-heroína, destrozada por el giro que toma su vida. El libro logra plasmar el agrio desencanto de aquella aventura que dejó marcada Scott de por vida.

Cuatro años antes de que Scott publicara su roman á clef, la pareja había regresado a Nueva York, y se habían separado en 1922. Scott siguió publicando a lo largo de esa década (entre otros títulos, una trilogía que arrancó con The Narrow House y la novela The wave, que los críticos relacionan con otras obras sobre la Guerra de Secesión como Lo que le viento se llevó) y estuvo próxima a los círculos literarios y bohemios del Greenwich Village neoyorquino. Frágil e inestable, según su coetánea Kay Boyle, Scott fue amante y amiga de William Carlos Williams, y una gran defensora del trabajo de sus coetáneos Jean Rhys y de William Faulkner, con quienes mantuvo correspondencia. El autor de El ruido y la furia dijo que el trabajo de Scott era “bastante bueno para ser mujer”, frase que ha dado título a una breve biografía sobre la escritora publicada en 1997 en EE UU. Quizá la corresponsal más llamativa de la novelista fue Emma Goldman, la anarquista con quien se cruzó algunas cartas.

El trabajo de Scott, sus poemas y relatos, aparecieron en las revistas que recogían la prosa modernista de James Joyce y los versos de T. S. Elliot, aunque ella quedó de alguna manera fuera del canon y olvidada con el paso de los años. Escribió 11 novelas, dos libros de poesía, obras de teatro, libros infantiles y numerosas críticas. Las últimas dos décadas de su vida no publicó nada. Scott vivió en Europa, en el sur de Francia, Portugal y España y pasó unos años en Inglaterra y Canadá con su segundo esposo, el escritor John Metcalfe, de quien también se separó. Murió en 1963 y fue enterrada en una tumba anónima en Nueva York. La aparición de Escapada, como la de La divorciada de Parrott, arroja ahora nueva luz sobre esas vidas rebeldes llenas de talento, inconformismo y pasión literaria.

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Sobre la firma

Andrea Aguilar
Es periodista cultural. Licenciada en Historia y Políticas por la Universidad de Kent, fue becada por el Graduate School of Journalism de la Universidad de Columbia en Nueva York. Su trabajo, con un foco especial en el mundo literario, también ha aparecido en revistas como The Paris Review o The Reading Room Journal.
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