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Crítica:Estreno de la última película de Ford Coppola
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'Cotton Club', jungla, entre algodones

La parte alta de Manhattan era el lugar adecuado. Ciudad abajo, los colegas que habían tenido la suerte de encontrar trabajo en Broadway llevaban una vida incomparablemente más rumbosa que la suya. Con todo, cuando un músico negro de los que se ganaban la vida en cualquier teatro o sala elegante del sur de la isla necesitaba un corte de pelo, le era imprescindible subir hasta Harlem para con seguirlo.Los noctámbulos empedernidos y los sofisticados culturales se habían encandilado con el despliegue de vitalidad, alegría y. perfección artística que mostraba un puñado de musicales negros estrenados en Broadway. Comenzó a ponerse de moda no sólo la música negra, sino también la negritud como raza. Los más modernos artistas de, la época (europeos ellos, todavía) acababan de descubrir la escultura africana y la tomaban como base material de reflexión sobre el cubismo. Si no, que se lo pregunten a Picasso o a Matisse. En el ínterin, Van Vechten acababa de montar su retrato de la vida de Harlem, Nigger heaven.

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Apuntes de un perdedor

Harlem no era, ni de lejos, la degradadajungla urbana de nuestros tiempos. Lo que crecía por allí era una jungla primigenia de cartón piedra entre las acogedoras paredes de un ramillete de clubes nocturnos. Los blancos enrollados pronto comenzarían a sentir la imperiosa necesidad de subir a la parte alta de Manhattan.

Un buen número de propietarios de cabarés vio la oportunidad de capitalizar la moda al socaire de la prohibición. Proclamarse la ley seca y abrirse locales destinados a un público blanco fue todo uno. El jazz iba a florecer envuelto en whisky de alambique.

No pocos de estos cabarés recogían en su nombre los ecos del viejo sur de los orígenes. Como el Kentucky Club, como el Cotton Club, calle 142 esquina a avenida Lennox. Ellington dejó el uno para incorporarse al otro. Cuando entró en el Cotton era un aprendiz aventajado. Cuando salió, el jefe indiscutible y figura nacional. El jazz había alcanzado su madurez.

Owney Madden fundaba en 1923, desde una celda de Sing Sing, el Cotton Club. La nómina artística del local la componían cantantes, bailarines y músicos negros que ejecutaban vibrantes y exóticos shows de pista, frente al estrado ocupado por la orquesta y en el mismo lugar en que poco después bailaría enfebrecida la blanca clientela. Un negro de magnífica musculatura y lustrosa piel atravesaba una jungla de papel maché hasta alcanzar las estribaciones de una pista de baile, ataviado con un casco de aviador, gafas oscuras y pantalones cortos, Acababa de sufrir un aterrizaje de emergencia en las más profundas oscuridades de África. Aparecía entonces en escena una diosa blanca de largas y rubias trenzas, a la que rendía culto de latría, rodeándola, una caterva de rastreros negros.

La banda del Cotton estaba obligada a servir de telón musical a las evoluciones de los bailarines, a acompañar a los cantantes y a dar sostén sonoro a estos absurdos números de jungla erótica. Con tanta y tan variada tarea, nada tiene de extrañar que se curtieran al galope.

Las emisiones radiofónicas de ámbito nacional que organizaba CBS desde el Cotton Club fueron decisivas para la difusión entre el público norteamericano de Ellington y su música, como decisiva fue la gran cantidad y diversidad de arreglos que tuvo que elaborar para formar su volcánica creatividad musical.

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