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Adolfo Domínguez: “Hoy vive con más comodidades un obrero marginal que un rey hace cuatro siglos”

Sofía Moro

En el manojo de frases célebres de la Transición hay una suya que resulta imborrable: “La arruga es bella”. Con ella y con sus diseños rompedores saltó a la fama este gallego de Ourense. Hizo el bachillerato en un seminario, estudió cine en París y a la vuelta le propuso a su padre fundar una empresa que fue todo un éxito. Recién salido de una crisis económica, decidió reinventarse con otra frase: “Sé más viejo”. Es la consigna de su lucha contra el consumismo

LA SENDA del éxito no siempre ha resultado fácil de transitar para Adolfo Domínguez, diseñador, empresario, escritor y… polemista ocasional aun sin pretenderlo. La firma que creó en 1970 y que vistió a la progresía de los años ochenta aspira ahora a vestir a los mileniales, tras superar una grave crisis que obligó a pactar un ERE y a reorganizar sus más de 400 tiendas repartidas en 29 países. La transformación se ha llevado a cabo bajo la batuta de la hija mayor del costurero, Adriana, actual consejera delegada de la firma. Domínguez (A Pobra de Trives, 1950) sigue al tanto de la empresa, aunque con más tiempo para dedicarse a una vieja pasión: la escritura. La entrevista se desarrolla en una salita de la principal tienda madrileña de la empresa, junto al Retiro. Menudo y delgadísimo, Domínguez parece sumergido en la ropa que viste: suéter beis tostado de cuello cisne, pantalones azul marino y chaqueta ligera del mismo color. Bajo el follaje espeso de las cejas ­asoman unos ojos atentos.

Fue usted el diseñador de moda durante la Transición. ¿Cómo ve la transformación de los españoles en términos de vestimenta? Nosotros empezamos en los años setenta a partir de una sastrería que tenían mis padres. El fenómeno de la moda, me refiero al prêt-à-porter, no había surgido y, por tanto, las posibilidades eran pequeñas. En cambio ahora es un estallido de formas, de colores, a precios increíbles. El mundo no se parece para nada al que era. Hoy es mucho más casual, pero yo ya representé una ruptura casual en mi época. Hoy los cambios son instantáneos, entonces no lo eran. Y menos con un sistema político que impedía una evolución normal.

¿Y qué opinión le merece la moda de hoy? Bueno. Cuando eres joven, descalificas y jerarquizas. Cuando es uno viejo se hace mucho más tolerante, mucho más comprensivo. Como comprobó Newton por primera vez, la luz pasa por el prisma y se descompone en colores, ¿qué color es mejor? Todo es luz. Entonces, yo no comparo. Yo soy un costurero casual, muy adaptado ya a los tiempos. Para mí un modelo es James Dean, con la camiseta, la chupa de cuero, los jeans. Eso condicionó totalmente la historia posterior. Ahora ya es el chándal. Es la ropa de gimnasio.

Y las prendas rotas. Sí. Es un poco influencia anglosajona. Todo viene de allí. Renegamos en España de los americanos o de los anglosajones, pero todo viene de allí. La ropa desgastada es una moda que viene del siglo XIX. La aristocracia tenía la costumbre de que la ropa nueva la usara el chófer o el servicio.

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¿Comparte usted ese gusto por lo usado? Sí. A mí me gustan las cosas vividas. Mi mundo es un mundo refinado, pero me gusta le vécu, que dicen los franceses. Lo vivido tiene mucho encanto. Aunque tampoco creo que debamos pagar más por las cosas desgastadas.

Su ropa tenía un sello de austeridad, quizás producto de su formación peculiar. Porque estudió en el seminario. Sí, sí. Hay austeridad. Es que yo soy esencialista, minimalista, muy cartesiano. Me encanta lo japonés y, como tuvimos tiendas desde el principio en Japón, quizás eso me influyó. En realidad soy muy poco barroco. Y no descalifico el Barroco porque no hay estilos, hay resultados, eso está claro. Pero siempre me inspiró más la tendencia minimalista. Balenciaga, Givenchy, Courrèges, esos son los costureros que prefiero. Incluso Chanel, pero de otra manera.

¿Quería ser sacerdote? A esas edades uno no sabe. Hice el bachillerato interno en el seminario, entre los 10 y los 16 años. Era muy común. Me quedó muy buen recuerdo. Nadie habla de los seminarios; bueno, sí, la gente habla, pero mal. Yo hablo bien. Yo tuve la gran suerte de que me dieran la llave de la biblioteca. Y tener un sitio así en un internado inmenso, lleno de libros, eso es un sueño.

SOFÍA MORO

El caso es que lo dejó y se fue a París. Sí, es que yo leía mucho. Leí a Darwin, y eso remató la faena. El profesor de cosmología —¡qué bonita es esta palabra!— me dio a leer a Teilhard de Chardin, un jesuita darwinista, y la verdad es que me hipnotizó. Como me hipnotiza la gran literatura. Y de ahí pasé a estudiar cine en París. Allí estaba Truffaut, que venía mucho a nuestra universidad de Vincennes. Conocí a Althusser, a Sartre, a Godard… Bueno, los vi, para ser exactos. Quería hacer cine, pero la cola de meritorios era de cinco años… Así que volví a casa, hice la mili y le propuse a mi padre que abriéramos una fábrica.

“James Dean fue un modelo, con la camiseta, la chupa de cuero, los jeans. Condicionó totalmente la historia posterior. Ahora es el chándal. La ropa de gimnasio”

Y ahora que la empresa está en manos de su hija Adriana, ¿qué ha cambiado del estilo Domínguez? Bueno, ella es la consejera delegada. Yo sigo trabajando el producto, pero estoy muy contento del relevo. Mis tres hijas están trabajando en la empresa. Una, Tiziana, es diseñadora; otra, Adriana, consejera delegada, y Valeria, que es ingeniera y experta en comercio electrónico, está en el consejo y es responsable de todos los asuntos tecnológicos, sobre todo de la tienda online, que es muy importante. Mi hija Tiziana, que es la responsable del producto, está recuperando el ADN de los años ochenta.

La publicidad de su firma siempre ha sido original. Después de “La arruga es bella” llega ahora “Sé más viejo”, que promueve un consumo más sensato. ¿Cree que la sociedad lo aprecia? Bueno, es que el consumismo es una excrecencia que hay que eliminar del capitalismo. Lo tengo clarísimo. La sociedad de consumo que hemos creado es insostenible y no nos hace más felices. Felices entre comillas. La felicidad no es el objeto de la política y mucho menos de una política económica, pero sí lo es satisfacer necesidades. El consumismo es una cosa de nuevos ricos. Es la primera vez en la historia que los seres humanos podemos acceder a un consumo al que no tenían acceso ni los reyes en el siglo XVI. Hoy vive con más comodidades un obrero marginal que un rey hace cuatro o cinco siglos.

Vivimos en la cultura del bajo coste en ropa, en viajes, en comida. Es de bajo coste porque no se paga el coste ecológico que tiene. Pero, si no lo pagamos ahora, lo pagarán las generaciones siguientes. No creo que el consumismo en torno al que están organizadas las sociedades sea sostenible. El conocimiento, el estudio, es una alternativa. Educar a la gente puede ser caro, pero lograríamos una sociedad ganadora. El consumismo de baratijas y de cambiar constantemente de cosas es fatal. Por eso yo creo que este mensaje hace 30 años no calaba, pero hoy cala. Y ya hay segmentos de la sociedad que prefieren eso: consumir menos y mejor. Y volver a una vida más volcada a lo cultural, al conocimiento. El ocio no puede asimilarse a la borrachera, a ir a comer a un sitio a 100 kilómetros de donde uno está. Eso es insostenible. La gente que menos gasta es la que lee y escucha música.

Esa filosofía influye, supongo, en el estilo de su ropa. Su hija Adriana lo definía hace poco como galaico-japonés. La verdad es que me cuesta hasta definir lo español. Vivimos en la cultura occidental, y cuesta mucho distinguir entre lo francés y lo español, e incluso lo inglés. Hace años quizás se distinguía más, pero hoy, con la comunicación que hay…

Admira usted la cultura japonesa. En una entrevista citaba precisamente a Japón y a México como países con personalidad. ¿Cómo se define eso? Bueno, en primer lugar, por su arquitectura. Japón es un país muy refinado. Su arquitectura tradicional es impresionante. Y en cuanto a México, la arquitectura contemporánea, que es parecida en todos lados, allí tiene un sello propio. No sé si fue [Luis] Barragán el responsable de que esa arquitectura mexicana tenga una personalidad peculiar. Quizás esas moles aztecas y mayas les han inspirado una manera distinta de hacer las cosas y de solucionar los espacios.

Entonces la personalidad está en la arquitectura. No, no. También en la literatura. Juan Rulfo, por ejemplo. No hay nada igual a su Pedro Páramo. Me encanta. Desde El Quijote no hay nada igual. Y está también la cultura popular. La fiesta de los muertos de México es excepcional. Porque lo oculto es parte de la historia. Yo pasé en México una fiesta de los muertos y es una belleza.

¿Y qué me dice de España? A España le sobra personalidad. Yo preferiría que hubiéramos tenido una historia común con Inglaterra los últimos tres siglos, pero hubo un momento en el que nos separamos. Quizás fue en 1572, cuando Felipe II prohíbe a los estudiantes salir fuera, a otras universidades.

Hubo algunas guerras además. Tuvimos muy mala suerte. Carlos V era de Gante, de los Países Bajos, y nos metió en un conflicto que no tenía que haber sido el nuestro. Un conflicto que nos desangró y nos arruinó. Además de que hubo algunos errores de política económica claros, como la inflación que se produjo con el oro y la plata de América, que no supimos controlar. Y se destinó a financiar guerras en vez de a financiar telares o ­fábricas.

Se nota que ha sido usted empresario. Lo sigo siendo. Yo soy empresario.

¿Cómo ve al empresariado español actual? Avanzó mucho. Es un país que está exportando en estos momentos más de un tercio de lo que produce. Entre los grandes países, solo lo hace Alemania. No está mal. Un respeto. Otro dato: los estudiantes. Un tercio de ellos van a ingenierías o carreras técnicas.

¿Y a los trabajadores? No sé a qué se refiere.

Quiero decir cómo ve la competitividad y la cualificación de los trabajadores desde su perspectiva empresarial. Bueno, el país tiene un reto todavía. No olvidemos que Newton estaba enseñando física en Inglaterra a finales del siglo XVII, y aquí en Salamanca lo que privaba eran los estudios de escolástica, el derecho y estas cosas. La física era mínima y, por supuesto, no había científicos de la talla de Newton.

El peso de la Iglesia católica ha sido determinante. Creo que no solo. Fue más importante la prohibición de que los estudiantes fueran a universidades extranjeras. Hubo un momento clave que se perdió. Galileo logra describir un acontecimiento con números y unas décadas después Newton lanza la teoría de la gravitación universal. Eso España no lo vivió, eso es importante. España se separó.

No creo que hubiera muchos estudiantes con posibilidades de viajar entonces. Ah, claro, pero es que yo creo en las élites. Galileos y Einsteins hay pocos.

Entonces, ¿la historia de Inglaterra le gusta por sus élites? Es que tuvieron la suerte de acertar. Porque eso es azar. Todo el mundo intenta hacerlo bien, pero unos hacen unas cosas, y otros, otras. Es como funciona la evolución en la naturaleza. Variables sin fin, y unas sobreviven mejor que otras y se reproducen más.

¿Ese acierto anglosajón se extiende también a las leyes que rigen las relaciones laborales? No voy a decir nada respecto a relaciones laborales.

Veo que no ha olvidado la polémica que levantaron sus declaraciones pidiendo el despido libre en 2010. Puede hacer preguntas al respecto, pero no habrá respuestas.

Pero considera un éxito el modelo anglosajón. Es un hecho empírico. México era más rico que el país del norte. Se empobreció México y el norte subió de forma espectacular. ¿Por qué? Pues porque Adam Smith y Newton influyeron más en la población del norte que en la nuestra. Newton por el lado científico y Smith por lo económico. México tenía universidades, estaba muy desarrollado. Si hubiéramos estado más en contacto con Europa, Newton habría llegado a las universidades pronto y habríamos contagiado a México también. Y Adam Smith lo mismo. Llegó demasiado tarde. Lo cierto es que hoy hablamos inglés y no francés, alemán o español, que pudo ser la lingua franca. Pero el inglés se consolidó de manera absoluta.

Su empresa nació con la Transición y ha pasado una crisis muy profunda de la que se está recuperando ahora. También la Transición está siendo cuestionada. ¿Cree que puede llegar a imponerse este juicio negativo que hacen algunos de ella? No lo creo. Solo la cuestiona una minoría. Ganaremos los que hicimos la Transición. El problema es que también hubo equivocaciones. Fruto de estas equivocaciones fue la crisis brutal de 2008, mucho más fuerte que la que tuvo el resto del mundo, y menos mal que estábamos atados a Europa. Pero la Transición fue un acierto. Es el periodo democrático más importante que hemos vivido. Y para mí la democracia es esencial. Yo creo que la voluntad política tiene que forjarse de abajo arriba y no de arriba abajo, y eso lo ha hecho posible la Transición. Yo no tengo ninguna nostalgia de la primera mitad del siglo XX en España. Ni del periodo republicano. No resolvieron los problemas, la prueba de ello es la Guerra Civil. No fue gratuita. Se equivocaron todos. Está claro que, cuando hay una crisis económica brutal, el sistema político se resiente. Pero tengo una visión esperanzada del futuro de España. Europa no la compro entera, pero nos protege de nuestros demonios, que están ahí.

Ha publicado usted un libro, Juan Griego (Defausta), con el mismo título del que ya publicó en 1992. ¿Da por sentado que el primero no lo conoce nadie? No es eso. Lo que vi es que había una trama en el primer libro que se podía desarrollar hasta el infinito. Lo leí después de publicado y pensé: esto puede ser mucho mejor. Pasaron 25 años, es cierto, pero se necesita sabiduría y trabajo para escribir, y con los años los ganas. Además, hay que romper mucho, tachar mucho y tirar mucho a la papelera. Al lector hay que respetarle y darle solo las cosas muy trabajadas. Obviamente, el libro es otro. Y yo creo que es un buen libro. Se está vendiendo y los lectores me paran por la calle en casi todas las ciudades.

Juan Griego se centra en la etapa de la dictadura militar argentina (1976-1982). ¿Conoce tan a fondo el tema como para atreverse a entrar en él? Yo creo que sí. No soy un historiador. Tampoco me documenté particu­larmente. Soy un lector de prensa y un buen lector. Muy selectivo. Hice ficción pura, y en forma de verso sin rima. Suscribo lo que el poeta William Carlos Williams dice de su verso: que es un verso de sentido. Yo hago lo mismo. Mi código es la claridad y la sencillez. Como si fuera el Código Napoleónico.

¿Y no se le ha ocurrido escribir algo así sobre España? No tengo la distancia necesaria. No acometería esa tarea porque España me duele demasiado. Curiosamente, los hechos que se cuentan en Juan Griego, que son todos reales, sucedieron mientras aquí se desarrollaba la Transición, entre 1976 y 1982. Además, para los gallegos, Buenos Aires es una ciudad muy cercana. Yo tenía seis u ocho tíos en Buenos Aires y dos en México, y recibíamos cartas de allí cuando era pequeño. Y luego, la lengua es la misma. Y no es que no me duela lo que sucede allí, pero sobre España no lo haría. 

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