Paco León convierte ‘El mago de Oz’ en un delirio moderno y emancipador
‘Rainbow’ es la cuarta película como director del sevillano. Se trata de una adaptación libre y personalísima del clásico ‘El mago de Oz’ en cuyo montaje combina danza, música, moda y un reparto estelar que incluye el debut de la cantante Dora Postigo en la gran pantalla. Otra apuesta de riesgo para un creador que lleva una década revolviendo los cimientos del audiovisual de este país.
Las expectativas fueron desmoronándose de una en una. Era uno de los proyectos más ambiciosos de los estudios Metro-Goldwyn-Mayer para el final de los años treinta, pero El mago de Oz (1939) no consiguió ni de lejos la taquilla esperada. Lo tenía todo: un reparto de lujo encabezado por Judy Garland, una inversión ambiciosa —la MGM adquirió los derechos de la novela de L. Frank Baum por 75.000 dólares y el coste total de la película casi alcanzó los tres millones de euros— y una crítica que no se emocionaba tanto desde Blancanieves y los siete enanitos, producida por la rival Disney dos años atrás. La cinta dirigida por Victor Fleming tuvo que esperar casi 20 años para recuperar su desembolso, pero una vez que desembarcó en televisión en 1956, ya no hubo vuelta atrás. Se calcula que, solo en Estados Unidos, más de 383 millones de hogares la vieron en sus primeros 25 años de retransmisión anual.
En España pasaría por las salas en 1945, pero no fue hasta décadas más tarde cuando la pequeña pantalla supo aprovechar sus virtudes. Paco León (Sevilla, 47 años) aún recuerda la primera noche, a principios de los años ochenta, que vivió el viaje iniciático de aquella niña llamada Dorothy pegado a la pequeña pantalla. “Me fascinó porque no se parecía al resto de cosas que un niño como yo podía ver en televisión por aquel entonces. Tiene la estructura sólida y eficaz de un cuento. Es una historia clásica que evita los tópicos que suelen invadir este tipo de relatos: el héroe es una niña, no hay príncipe ni historia de amor que la salve y sus mejores amigos son un grupo de discapacitados: uno sin corazón, a otro le falta el cerebro y un tercero que carece de valentía. Y, curiosamente, en esa diversidad es donde todos encuentran la salvación. Por un periodo concreto, claro, porque ya sabemos que al final del camino no hay nada”, razona León emocionado.
No es difícil intuir que de un revisionado reciente, concretamente durante la pandemia, el actor y director decidiría hacer de esta fábula su inspiración para Rainbow, la película que estrena en el Festival de Cine de San Sebastián y que llegará a los cines el 23 de septiembre y a la plataforma Netflix, a nivel mundial, el 30 del mismo mes. Pero más allá del esqueleto, cualquier parecido con la ficción original es una pura metáfora: en esta nueva interpretación, el espantapájaros es un joven trabajador de un desguace en los suburbios (Ayax Pedrosa), el hombre de hojalata es un ejecutivo triste de traje gris acartonado (Luis Bermejo), el león es el verso suelto de una familia nigeriana (Wekaforé Jibril) y las brujas, encarnadas por Carmen Maura y Carmen Machi, visten alta costura y diseños de la escuela japonesa.
La película es un homenaje al clásico, pero escapa hacia un universo de colores saturados y gestos tan hilarantes como Ester Expósito ejerciendo de modelo de bolsos de piel de sapo, discursos de directivas de empresas de belleza sobre principios que jamás defenderán y una fiesta final en la que muchos espectadores querrán zambullirse. León advierte de que se trata de una interpretación “libre y personal” del relato original, nacida de largas conversaciones con el guionista riojano Javier Gullón. “Mis planes pasaban por irme a Los Ángeles una temporada, que es donde vive Javier. Pero cuando el mundo saltó por los aires, empezamos a hacerlo todo online y a pensar qué historia podía permitirnos construir un universo completo. Estuve viendo opciones con relatos de [Antón] Chejóv y [William] Shakespeare, pero al reencontrarme con El mago de Oz hice el clic definitivo”, cuenta haciendo un chasquido. Para entonces, solo tenía dos cosas claras: que el baile, la música y la moda serían tan protagonistas como los personajes, y que la Dorothy que choca sus zapatos ya estaba decidida. Dora Postigo (Madrid, 18 años), conocida musicalmente como Dora, ya le había encargado la dirección del videoclip para su tema Ojos de serpiente, pero ni por asomo sospechaba que esta vez la propuesta sería ponerla frente a la cámara en una película de dos horas. “Fue una tarde en la que Paco vino a casa y me dijo que quería que hiciéramos algo juntos para la banda sonora de su nuevo proyecto. Pero, tras un par de explicaciones, me soltó que en realidad quería que fuera la protagonista. Me dio la risa floja, pero miré a mi padre y pillé que la cosa iba en serio”, espeta gesticulando con las manos. Es precisamente su padre, Diego Postigo, quien pone la firma musical al proyecto, contando con brochazos tan dispares como una peculiar colaboración con C. Tangana, acordes de afrobeat del artista Wekaforé Jibril y la voz de la propia Dora como eje central.
Director y actriz se abrazan efusivamente al encontrarse en un estudio fotográfico a las afueras de Madrid. No se han visto en algunos meses —ella acaba de llegar de un viaje de interraíl tras terminar el bachillerato—, pero es evidente que el afecto cimentado en el rodaje se mantiene intacto. “No estoy segura de que haya un director en este mundo que te ponga las cosas tan fáciles como Paco”, razona Dora sobre la escena minutos después. “Al final, yo era una chica muy joven que había ido haciendo mi música como me había ido apeteciendo y me sentía segura en ese ámbito, pero ponerme a actuar ya era otra historia. Había visto la peli original varias veces y me flipaba, pero fue él quien me dejó hacerlo libremente y ayudándome cada día con esta u otra cosa. Yo puedo escribir una canción, vomitar lo que siento ese día y decidir después si la trabajo o la tiro a la basura, pero en un rodaje tienes que estar física y mentalmente enfocado y sin despistes”. Al principio, Dora vio la tarea casi imposible, pero durante las 10 semanas que duró el rodaje acabó resultándole casi adictiva. “Paco no es un director al uso, igual que no lo es como persona. No disfruta dando órdenes, sino haciéndote disfrutar a ti de su mano. Si le sumas que entiende la diversidad como nadie, es difícil que no te salga algo bestial”, zanja.
La secunda el actor Luis Bermejo (Madrid, 53 años), que ya había coincidido con León en Kiki, el amor se hace (2016). “Yo estaba con una obra en el Teatro de La Abadía, y en uno de los descansos me llamó para contarme la idea que estaba pergeñando. Me pareció curioso, pero me gustó cómo quería contar un Oz contemporáneo, porque no recordaba nada parecido. Con el tiempo entendí que, si el talento es hacer algo en concreto mejor que los demás, el de Paco consiste en concebir las cosas con un tamiz del que tú o yo seríamos incapaces”, cuenta. Bermejo, que comenzó a actuar motivado por referentes como Alfredo Landa o Luis García Berlanga, alude a un Oz donde el hombre de hojalata lleva un traje que le viene grande, las brujas nunca llegan a ser nombradas como tal y un colocón de sustancias ilegales deriva en visiones de Michael Jackson. “Paco no tiene miedo a desmarcarse de aquello que no le interesa ni de incluir la idea más marciana del mundo si esa noche le ha quitado el sueño. Es lo que yo llamo un gran difusor de la colectividad, porque es capaz de que entiendas su chifladura más extrema y hacerla coherente contigo, sintiéndote parte de su universo”.
La dilatada carrera de Bermejo, con medio centenar de series y películas a sus espaldas —y otras tantas obras teatrales—, dista mucho de la de Ayax Pedrosa (Granada, 31 años), al que el director abraza a su llegada a la sesión de fotos como a un hijo pródigo. Solo había rodado una película antes de este proyecto, pero consigue desplegar en Rainbow la frescura de un novel junto a la garra de un veterano. Criado entre las calles de la localidad granadina del Albaicín, lleva más de una década componiendo rap junto a su hermano bajo el nombre de Ayax y Prok. Su último disco, Juglar del siglo XXI, se fraguó mientras preparaba la película y la adaptación televisiva de Hasta el cielo, la cinta de Daniel Calparsoro con Miguel Herrán y Carolina Yuste, estrenada en 2020. “Me he pasado un año sin pasar por casa, pero cuando me puse la peli de Paco en casa el otro día, la tuve que ver dos veces para creérmelo y para entender todo lo que este tío ha construido en esas dos horas”, revela. A esta aventura se le suma un factor emocional: el mismo día que León le ofreció oficialmente participar en la película, Ayax conoció a su actual pareja. “Mi primera conversación con ella fue sobre eso: la mejor casualidad que me ha pasado en la vida. Porque además Paco no me hizo una prueba para este u otro papel, me dijo que no conocía a nadie más que pudiera hacer algo tan loco”, recuerda aludiendo al vínculo creado, similar al que Quentin Tarantino sintió en su día con Harvey Keitel, el único, según él, que podía interpretar al Señor Lobo de Pulp Fiction (1994). Su tarea era convertir a un joven sin cerebro —el espantapájaros de L. Frank Baum— en un adulto a todas luces. “Con la diferencia de que mi personaje, Muñeco, era esta vez un tipo violento sin nombre ni origen encadenado a un jefe que le explota de sol a sol. Hasta ahí, todo bien, pero Muñeco es en realidad un tipo tierno y adorable que empatiza con el dolor y solo quiere proteger a los suyos, sabiendo cuándo en la vida lo único que te falta es algo de litio”, bromea el rapero. “Ese equilibrio tan loco era el que me obsesionaba clavar, y desde que supe que era para mí, ya no dormí del tirón hasta la última escena”, promete exaltado. Una misión similar afrontaba el polifacético Wekaforé Jibril, nigeriano habitual de la escena cultural barcelonesa desde que aterrizara en España al cumplir la mayoría de edad. Tras hacerse un hueco como diseñador de moda o músico con sobrenombres como Egosex, Spirit Disco o el colectivo The Voodoo Club, Rainbow es su debut como actor. “Empecé a colaborar en la banda sonora, y en uno de mis viajes a Madrid me habló por primera vez de León. Fui a una oficina a hacer una prueba y al poco me llamó para decirme que era mío”, cuenta con sonrisa abierta.
A cualquiera podría sonarle arriesgada la idea de hilvanar una película en la que casi toda la responsabilidad recae en intérpretes sin experiencia frente a las cámaras, pero esto no ha sido precisamente un problema en la filmografía de Paco León. Después de curtirse en la serie de Canal Sur Castillos en el aire (1999) o la sitcom de Telecinco Moncloa, ¿dígame? (2001), León se volvió uno de los rostros más reconocibles de la ficción nacional con el tierno y desternillante Luisma de Aída (2005-2014). “Eso fue una locura, pero yo también quería contar historias de cosecha propia desde hace tiempo”, recuerda. Aunque se estrenó en la dirección con la serie Ácaros (2006), fue su propia madre quien guardaba el as bajo la manga de su mejor golpe de efecto como director hasta la fecha. Carmina o revienta (2012) sería un punto y aparte en la ficción española; no solo por la fuerza incomparable de Carmina Barrios —de nuevo sin experiencia frente a los focos— como una mujer de clase obrera capaz de volver cómica la tragedia costumbrista, sino por la apuesta revolucionaria de León por estrenar la película simultáneamente en salas de cine, plataformas y DVD. “Todo empezó con unos tuits donde preguntaba a la gente si pagarían una u otra cifra por verla, y ese domingo me encontré con miles de respuestas de gente pidiéndomelo. Algunas de ellas vivían en México o tenían el cine más cercano a 200 kilómetros, y no entendí qué tenía de malo darles el mismo privilegio que a los demás. Así que, con todas, me lancé a ello”. La decisión encontró múltiples críticas, pero a León le funcionó: a la recaudación, de más de 660.000 euros —solo había costado 30.000—, se le sumó la Biznaga de Plata a su madre y una segunda entrega, Carmina y amén (2014), a la que seguiría, entre otros proyectos, la serie Arde Madrid (2018), sobre la aventura madrileña de Ava Gardner, para Movistar+. Este año es el décimo aniversario de la Carmina original —que goza de su pequeño cameo en Rainbow— y el balance de Paco es igual de emotivo que entonces: “Lo nuestro fue un experimento industrial, David contra Goliat a la española y con el cine. Había cosas, sobre el mercado y sobre el marketing, que no compartí entonces y tampoco lo hago ahora. Hubo algún momento delicao, pero mereció la pena. Y, gracias a eso, aprendí un poquito de este mundo, pero mucho de mí mismo”.
Hacia media tarde, el fotógrafo ha disparado imágenes de los protagonistas y Dora conversa con Paco, ambos vestidos con sendos trajes de rayas blancas y negras. Se repiten los abrazos, alguna despedida y la mirada encendida del director a los cinco músicos principales de su orquesta. Antes de enfundarse de nuevo en su camisa y sus vaqueros, León hace una última reflexión: “En una escena de la película, un personaje le dice a Dora que solo hay una cosa más fuerte que el miedo: la curiosidad. Pues esa es la gracia de mi historia. Yo podría perfectamente seguir presentando galas vestido de Raquel Revuelta como hice en Homo Zapping. Pero por ahora, como me mueve la curiosidad y me aburro todos los días de mí mismo, siempre prefiero volver a empezar”. Y eso, a todas luces, es este Rainbow: un nuevo comienzo para un artista inquieto.
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