Cien años de Ernesto Cardenal, el religioso que buscó la revolución en la poesía
El poeta, que no dudó en mezclar cristianismo con marxismo o literatura con ciencia, fue el rostro moral del movimiento sandinista en Nicaragua, del que renegó cuando detectó derivas autoritarias. Su gran obra fue acercar la cultura a la gente común


El archipiélago de Solentiname es un conjunto de 36 islas e islotes de origen volcánico perdidos en el extremo sureste de un enorme lago que parece un mar pequeño, el Gran Lago de Nicaragua. En sus aguas nadan tiburones de agua dulce y peces sierra, en sus tierras surge el bosque tropical, poblado de iguanas y venados. “No era conocido por nadie”, escribió Ernesto Cardenal, “nadie, fuera de sus habitantes, llegaba a este sitio”. Después de abandonar un monasterio trapense en Estados Unidos, tras dos años y medio de noviciado, Cardenal, inspirado por su mentor, el monje Thomas Merton, pensó que este era el lugar idóneo para fundar una comunidad contemplativa. Un sitio tan remoto que, la misma semana en la que el poeta llegó, una radio de Managua daba premios a quien supiese ubicar correctamente las islas. 2025 es el centenario del nacimiento de Cardenal, que se celebra con nuevas ediciones de su obra y diversos actos a lo largo de todo el año.
Siendo exactos, Cardenal no logró su objetivo de fundar una comunidad contemplativa: en los 12 años y medio que permaneció allí, desde 1965, no recibió ni una vocación de este tipo. Pero hizo historia de otras maneras: allí llegaron gentes heterogéneas, con motivos religiosos o no, que comenzaron una vida en común y en comunidad de bienes. “La única regla es que no había reglas”, dice Óscar de Baltodano, director general de la Fundación Ernesto Cardenal. No había nada planeado, más allá del cristianismo revolucionario.
A un campesino se le daba bien pintar, así que empezaron a pintar, y así se hizo famosa la pintura primitiva de Solentiname. Un niño vio las esculturas que Cardenal labraba en madera, y empezó a imitarle, y luego lo hicieron otros, y así se hizo famosa la artesanía de Solentiname. Mejor que dar el sermón en misa, se comentaban las escrituras, y así nació El Evangelio de Solentiname, un libro que también se hizo famoso. Los campesinos se pusieron a hacer talleres de poesía, y así nació la poesía campesina de Solentiname, que acabo siendo comentada en The New York Times. Y así. Curiosamente, Cardenal no era de natural sociable. “Quizás debido a su timidez, no era un hombre de buen carácter, podía ser cortante”, dice Sergio Ramírez, premio Cervantes, que lo trató abundantemente. “Vivía en su propio mundo, el mundo de la meditación, siempre muy solitario”.

Solentiname se fue haciendo revolucionaria, algunos miembros jóvenes se unieron a la guerrilla y tomaron el cuartel de San Carlos, de modo que la dictadura de los Somoza, que permaneció más de 40 años en el poder, la desbarató. Cardenal se exilió en Costa Rica y regresó a Nicaragua en 1979, tras el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Triunfó la Revolución, en aquellos años en los que se pensaba que era posible cambiar el mundo dando un golpe sobre la mesa. Y Cardenal fue ministro de Cultura entre 1979 y 1987: divulgó la poesía, alfabetizó a la población, reivindicó el arte popular; trató de acercar la cultura al pueblo, porque era un derecho del pueblo. “Fue una etapa dura, tuvo que montar el ministerio desde cero, curiosamente en la que era la residencia de Somoza. Buena parte de los fondos los recaudaba él mismo por el mundo o eran parte de sus premios”, explica De Baltodano. Todo eso antes de renegar del sandinismo, que degeneró en el actual régimen autocrático de Daniel Ortega. También renegaron otros escritores, como Gioconda Belli o Sergio Ramírez, que había llegado a ser vicepresidente del país de 1985 a 1990.

Solentiname podría considerarse el comienzo de la vida pública de Ernesto Cardenal, un hombre al que le acompañaba el aspecto: la boina, las gafas, la melena y la barba canosa, una imagen entre el guerrillero Che Guevara y un intelectual bohemio de la época. Este viernes se presentaron en el Ateneo de Madrid los actos conmemorativos del centenario y su Poesía completa (EspasaEsPoesía), con estudio de Remedios Sánchez y prefacio de Elena Poniatowska. Publicación que se podría complementar con otro volumen reciente, el de sus Prosas dispersas (Fundación Santander), edición a cargo de Luce López-Baralt y Juan Carlos Moreno-Arrones. El poeta y cantaor contemporáneo Niño de Elche participa en un podcast asociado a esta edición, pero, además, publica un poemario (Conversaciones con un monje de madera, EspasaEsPoesía) donde dialoga con la obra del nicaragüense. Se celebrarán durante este año diferentes actos, se preparan otras antologías en Espasa y Cátedra, y varios monográficos en revistas, además de congreso internacional en octubre, en la Universidad de Granada, donde Cardenal es doctor honoris causa.
La extraordinaria vida de Cardenal rivaliza con su obra, considerada la más importante de un poeta nicaragüense, solo superada en relevancia por la del pope del modernismo Rubén Darío. Se pueden distinguir en ella tres fases, de fronteras borrosas y muchas veces solapadas, según Remedios Sánchez, catedrática de la Universidad de Granada y vicedirectora académica Fundación Ernesto Cardenal: una primera inspirada en la tradición grecolatina (Ovidio, Catulo, Marcial), una segunda de creciente carácter místico (muy influenciada por Thomas Merton) y tinte social, y una tercera donde se hace palpable la lectura de las diferentes tradiciones y se desarrollan sus largos poemas totalizantes, con influencias de Ezra Pound o Wallace Stevens. “Es ahí donde se da un análisis distinto de la historia de Latinoamérica, que afronta desde el punto de vista de los perdedores”, dice Sánchez. A su poética la llamó exteriorismo.

La poesía de Cardenal es franca y didáctica, como esos poemas largos y narrativos, dedicados a los cualquiera, y esa es, tal vez, la razón por la que para muchos el poeta representa una figura entrañable. En uno de sus poemas más célebres empatiza con la figura de Marilyn Monroe (“la huerfanita violada a los 9 años / y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar”). En otra de sus obras más conocidas, un libro total, Cántico cósmico (1989), se desarrolla una prolija explicación de la historia del universo, desde el Big Bang, haciendo patente su obsesión con la física moderna y la evolución, mezclada con la épica, la historia y la revolución. Una mezcla que también asoma en El estrecho dudoso (1966) donde relata, también prolijamente, la historia de la conquista de América. En Salmos (1964), adapta el formato de los textos bíblicos a las cuestiones sociopolíticas del momento, denunciando la injusticia y la opresión. Hay también humor y ternura en sus versos. “Cardenal sabe combinar elementos que para otros pueden ser excluyentes, como el cristianismo y el marxismo; puede comenzar hablando del Big Bang y acabar relacionándolo con el amor”, señala María Ángeles Pérez López, profesora de la Universidad de Salamanca y directora académica de la Fundación Ernesto Cardenal. “Era una personalidad poliédrica y compleja”.
Tras el desencanto de la Revolución, Cardenal, es, sin embargo, respetado por el régimen. “Fue uno de los primeros en desencantarse, cuando los comandantes empezaron a repartirse el país a dedo. Gran parte del nombre de la revolución había sido prestado por Ernesto, que incluso tenía fama antes, al punto que cuando los revolucionarios entran el búnker de Somoza, encuentran uno de sus libros, Vida en el amor”, relata De Baltodano. Sin embargo, con el regreso al poder de Ortega en 2007, la presión sobre el poeta parece recrudecerse: “Ellos [Ortega y su esposa Rosario Murillo] son dueños de todos los poderes de Nicaragua. Tienen un poder absoluto, infinito, que no tiene límites, y ese poder está ahora en mi contra”, dijo en una entrevista con este periódico en 2017.

En una de sus anécdotas más conocidas, el papa Juan Pablo II visitó Managua y le reprendió públicamente como representante de la Teología de la Liberación, corriente izquierdista a la que el papa, de corte conservador, polaco criado en la esfera soviética, se oponía con fuerza. Era el 4 de marzo de 1983 y allí presente estaba el cronista de EL PAÍS Juan Arias: “Yo estaba a su lado. Cuando se acercó el Papa, Cardenal hincó una rodilla en el suelo y tomó su mano para besársela. Juan Pablo II, con su rostro airado, se la retiró. Y cuando el sacerdote le pidió la bendición, el Papa, señalándolo amenazador con el índice de su mano derecha, le dijo: ‘Antes tiene que reconciliarse con la Iglesia”, escribió. Después de décadas purgado por el Vaticano, pues Wojtyla le había prohibido administrar los sacramentos en 1984, fue rehabilitado por el papa Francisco, con el que Cardenal se sentía gran identificación.
Ernesto Cardenal falleció el 1 de marzo de 2020, a los 95 años. Una muchedumbre partidaria del régimen de Ortega entró en la catedral de Managua durante el funeral al grito de “traidor”. “Boicotearon su funeral”, dice Ramírez, presente entre los gritos y amenazas mientras sacaban el féretro. “El que más había amado a su país, escarnecido por el odio”, según escribió el mismo escritor el mes pasado en este periódico. Aun así el régimen decretó tres días de duelo nacional. El centenario de su nacimiento, según Ramírez, “será totalmente silenciado en Nicaragua: probablemente si Cardenal viviera estaría preso o exiliado. Allí ya no hay ningún límite”.
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