Una tragedia anunciada
Contemplada desde el alejado y protegido balneario del Norte, la penuria cotidiana de decenas de millones de personas del mundo pobre, abocadas en su mayoría al exterminio anual por la miseria y el hambre, suele aceptarse ya como el destino fatal de una tragedia periódicamente anunciada. Esta actitud de cínica resignación aparece sólo paliada de cuando en cuando por el gesto compasivo de campañas de ayuda de emergencia.Tomemos una experiencia reciente. La respuesta a la emergencia africana del pasado año ha logrado movilizar a millones de personas en todo el mundo con una aportación cifrada en unos 300 millones de dólares; la ayuda prometida por los Gobiernos en 1985 supone aproximadamente, 3.000 millones de dólares adicionales. Al mismo tiempo, los países africanos han devuelto al mundo industrializado por deudas e intereses en ese período más de 7.000 millones de dólares. Este balance negativo no desmerece la importancia de la solidaridad de millones de personas ni los resultados conseguidos que han permitido la sobrevivencia de miles de individuos, pero demuestra brutalmente que la magnitud del problema requiere mucho más que paliativos de emergencia si se pretenden alcanzar soluciones duraderas.
El escenario urbano
La desnutrición e incluso el hambre son ya una cuestión de dimensión urbana, especialmente en las ciudades más pobladas.
En numerosos países africanos, asiáticos y de América Latina, la caída de la producción interna de alimentos y los efectos de la recesión externa han expulsado nueva población rural hacia las grandes ciudades y deteriorado aún más la situación de los hacinados tugurios suburbanos. En algunas ciudades del norte industrializado, la reconversión de la base industrial tradicional y los efectos de las políticas de ajuste han marginalizado importantes sectores de población y en algunos casos se han creado auténticas balsas de pobreza.
Las perspectivas de crecimiento y distribución de la población mundial no contribuyen a mejorar el panorama. Según las últimas estimaciones de las Naciones Unidas, en el año 2000, es decir, en algo más de un decenio, cerca de la mitad de la población mundial (6.123 millones de personas) vivirá en ciudades, especialmente en ciudades muy grandes.
La gran mayoría de estas metrópolis están situadas en países subdesarrollados, algunos de ellos muy subdesarrollados y con problemas críticos y déficit alimentarios. Nada hace pensar que el hambre vaya a afectar menos a las zonas urbanas que a las áreas rurales de estos países. Nairobi, Addis-Abeba, Lagos, Kinshasa, en África; Manila, Daeca, en Asia; Teherán, Bagdad, Damasco, en Oriente Próximo; Lima, São Paulo o Ciudad de México, en América Latina, con más de un centenar de millones de habitantes estimados en total, aparecen como puntos focales de ese mapa de la desnutrición y el hambre de los suburbios de aquí a final de siglo. No se trata de una premonición, sino de una posibilidad real, a menos que se ponga remedio.
El intento de explorar vías directas de ayuda debería contribuir también a eliminar determinados mitos sobre el hambre. Como casi todas las cuestiones aparentemente obvias, las causas del hambre son a la vez muy simples y muy complejas.
Aparte de las hambrunas espectaculares de emergencia, el hambre de la mayoría de países es en realidad un hambre invisible. La desnutrición visible es escasa. Sería hora de que la imagen del niño famélico moribundo en medio de un paisaje desértico, repetidamente utilizada por los medios de comunicación, sea sustituida por una mayor comprensión internacional acerca de lo que realmente significa la desnutrición. Tanto en sus causas como en sus consecuencias, la desnutrición está ligada a enfermedades e infecciones que a su vez agudizan y se ven agudizadas por la propia desnutrición. Se origina así una espiral descendente que lleva a la inanición y en algunos casos a la muerte. Millones de personas ven minada brutalmente su sobrevivencia en el campo y en las ciudades antes de llegar a la fase terminal.
El hambre no es en muchos casos sinónimo de escasez o falta de alimentos, sino de pobreza ya sea rural o urbana. Es decir, de incapacidad individual o familiar de producir o adquirir los alimentos necesarios para el propio sustento.
Tierras, alimentos y población
La cuestión crucial de la distribución de alimentos, tanto en su aspecto logístico y comercial como de capacidad adquisitiva, no supone minusvalorar la importancia fundamental de los límites impuestos por la capacidad física de producción y el tamaño de la población en las condiciones concretas de cada región y país.
Se dispone ya de un estudio más exhaustivo destinado a establecer un balance escalonado por países, de la capacidad de sustentación física de las tierras de acuerdo con las condiciones de las técnicas de cultivo y las previsiones de crecimiento de la población entre 1975, año base del análisis, y el año 2000 (1).
Imposible dar aquí más que un resumen muy esquemático de sus reveladoras conclusiones. El estudio está basado en los datos detallados de suelos y climas de 117 países de Asia, África y América Latina, con una población global de 1.941 millones de personas, casi la mitad de la población mundial del año base, y con una proporción prevista bastante mayor a finales de siglo.
Incluso bajo supuestos máximamente ideales de introducción de un alto nivel de consumos agrícolas, más de la mitad de los países en desarrollo quizá no puedan alimentar a su población hacia el año 2000.
Un total de 65 países con agricultura de subsistencia contarán únicamente con su producción agraria para su suministro de alimentos, por cuya razón es muy posible que no puedan satisfacer las necesidades alimentarias de su población.
África será uno de los continentes más afectados, pues 31 de sus 50 naciones tendrán problemas en este sentido. Pero es probable que las dificultades más graves surjan en el Asia suroccidental, donde sólo uno de los 16 países de la región será autosuficiente en alimentos, y ello a costa de utilizar todo tipo de métodos de cultivos excepto los más avanzados.
Si se emplearan sólo bajos niveles de insumos, las tierras de cultivo de estos países no producirían alimentos suficientes para su población estimada hacia final de siglo. Más de la mitad de dichos países no lo lograrían ni siquiera adoptando métodos de cultivo de nivel intermedio. Y 19 de ellos seguirían en una situación crítica, incluso con medios de explotación agrícola óptimos.
Tal conclusión se basa en el supuesto de que se explotara toda la superficie cultivable y que ésta se dedicara por completo a la producción de alimentos. No se contempla el cultivo de otros productos agrarios, ni siquiera leña.
Aunque se pudiera elevar el nivel de explotación agrícola al estadio intermedio en todo el continente, 12 de los 51 países africanos seguirían en una situación deficitaria.
Los resultados del estudio plantean cuestiones de largo alcance en relación con los desequilibrios entre la población y los recursos de todas las regiones analizadas.
Si bien es cierto que el crecimiento demográfico no es la causa última de la escasez ni de la pobreza, no cabe duda que el aumento acelerado de la población en condiciones de penuria contribuye a agravar poderosamente todos los demás problemas. No se trata de limitar la pobreza reduciendo el número de pobres potenciales mediante el control de la fecundidad.
La alternativa está realmente entre continuar ajustando la población a la escasez a través del mecanismo inhumano del hambre y la mortalidad prematura, o bien tratar de alcanzar un reequilibrio dinámico que movilice a la vez los recursos disponibles y capacite a la población más vulnerable para producir o adquirir sus propios alimentos y acceder a los servicios educativos y sanitarios que le permitan reducir la mortalidad evitable y elegir el tamaño deseado de su familia.
Sin duda, no es una tarea fácil. Requerirá una gran movilización de recursos nacionales e internacionales de todo tipo si se quiere al menos lograr la supervivencia de la población más vulnerable en los países en situación crítica. Pero, sobre todo, hará falta voluntad política, uno de los recursos más escasos en la cooperación internacional. Sólo así, esta nueva iniciativa del Ayuntamiento de Madrid y de las ciudades capitales iberoamericanas, de ayuda directa entre las ciudades en favor de sus ciudadanos más necesitados dejará de representar el papel de Casandra anunciadora de una nueva tragedia evitable.
1. Potential population. Supporting capacities of lands in the developing world. Roma, 1984, FAO, FNUAP (Fondo de las Naciones Unidas para Actividades en Materia de Población) e IIASA (Instituto Internacional para el Análisis de Sistemas Aplicados).
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