“Nadie sabía qué hacer conmigo”: el regreso de Linda Hamilton, la estrella de acción que sobrevivió a ‘Terminator’, a las drogas y a la depresión
La intérprete, rostro inconfundible de la saga protagonizada por Schwarzenegger, vuelve a la primera línea tras confirmarse su participación en la última temporada de ‘Stranger Things’
La han interpretado estrellas de Juego de tronos como Emilia Clarke y Lena Headey, pero para los seguidores de la saga Terminator, la auténtica Sarah Connor siempre será la actriz Linda Hamilton (Maryland, 66 años). Ella es el alma de la heroína preapocalíptica, una indisimulada Virgen María más furiosa que piadosa que, en lugar de poner la otra mejilla, recarga el bazooka. El papel le dio un lugar permanente en el panteón de la cultura pop y podría haberla convertido en estrella, pero en su camino se cruzaron adicciones con las que pretendía esconder un permanente estado de ira, tristeza e insatisfacción que tardó años en recibir un diagnóstico: trastorno bipolar. Vuelve a ponerla de actualidad su fichaje por Stranger Things, un contenedor de nostalgia ochentera que ya ha recuperado a figuras como Sean Astin (El Señor de los Anillos), Cary Elwes (La princesa prometida, Saw) y Robert Englund (Freddy Krugger en Pesadilla en Elm Street).
“Iba a ser una actriz shakesperiana, pero todo cambió con Terminator”, resumía Hamilton en una entrevista hace pocos años. Tras una juventud errática intentando canalizar su energía a través de la interpretación, se mudó a Nueva York y estudió con el prestigioso Lee Strasberg, maestro de Marlon Brando o James Dean. Una escuela de interpretación que no invitaba a adivinar su futuro en el terror y la ciencia ficción. En 1984 protagonizó dos películas que la situaron en el mapa: la adaptación de la novela de Stephen King Los chicos del maíz y lo que parecía una excentricidad serie B de un joven y desconocido director llamado James Cameron, Terminator. Cuando recibió aquel guion sobre una camarera y un viajero del tiempo que huyen de un robot implacable, lo aceptó porque no tenía más ofertas. Pero a Cameron le había impresionado tanto su audición que hasta modificó de 19 a 27 años la edad del personaje para ajustarse a la de Hamilton.
No esperaba nada del proyecto, el presupuesto era ínfimo, casi todos los implicados eran novatos y el rostro más conocido era el de “un culturista que pretendía ser un actor”. O eso pensaba de Schwarzenegger antes de conocerlo, según ella misma cuenta en el documental Arnold (2023): “Como tenía curiosidad, fui a saludarlo. Cuando vi su físico, la rigidez al caminar y todo lo que estaba aportando al personaje pensé que tal vez sí fuese a funcionar”. El rodaje fue agotador, trabajaron día y noche y Hamilton pasó gran parte de su papel encogida o huyendo. “Fue duro psicológicamente. Cuando terminaba de rodar seguía soñando con Terminator”. Y, contra todo pronóstico, aquella pequeña película fue un éxito de crítica y público.
Todos al cielo menos Linda
Sin embargo, aunque las carreras de Cameron y Schwarzenegger despegaron, a Hamilton no le llegaron ofertas muy interesantes. Su papel de mayor éxito en la época posterior a Terminator se lo proporcionó una serie de televisión, La bella y la bestia (1987), moderna reinterpretación del clásico en clave policíaca (Bella era, en esta ocasión, la asistente del fiscal de distrito de Manhattan) producida y coescrita por George R.R. Martin. Hamilton y Ron Perlman formaron una de las parejas favoritas de la televisión estadounidense hasta que ella dejó la serie tras quedarse embarazada de su primer marido, el actor de Re-Animator Bruce Abbott.
Durante esa pausa recibió una llamada inesperada: siete años después de la primera película, James Cameron había decidido rodar una segunda parte de Terminator y quería contar con ella. Puso dos condiciones para aceptar: la primera era obvia, recuperarse de su embarazo; la segunda, que Sarah Connor no fuese una damisela en apuros, sino una luchadora implacable. “Lo escribí basándome en sus instrucciones”, admitió James Cameron. Sarah Connor pasó de huir del peligro a enfrentarse a él. Bruce Abbott, por aquel entonces, le había pedido el divorcio y ella vio en el papel una oportunidad para volcar el dolor que estaba atravesando. “Necesitaba levantarme y ser fuerte, no tenía otra cosa que hacer más que ser madre y prepararme para esa película”, declaró. “Poder ser esa mujer poderosa y fuerte era algo necesario para mi supervivencia”. Aunque tras el estreno las críticas se centraron en la maestría de unos efectos especiales inéditos para la época (fue entonces la producción más cara de la historia del cine), su interpretación de una madre atormentada por un futuro apocalíptico se convirtió, para muchos, en el corazón de la película.
“Linda Hamilton ha recibido muy poco reconocimiento a lo largo de los años por la gran parte de la película que se basa en ella”, escribió el crítico Justin Clark años después. Terminator 2: El juicio final (1991) fue la película más taquillera del año y volvió a encandilar a la crítica. Cameron le sugirió que se reinventara como “una Bruce Willis femenina”, pero a ella, sin embargo, le apetecía hacer comedia. No tardó en darse cuenta de que su perfil asustaba a los productores: “Pensaban que me los iba a comer vivos, no sabían qué hacer conmigo”. Tampoco se lo puso fácil a sí misma. “Mi respuesta al éxito repentino fue quedarme embarazada de Jim [Cameron] y desaparecer por completo. ¡Qué oportuna!”.
Llega el iceberg
Actriz y director se habían enamorado durante el rodaje de la secuela, un amor solapado con el fin del matrimonio entre Cameron y la también directora Kathryn Bigelow. Fue una relación tumultuosa trufada de peleas hasta que colapsó del todo al darse de bruces con un iceberg gigante: Titanic (1997). Repitiendo el patrón previo, el cineasta se enamoró de la actriz Suzy Amis, que interpretaba en la película a la nieta de Gloria Stuart. Un papel breve pero definitivo en la vida privada de Cameron. A Hamilton no le cogió por sorpresa: “El trabajo y las mujeres van de la mano en el caso de Jim, lo sé mejor que nadie”. Tampoco culpó a aquel romance de la ruptura. “Titanic fue lo más doloroso del mundo, pero no porque él me engañase. Se fue con Suzy porque nos estábamos tomando un descanso y era libre de irse con quien quisiera”. Tras el idilio, de hecho, Cameron y Hamilton volvieron y se casaron, pero dos años después Cameron regresó con Amis y le pidió el divorcio a su esposa. Aquel ir y venir emocional del rey de la taquilla de Hollywood hizo las delicias de la prensa amarilla. La separación copó titulares y se saldó con una cifra récord: Linda Hamilton percibió 50 millones de dólares.
“Quedé completamente destrozada durante años, pero estoy muy contenta de haberme liberado de eso. Jamás volvería a poner tanta energía en algo que no funciona”, dijo, volviendo la vista atrás, en 2019. Además, reconoció que llevaba lustros sin mantener ninguna relación. “He sido célibe durante al menos 15 años. Una pierde la cuenta porque simplemente no importa”. Su explicación para el fracaso de la relación era que Cameron “se enamoró de Sarah Connor”, en lugar de ella. Un lamento con ecos del que lanzó Rita Hayworth 50 años antes: “Los hombres se van a la cama con Gilda y se levantan conmigo”.
El otro motivo explicaba también sus dificultades a la hora de reconducir una carrera cada vez más irregular: sus problemas de salud mental. “Tuve depresión desde niña, pero nadie lo notó y ni yo sabía en esos días lo que era. Solo me sentía diferente”, confesó al presentador Larry King en 2005. El fallecimiento de su padre cuando tenía 5 años fue un golpe difícil de encajar. Afirmaba que su infancia había sido feliz, pero, al mismo tiempo, sentía arrebatos de ira injustificada. Cuando llegó al instituto se automarginó y empezó a comer compulsivamente. Acudió a un psicólogo por primera vez a los 22 años y creyó que la actuación le ayudaría a curarse, pero el oficio lo empeoró todo. “Empecé a descomponerme”, reveló también a Oprah. “Me refugié en el alcohol y las drogas, tomaba mucha cocaína, tomaba cualquier cosa que pudiese ayudarme a aumentar mi confianza”.
Esos problemas soterrados eran los que habían llevado también al fin de su primer matrimonio con Bruce Abbott. ”Me tenía miedo, me dejó acusándome de ser una matona”. Durante un año, apenas le dirigió la palabra a su todavía marido, se encerraba en su cuarto a leer libros de ciencia ficción. La llamada para la secuela de Terminator llegó justo cuando sentía que había perdido el control de su vida. Y aquel ejercicio le ayudó a lidiar con sus adicciones. “Fue el mejor momento para levantarme cada mañana, salir, hacer ejercicio y empezar a sentirme más fuerte hasta convertirme en una máquina de luchar. Por supuesto, fui demasiado lejos con el ejercicio”.
Tras el nacimiento de su segundo hijo empezó a tener alucinaciones. Sufrió una depresión posparto “muy parecida a una psicosis”: “No podía salir de casa sin pensar que los iban a cortar [a los niños] en pedazos. Tenía visiones”. Más de una decena de niñeras pasaron por su casa, pero Hamilton sentía que solo ella podía protegerlos. Quería abandonarse pero, a la vez, no quería dejar solos a sus hijos. “Tenía dos niños pequeños y no sabía cómo levantarme por la noche para poder acostarlos”. Aquel fue el detonante para aceptar que necesitaba algo más que hacer deporte. Después de años rehusando, aceptó recurrir a la medicación. “Me ha llevado mucho tiempo recuperar mi vida, dejar salir a la persona que siempre tuve dentro”, admitió.
Poco aficionada al bullicio de Hollywood y a la fama, cambió Los Ángeles por un rancho de Virginia al que se mudó para cuidar a su madre y su padrastro. Cuando fallecieron, se trasladó a Nueva Orleans. Desde su participación en Un pueblo llamado Dante’s Peak (1997), pasó 20 años alejada de las grandes producciones y limitó sus apariciones a proyectos pequeños o series como Chuck (2007) y Weeds (2005). Entonces volvió a recibir otra llamada inesperada de James Cameron. Le ofrecía volver a ser, nuevamente, Sarah Connor. Tuvo dudas. “No es que tuviera miedo de decepcionar a los fans, tenía miedo de decepcionar a Sarah”. Volvió a entrenar pasados los sesenta. “Me esforcé diez veces más que en la segunda”, aseguró. Intentó que su cuerpo resultase creíble, pero no se preocupó por un rostro que, al fin y al cabo, reflejaba todo el sufrimiento de Connor, parejo al de la propia Linda.
Terminator: Destino oscuro (2019) no fue ningún gran éxito. Producida por James Cameron y con dirección de Tim Miller, que tuvo grandes y públicas desavenencias con el creador de la saga durante el proceso (llegó a tildarlo de “trauma”), la secuela omitía narrativamente la existencia de las tres entregas posteriores a 1991 con el objetivo de apelar a las dos películas originales y recuperar su espíritu. Lejos de igualarlas, al menos sí sirvió para demostrar al público de todo el mundo que Linda Hamilton seguía viva y en forma. Y no solo físicamente.
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