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¿Editaría los genes de su próximo hijo para que fuera mejor que el anterior?

La genética podría permitirnos crear individuos más listos, bellos y longevos. ¿Estamos preparados para este debate ético?

El procedimiento de una prueba genética es muy sencillo: se toma una muestra de saliva y se envía al laboratorio donde se extrae ADN de las células. Hay tests de este tipo para saber la compatibilidad genética con su pareja y evitar en lo posible la afección de dolencias a su futuro bebé; para chequear a los donantes de óvulos y semen; para conocer genéticamente a un embrión antes de su implantación en el útero y para, en fin, anticiparse a un destino genético que cada vez más iremos manipulando para disfrutar de una mayor calidad de vida. Ciertamente, suena a manipular el sino genético con el que vinimos al mundo, pero ningún comité ético cuestiona el tratamiento de enfermedades específicas. “La mayoría de bioéticos distingue sabiamente entre la terapia génica aplicada a células somáticas (no sexuales) y a las reproductivas o germinales”, explica Blanca Laffon, profesora titular de Psicobiología en la Universidad de A Coruña y coautora del libro Terapia génica (CSIC y Catarata). La terapia de células somáticas sigue los mismos principios que las terapias con fármacos habituales, pero los referentes a las células reproductoras son más difíciles de clarificar.

Hoy ya es posible librar a la descendencia de según qué enfermedades genéticas mediante la fecundación in vitro y la selección de embriones, y eso no implica demasiadas dilucidaciones éticas. Pero ¿y si lo que se persiguiera es la mejora de la condición genética del individuo, incrementando su esperanza de vida, o su belleza, inteligencia o aptitudes deportivas? Ahí las dudas son tantas, y de tan largo alcance, que mucho lloverá antes de que nos sintamos preparados, como especie, para tomar uno u otro camino en el futuro de esa terapia génica germinal. Como casi todo en la vida, si se acaba haciendo un uso pernicioso de una tecnología tan sumamente prometedora, la culpa, desde luego, no será de la ciencia, sino de aquellos que, como en todos los campos, ven en los descubrimientos provechos que nada tienen que ver con el bien común. Será imprescindible blindar a nivel internacional a los comités de bioética del mundo para que, a modo de test genético, se anticipen a todos esos riesgos que, seguro, muchos intentarán explotar para su conveniencia.

Pero las aplicaciones de conocer cuál es su material genético no se limita únicamente al posible diseño a medida de su descendencia. La ciencia camina hacia una futura medicina personalizada. Si quiere saber más, en el nuevo número de BUENAVIDA conocerá de qué puede servirle, a día de hoy, desentrañar los secretos de nuestro ADN.

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