Comer en tiempos revueltos
Fuente de placer para aliviar emociones negativas o viaje nostálgico que nos reconforta. Luces y sombras de la comida como ingrediente en estos días de pandemia.
Unos no pueden parar de comer y a otros se les cierra el estómago. Unos van al supermercado como van a la guerra. Otros llevan una hoja de Excel con la planificación estricta de los menús de la semana. Algunos llenan el carro de verduras y frutas; otros, de cocacola y patatas fritas. Comer ya no es lo que era. Ahora es uno de los últimos reductos de placer.
Mamen Bueno, psicóloga experta en conductas alimentarias, lo comprobó la última vez que fue a hacer la compra. “Me sorprendió que se hubiera acabado la cocacola, pero no el agua embotellada, y también que se hubiera agotado el tofu en todas sus variedades”. Los supermercados son la zona cero de este dilema. Cierto que se puede hacer la compra online, pero allí se luchan también batallas. Las colas son virtuales y nocturnas, y se compra entre las dos y las cinco de la madrugada. Bajo semejante estrés, hay que mantener la cabeza fría para intuir lo que pedirá el cuerpo (y la mente) al menos durante una semana.
Si en la primera compra-búnker —cuyo objetivo fue “neutralizar el miedo y garantizar los víveres para el confinamiento”, según Bueno— el papel higiénico fue el inesperado objeto de deseo, una semana después la cerveza era el nuevo unicornio: sus ventas aumentaron un 78%, según el análisis de la consultoría Gelt. Y de momento nadie le ha arrebatado el primer puesto, ni siquiera los productos de limpieza, cuyo consumo también ha subido, pero solo un 23%.
¿Comemos y bebemos más y peor en situaciones límite? Los expertos tienen muy estudiado que el estrés provoca “cambios sustanciales” en nuestros patrones de alimentación. El binge eating o stress eating —términos anglosajones que se refieren a trastornos alimentarios relacionados con el acto emocional de comer— persiguen el alivio de emociones negativas. No se trata de hambre fisiológica. Si a esto le añadimos el sobrealmacenamiento de alimentos durante el confinamiento, es fácil llegar al descontrol. “Es como un alcohólico encerrado en una bodega”, explica la médico nutricionista María José Martínez Obiols.
El hambre fisiológica es la señal que manda el cerebro de que tenemos que comer. Se acompaña de una sensación física, suele aparecer a las mismas horas y se alivia con cualquier comida que tengamos a mano; mientras que el hambre emocional es selectiva, caprichosa e impulsiva: quiero esto y lo quiero ya. “Crea una sensación de urgencia y se pierde el control de la ingesta, sentimos que no podemos parar de comer”, define la psicoterapeuta Gema García Marco, con 15 años de experiencia en trastornos alimentarios.
Un estudio del National Institute of Health de 2016 indica que comer puede reducir las emociones negativas en algunos individuos y puede ser una dulce manera de evadir de la realidad. “Comemos pan, amor y fantasía. La comida no es solo comida y tiene un envoltorio afectivo desde que somos bebés”, recuerda la psicoanalista Mariela Michelena. En tiempos difíciles no hay una sola manera de enfrentarse a la comida. Si alguien está acostumbrado a resolver sus problemas comiendo —estoy triste, como; estoy contento, como; he terminado un trabajo, pues como y me doy un homenaje—, seguramente va a ganar peso con el confinamiento. “Otros, sin embargo, necesitan reforzar su rutina, y esto incluye el ritual de la comida. Esos se impondrán más restricciones porque la manera que tienen de sobrellevar la incertidumbre y el miedo es una rutina férrea. Hay quien se dedica a cocinar en este tiempo de confinamiento y a colgar sus platos como trofeos en las redes sociales. Cada quien lo lleva como buenamente puede”, sostiene Michelena.
Rara vez los nervios nos lanzarán encima de un plato de espinacas o de acelgas al horno. Ya quedó demostrado en los primeros días del confinamiento que el lineal del brócoli salía indemne de las compras compulsivas. Y ese rechazo a lo verde también tiene una explicación. El estrés biológico se asocia con cambios en el cortisol, una hormona que tiene un importante papel en la regulación de la energía. Apetecen alimentos altos en grasa y azúcar porque nuestro cuerpo necesita más energía para funcionar bajo condiciones de estrés, y los carbohidratos simples son una manera muy rápida de conseguirla. “Cosas saladas, grasientas, crujientes, dulces y suaves refuerzan nuestros canales de recompensa. No es solo el sabor, sino también la textura. Y se consumen porque buscamos placer. En una vida normal saldrías a la calle y conseguirías esa subida de endorfinas con la interacción social o con el deporte”, precisa el nutricionista Juan Revenga.
Se busca el confort perdido en la nevera, aunque no siempre llega en forma de atracón trasnochado. La disciplina, el control de los menús o la planificación excesiva son otros modos de regular la ansiedad a través de la comida. “En este tiempo de contagios exponenciales hay quien desarrolla una conducta escrupulosa y obsesiva por los alimentos saludables, las vitaminas y los suplementos nutricionales que fortalezcan el sistema inmunológico. Se llama ortorexia y es un trastorno caracterizado por el consumo exclusivo de productos percibidos como saludables, seguros, naturales o limpios”, apunta la psicoterapeuta Isabel Larraburu.
Cuando las noticias del coronavirus llegaron a California, el profesor Jim Bettinger, de la Facultad de Comunicación de Stanford, anunció en sus redes sociales: “Definitivamente son tiempos de peligro, así que esta noche vuelvo a mi lugar seguro: voy a asar un pollo muy grande para la cena según la receta de mi madre, que quede para la comida de mañana, y los restos, para la cena de los dos días siguientes”. Hay platos que calman como un lexatin. Y cada uno tiene su arsenal. Los nutricionistas lo llaman confort food o cocina de refugio. La doctora Martínez Albiol explica que es la relación que existe entre la comida, la memoria gustativa y las emociones. Se asocia a los platos caseros, sabores tradicionales que reconfortan, traen sentimientos de nostalgia y, sobre todo, tranquilidad. Uno de los ejemplos más famosos es la magdalena mojada en té que aparece en Por el camino de Swann, de Marcel Proust.
“Necesito practicar la distancia social de la nevera”. Es un clamor que circula por las redes sociales sobre uno de los grandes temores del confinamiento: el día que podamos salir de casa lo haremos rodando. Los nutricionistas y psicoterapeutas mantienen abiertas sus consultas online y telefónicas, y todos los que aparecen en este reportaje coinciden en que algunos memes les hacen la gracia justa. “Alientan la gordofobia y aumentan la ansiedad en personas que sufren anorexia y que ya no quieren comer porque asumen que su gasto calórico es menor”, cuenta García Marco. “El confinamiento está desestabilizando de forma alarmante a los adictos al deporte. También es un subtipo de trastorno alimentario, ya que en sus creencias subyace la idea de que parar de moverse puede conducir a engordar de forma súbita e imparable”, comenta Larraburu.
Contra todo pronóstico, el confinamiento les ha sentado bien a otros. Los hay que están comiendo mejor que nunca. “No están expuestos a los estresores habituales y a la vida social”, apunta Mamen Bueno. “Tengo pacientes que sin hacer nada diferente se encuentran mejor y hasta pierden peso, y es porque han dejado de comer fuera de casa”, confirma el nutricionista Aitor Sánchez García, autor del blog Mi dieta cojea y del libro homónimo.
La recomendación para el confinamiento de la Academia Española de Nutrición y Dietética manda que se mantenga la dieta habitual. Pero en tiempos difíciles se admiten licencias. Esa es, al menos, la teoría de la nutricionista de moda en Estados Unidos, Christy Harrison, que ha advertido que no pasa nada si por una vez su dieta no está perfectamente equilibrada o si comen “raro” en estos tiempos.
“A veces hay que comer sin tener hambre. Es la manera más intuitiva de hacerlo y una póliza de seguro para no convertirse en una persona insoportable. Comer es también un acto de amor”. ¿Acaso alguien ha dicho que la ciencia no puede ser cursi en situaciones límite?
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