Una jornada de trabajo viendo películas de saldo de Netflix
Un crítico de EL PAÍS intenta desentrañar el valor cinematográfico de la abundante oferta de estreno de la plataforma digital
El cineasta Morgan Spurlock se propuso en 2004 investigar sobre su propio cuerpo los efectos de la comida basura: comería tres veces al día únicamente en McDonald’s a lo largo de un mes, y filmó todo el proceso, el de deglución y el médico, en el documental Super Size Me. No vamos a llegar a tanto, sobre todo en el terreno de la salud, pero en una operación que quizá no esté tan lejos de lo que hacen ciertos espectadores de vez en cuando con el audiovisual, nos hemos propuesto pasar toda una jornada de trabajo, ocho horas seguidas, entre las películas de saldo de Netflix.
Entre los llamados originales de la plataforma hay un buen puñado de títulos memorables y de prestigioso éxito, dirigidos por algunos de los grandes nombres del cine internacional: El poder del perro, Estoy pensando en dejarlo, Historia de un matrimonio, Fue la mano de Dios, El irlandés, Roma… Pero además de esos puntuales hitos, Netflix estrena cada semana entre dos y cinco productos con su sello, ya sea de producción o de distribución, procedentes de países de todo el mundo. Películas mediocres en su mayoría. Y ahí queremos llegar.
Los visionados no se han producido sin una selección previa. De hecho, para que no nos acusen de ir a por lo peor de la plataforma, hemos eliminado los estrenos de agosto (cuando se estrena poco y lo peor de lo peor), nos hemos centrado en los meses de junio y julio, eligiendo producciones con algún aliciente interpretativo o autoral (aunque la palabra le venga enorme), y en un orden que mezcle los géneros y los estilos para hacer más llevadero el atracón.
Por una vez en estos años como crítico de EL PAÍS me van a permitir la primera persona para la narración. Y un aviso: el ejercicio no es una locura ni una anomalía; es muchas veces mi día a día (críticas, preparación de clases de cine…), y en festivales estos maratones suelen ser diarios, aunque, cierto es, con otro tipo de películas. Mi papel será el de crítico, pero también el de cualquier espectador. La idea es verlas enteras, o quizá cortarlas para ir probando otras, como una tarde-noche cualquiera de un abonado de Netflix en busca de su ocio. Solo que yo las voy a ver seguidas, en mi horario de trabajo, entre las 10 de la mañana y, más o menos, las 6 de la tarde.
10:00 horas. Unos suegros de armas tomar
“Netflix presenta”: un producto, desde luego, no del montón. Película producida por Adam Sandler, de 47 millones de euros de presupuesto, con algunos grandes nombres en su reparto: Pierce Brosnan, con su preciosa voz, Ellen Barkin (qué guapos y maduros están ambos) y Michael Rooker. El mejor momento de los tres fue hace más de dos décadas, pero ahí están. El protagonista y cabeza de cartel es, sin embargo, el cómico televisivo Adam Devine.
Primeras imágenes. Formalmente, la foto digital y su tratamiento es el típico para la televisión: atiborrada de luz, horrenda. Hay una nula profundidad de campo, incluso con dos personajes casi juntos en un mismo plano, donde uno no acaba de encontrar el foco. En el fondo, el tono es el de cualquier comedia romántica de bodas. Los diálogos con los padres de él son graciosos y estos están interpretados por dos buenos secundarios: Richard Kind y Julie Hagerty. A pesar de la histriónica y llorona comicidad de Devine, de momento, parece soportable.
Diez minutos, primer giro tonal. No es solo una comedia romántica. También va a haber thriller y comedia negra. Una comedia de acción. Empiezan los disparos en la cabeza y los sesos saltando. Unas secuencias no encajan con las otras, parecen de películas distintas. Quizá el algoritmo creativo ha introducido dos referentes distintos, pero se ha olvidado de igualarlos.
El personaje de Devine trabaja en un banco. Sus suegros, Brosnan y Barkin, son atracadores de bancos. Lo roban con máscaras, pero él sabe que han sido ellos. Y, claro, no se lo puede decir a su novia. No está mal la idea. Hay algún gag recurrente con gracia (el empleado que se queda siempre encerrado en la cámara acorazada). También una cierta obsesión por los chistes “de pollas”. Literal.
A mitad de la película llega la acción. Y entonces se acaba. La llorería constante de Devine, que antes cargaba, es casi lo único que se aguanta, junto a un par de momentos de otra secundaria con gracia: Lauren Lapkus, de The Big Bang Theory. Dan ganas de quitarla, aunque tras casi una hora es mejor terminarla.
Acaba y solo me viene una cifra a la cabeza: 47 millones de euros.
11:33 horas. Huye, conejo, huye
Película australiana protagonizada por Sarah Snook, la fascinante hermana pelirroja de Succession. Tan arriba como está, no creo que haya elegido un bodrio para su acercamiento al cine tras el cierre de la serie. También está Greta Scacchi, otro gran nombre de los ochenta y noventa, ahora de capa caída. Dirige Daina Reid, que en su currículo más reciente tiene su labor como creadora de Las luminosas, serie de Apple TV protagonizada por una estrella de la televisión, Elizabeth Moss, y con una buena crítica en este periódico. Y un aviso para los intelectuales literarios: pese a su título, nada que ver con Corre, conejo, corre, prestigiosa novela de John Updike.
Primeros minutos. Australia, sus muy particulares temperatura y naturaleza, y los efectos de la climatología. Parece tener resonancias de La última ola, Picnic en Hanging Rock, Walkabout... Ya quisiera yo.
Intriga psicológica en torno a una madre y una hija, de unos siete años. El personaje de Snooke tiene un lado perverso que puede ser atractivo cinematográficamente. Y hay algún diálogo inquietante entre las dos protagonistas:
—¿Qué te pasa?
—La echo de menos.
—¿A quién?
—A mi madre.
—Cariño, tu madre soy yo.
La abuela de la cría y madre de la madre tiene demencia senil y está en una residencia. Es Scacchi. Surgen apuntes de una posible reencarnación. Casi todo bien. Hay cierta atmósfera, y un buen tratamiento de la luz y de la música, pero avanza con demasiada morosidad. No es tan hermosa ni tan seductora como para deleitarse con los tiempos muertos, ni tan entretenida como para enganchar.
A los 55 minutos llegan las explicaciones clave de guion. No están nada mal. Sin embargo, desde ahí, el tono empieza a virar hacia el terror y todo son clichés, reiteración y truculencias, mientras sigue el equivocado tempo lento. La película se ha agotado. A la hora y cuarto estás deseando saber lo que ocurre y que acabe de una vez. Seguro que las más jóvenes generaciones hacen esa cosa tan rara de ver el resto a doble velocidad. Yo, en este caso a mi pesar, soy un clásico. O la quito, o sigo viéndola como se debe. Cometo el error de seguir.
13:08 horas. La combinación perfecta
Sinopsis: Una mujer de 40 años con todo en juego (su carrera de alto riesgo, su reloj biológico en marcha, su cuenta bancaria) lo arriesgará por un romance secreto intensamente lujurioso con la única persona que podría destruirle. Suena a thriller erótico de los ochenta. La estrella es Gabrielle Union. Bonitos títulos de crédito, preciosa canción de fondo de Billie Holiday y Louis Armstrong: You Can’t Lose A Broken Heart. Esto promete. Espantosa primera secuencia: diálogos retóricos, apuntes de comedia, información que un personaje da a otro solo para que lo sepa el espectador, pues el segundo ya lo sabía. Colores chirriantes, infames subrayados musicales. De nuevo, foto plagada de luz.
El primer encuentro sexual es de risa. De comicidad involuntaria. Los diálogos y la descripción de la cultura afroamericana de la música, la moda y las fiestas, terrible. No he llegado al minuto 20, y ya me dan ganas de abandonar. Ahora bien, aún me puede una cosa: llegar a comprobar qué significa para sus autores y publicistas, los que han colocado esa frase en la sinopsis, lo de “intensamente lujurioso”. Estoy en el minuto 25 y hago lo que no debo (o quizá sí): pulso el fast-forward del mando y busco esa confirmación. No llega hasta el minuto 49. Se besan en la calle durante unos segundos, cambio de plano, elipsis, ya están acostados en la cama tras, se supone, el acto. ¿Es esto la lujuria para las nuevas generaciones de creadores y espectadores cinematográficos? Que busquen películas de Ellen Barkin en los ochenta y primeros noventa y verán lo que es el sexo en el cine. Los amantes entrelazan los dedos de sus manos y se dicen cosas como “Me encanta tu culito”, pero no hay la menor exposición física. ¿Gato por liebre o los pacatos nuevos tiempos? Ustedes eligen.
13:45 horas. A través del mar
Vamos a por una española. “Una [otra] película de Netflix”. Estrenada exclusivamente en la plataforma sin pasar por los cines comerciales. Con pinta de romance adolescente, la dirige Marçal Forés y es una secuela de A través de mi ventana, de 2022. Se han dado prisa para la continuación; parece evidente que la primera debió dar sus frutos.
No han transcurrido ni dos minutos y nadie ha dicho aún ni mu, cuando llega la primera cancioncilla melosa. Sobre ella, algunos mensajes de amor, otros de sexting ligero y un primer polvo. A los seis minutos de metraje ya están dejando la relación. Esto va muy deprisa. Es el vértigo juvenil y, sobre todo, que hay una relación a distancia: el chico está de Erasmus en Estocolmo; ella, en Barcelona. Minuto 12: ha llegado el verano y ya están juntos otra vez. Dios, qué velocidad.
La factura es aparentemente impecable, pero impersonal. Hay casas lujosas y un verano por delante. Secuencias que parecen un anuncio de helados subido de tono. Deleite en los cuerpos y más cancioncillas. Otro polvo a cámara lenta, de apenas tres segundos; un cunnilingus sin explicitud, filmado desde la espalda de él, de un par de segundos, seguido del plano-detalle de un cornetto al que se le derrite el chocolate y cae sobre un pecho desnudo. Droga dura, esto.
Chicos y chicas en casoplones pasándolo en grande. Van casi 25 minutos y aún no se ha producido ni una conversación un poco larga, ya sea trascendente o idiota. Llega la primera, entre dos amigos que parecen mirarse con ojeriza, al borde la piscina de un chalet, mientras los demás piden pizzas de fondo. Tiene cinco frases:
—¿Qué tal el curso?
—No he ido a clase.
—¿Y tú, has aprendido a nadar?
—Casi me matas.
—Un sustito para los Hidalgo, pero un gran paso para la Humanidad.
Suficiente.
14:20 horas: Una vida maravillosa
Cambio de país, de España a Dinamarca, aunque no de género. Otro romance, este, algo más maduro, pues rondan la treintena. Romance musical. Tiene todos los tópicos del subgénero ascenso, caída y redención en el mundo de la música de un don nadie: un pescador huérfano desde niño, de vida complicada, al que descubren en una actuación en un pub. No muestra nada nuevo ni talentoso, pero la imagen es bonita, el músico y su joven productora son muy guapos, y se deja ver.
Su estructura y sus personajes son muy semejantes a los de una de las películas protagonizadas por Raphael y dirigidas por Mario Camus en los años sesenta: Cuando tú no estás. El atropellado camino hacia el éxito del pescador sensible, convertido en ídolo juvenil, está narrado sin brillo, aunque llego al desenlace sin síntomas de agotamiento e incluso con unas imágenes finales bastante bonitas. El actor protagonista, Christopher (así, sin apellido), es una estrella de la canción en Dinamarca y visitó España en junio para hacer promoción de la película, un éxito en los rankings de la plataforma en España. Volverá en octubre para un concierto en el WiZink Center de Madrid. En el país de las películas ciegas, la tuerta es una revelación.
16:10. Sé tú misma
Turquía está de moda en el audiovisual, sobre todo sus telenovelas. Pero aparte de la formidable filmografía de Nuri Bilge Ceylan, Palma de Oro en Cannes con Sueño de invierno, y al que le daría un pasmo si viera su nombre en esta pieza, pocas películas turcas contemporáneas he visto.
Esta me dura algo más de media hora. Lo suficiente como para que su realización de mala televisión, sus interpretaciones pasadas de rosca, su presuntamente moderna ruptura de la cuarta pared (¡con efectos de sonido de entrada y de salida cada vez que la chica protagonista se dirige al espectador!) y el comienzo de su historia de joven adicta a la moda, contada de forma pedestre, me parezcan espeluznantes. Quizá en ciertos círculos turcos lo de las webs de citas, Instagram como camino hacia el éxito y el espíritu libre de su personaje llamen la atención. Por aquí no se entendería mucho que alguien ocupara su tiempo en esto.
16.45: Tyler Rake 2
El agente de la DEA que interpreta Chris Hemsworth se mueve entre Georgia y Austria en esta segunda entrega. La primera, de 2020, tuvo crítica en este periódico y la hice yo. Fue relativamente positiva.
Repiten Sam Hargrave como director y Joe Russo como guionista, aunque se han puesto más serios y no les sienta bien. La primera secuencia de acción tarda media hora en llegar y ese trecho inicial es tedioso, casi desesperante. Luego hay algunos planos secuencia espectaculares, pero la efervescencia pasajera sin ínfulas de la primera era mucho más estimable. En los entreactos con diálogo y calma, entre las secuencias de tralla, miras la película, aunque ya no la ves. Oyes lo que dicen, aunque ya no escuchas. Dan ganas de coger el móvil, ver si hay mensajes o dar una vuelta por las redes sociales mientras se sigue de reojo la trama. No lo hago. He decidido aparcar el móvil durante estas ocho horas. Ahora bien, creo que cualquier espectador normal acabaría haciéndolo. Luego dirá que ha visto una peli de Netflix, pero solo estaba puesta mientras él seguía con su vida y andaba con sus cosas del móvil. O quizá sea al revés. Cuesta horrores llegar al final. El cine de evasión no era esto.
La pregunta ahora es: si hubiésemos ido al cine a ver estas películas, ¿hubiera valido la pena el pago de la entrada? No. Con estas, no. Un mes de Netflix vale como un par de entradas, dirán algunos. Sí, pero si te pasas el mes viendo productos así, igual la carestía no proviene de la parte económica sino de la gestión del tiempo. Eso sí, que cada cual decida lo que hacer con el suyo.
18.45: Fin. Ya es hora de que utilice yo el mío, que además me he pasado de las ocho horas previstas.
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