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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado
África

Los huertos urbanos no son la solución al hambre en las ciudades africanas

Un grupo de investigadoras sudafricanas evidencia la necesidad de cerrar la brecha alimenticia en el continente con medidas como el empleo y las ayudas

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En este blog ya hemos defendido con anterioridad que "los edificios naturados son parte de la solución a los retos urbanos". Hace apenas un año, un artículo de Reuters aseguraba que "los huertos urbanos podrían suministrar casi todo el consumo recomendado de verduras para los habitantes de las ciudades". A pesar de todo, en contextos de pobreza las capacidades de las huertas urbanas podrían verse limitadas, tal y como defiende un estudio reciente de la Universidad de Ciudad del Cabo, que asegura que la tendencia en defender los huertos urbanos en el caso de las ciudades del África Subsahariana es insuficiente a la hora de combatir el hambre.

"La respuesta para llenar la brecha alimentaria urbana no es esperar que la gente pobre cultive sus propios alimentos: los entornos y las economías de la ciudad no se prestan al tipo de huerta urbana que los responsables de las políticas creen que será la solución al hambre urbano. Si las personas van a mantenerse bien alimentadas y bien nutridas, necesitan tener una fuente de ingresos amplia y previsible en sus hogares, ya sea de un trabajo, una pequeña empresa, subvenciones sociales o planes de préstamos comunitarios. Necesitan tener buenos servicios municipales en sus barrios. Necesitan cocinas limpias y funcionales. Y necesitan alimentos diversos, nutritivos y asequibles a la venta en las distancias a pie de sus hogares", aseguran, instando a los municipios y los gobiernos nacionales a tomar medidas para combatir la brecha alimentaria en las ciudades africanas, una cara más de la pobreza. 

Bajo el titulo de Tomatoes & Taxi Ranks: Running Our Cities To Fill The Food Gap, esta reciente investigación llevada a cabo por la geógrafa Jane Battersby y la profesora de planificación urbana Vanessa Watson, ambas del Centro Africano de Ciudades, analiza los productos frescos que salen de las puertas de los agricultores y cómo llegan de la granja a los platos de las familias africanas, observando las fuerzas y agentes que determinan cuánto cuesta la comida y qué forma toma una vez llega al plato. Además, sus autoras estudian si esta comida sacia suficientemente a las familias y si nutre a la población a largo plazo, con un prisma muy crítico a las políticas que se llevan a cabo actualmente en el continente para paliar el hambre y la pobreza urbanas.

Mientras se espera que los actuales 1.200 millones de ciudadanos de África se dupliquen para 2050 y que las ciudades africanas alberguen a un 80% de este crecimiento, especialmente en sus barrios informales, el sistema alimentario urbano preocupa, y mucho.

La pobreza genera hambre y el hambre es generador de pobreza.

Es por eso que el equipo de seguridad alimentaria urbana de la CUP (Consuming Urban Poverty), una colaboración de investigadores alojada en el Centro Africano de Ciudades de la Universidad de Ciudad del Cabo ha estado tres años investigando en ciudades como Epworth en Zimbabwe, Kitwe en Zambia y Kisumu en Kenia para comprender mejor el vínculo entre comida, hambre y pobreza en este tipo de contexto de ciudad africana. Mientras las estimaciones predicen que el 75% del crecimiento urbano de África se producirá en ciudades "secundarias" como estas, los retos relativos al acceso a los alimentos, la nutrición y la salud están siendo los principales rompecabezas de los investigadores.

Tal como cuentan Battersby y Watson, para un africano medio residente en un barrio humilde de cualquier ciudad, tener que hacer frente al transporte público, a alimentos saludables y nutritivos, las cuotas escolares, el alquiler o el combustible o electricidad para cocinar... es una auténtica rompecabezas. Especialmente, cuando llega fin de mes. El vínculo es claro para ellas: la pobreza genera hambre y el hambre es generador de pobreza. Un déficit nutricional prolongado determina el rendimiento físico y cerebral de los individuos, el desarrollo cognitivo o incluso enfermedades como la depresión o la osteoporosis. Así, argumentan, una persona pobre desde la infancia, que ha carecido de las vitaminas y minerales necesarias para desarrollar todas sus potencialidades, puede acabar siendo una gran carga para su familia y para la sociedad.

"A los bebés, una escasez de nutrición adecuada puede hacerles sombra durante toda su vida. Los primeros 1.000 días de la vida de un niño, desde el momento de la concepción, hasta que alcanza los dos años de edad, es cuando ocurre la mayor parte del desarrollo de su cerebro. Sin las vitaminas y los minerales adecuados en este momento, para la madre, mientras el niño está en el útero y durante la lactancia, y para el niño después del destete, el cerebro no crecerá a su máximo potencial y siempre permanecerá subdesarrollado", dicen. "El niño terminará con un coeficiente intelectual más bajo que el que él o ella tenía el potencial de lograr, tendrá un menor desempeño escolar y también será menos empleable como adulto. El resultado de este tipo de desnutrición en la primera infancia, según el Banco Mundial, es que puede reducir el potencial de ingresos de una persona hasta en un 10% a lo largo de su vida".

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