_
_
_
_
EL PULSO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Si quieres que te busquen, escóndete

La nueva biografía de Salinger, escrita por David Shields y Shane Salerno y recién editada por Seix Barral, desvela muchos de sus secretos

J.D. Salinger, retratado en 1952.
J.D. Salinger, retratado en 1952.Antony Di Gesu

En unas sociedades como las nuestras, gobernadas por el deseo de notoriedad, podemos admitir que todo el mundo merezca sus diez minutos de fama, pero no que alguien renuncie a ella. Por eso, los fotógrafos mejor pagados son los paparazis, cuyo oficio consiste en lograr imágenes de gente que no quiere ser retratada. La curiosidad es tan buen negocio que aquellas celebridades que intentan retirarse y desaparecer, seguros de que el éxito alimenta, pero la fama devora, se convierten en caviar informativo: después de tres décadas alejada del espectáculo, los periodistas aún vigilan la casa de Marisol; y Greta Garbo fue acosada 50 años, desde que dejó el cine hasta su muerte en 1990, e incluso más allá: tras su fallecimiento se subastaron algunas de sus pertenencias –entre ellas, su pasaporte– y la venta se saldó con un millón de dólares. Si no quieres que te busquen, no te escondas.

En la literatura hay ermitaños muy conocidos por todo lo que no se sabe de ellos, como Thomas Pynchon o el misterioso B. Traven, autor de El tesoro de Sierra Madre, al que no llegaron a conocer ni John Huston ni Humphrey Bogart cuando rodaron la película basada en su libro; pero ninguno tan notorio como J. D. Salinger, el autor de El guardián entre el centeno, un hombre que odiaba la popularidad, le echaba los perros a cualquier admirador que se acercase a su casa en un bosque de New Hampshire y llevó a los tribunales a los estudiosos que quisieron sacar a la luz manuscritos o cartas suyas. Nunca pudo impedir, eso sí, las lecturas enfermizas de su novela, entre ellas la de Mark David Chapman, el asesino de John Lennon, que aseguraba que era el personaje principal de Salinger quien le había ordenado matarlo. La nueva biografía del narrador, escrita por David Shields y Shane Salerno y recién editada por Seix Barral, desvela muchos de sus secretos.

En Salinger se sumaron su naturaleza huraña y los traumas de la II Guerra Mundial. Participó en el desembarco de Normandía, en la sangrienta batalla de las Ardenas y, sobre todo, en la liberación de los campos de exterminio de Dachau y Buchenwald, los mismos que mandó fotografiar Eisenhower para “adelantarse a un tiempo en que la gente no podrá creer que esto ha ocurrido.” Salinger sufrió tal impacto, que su hija Margaret dice que en sus cartas de esa época su caligrafía “se volvió irreconocible”. También debió de influir que su novia, Oona O’Neill, hija del premio Nobel de Literatura Eugene O’Neill, lo plantara mientras estaba en las trincheras, para casarse con Charles Chaplin, “porque uno la hacía reír y el otro no se reía jamás”.

Al volver del frente publicó algunos relatos que lo pusieron en boca de todo el mundo: “De un extremo a otro de Nueva York, la gente se pasaba media cena hablando de su obra”, dijo Gay Talese. “Escribe condenadamente bien”, dijo Hemingway. Pero Salinger decidió quitarse de en medio y su existencia se transformó en una huida continua. Los reporteros, sin embargo, seguirían su pista hasta el final: su retrato más famoso, por desgracia, es uno en el que el ya anciano Salinger trata de golpear, de forma patética, a un fotógrafo. Los libros que su hija y una de sus amantes escribieron sobre él, donde aparece como un misántropo egoísta y un punto sádico, tampoco ayudan. Esta biografía, en cualquier caso, aclara lo que estaba oscuro y es un aviso a navegantes: no les niegues tu rostro, porque entonces vendrán a por tu alma. Así somos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_