El sol se clava en Panamá y provoca un ‘déja vu’ de espanto
La ampliación del Canal parece reducirse a un cálculo financiero. Las negociaciones para que las obras se culminen tienen algo de 'déjà vu' para un país con traumas imborrables
El sol se clava en Panamá y un restaurante muy conocido se agita como una olla a presión. Empleados de las empresas cercanas se apresuran a almorzar. Un murmullo denso corre por los pasillos. Es el trópico y aquí la gente común derrama lo que siente. No hay otro tema de conversación: se interrumpirán las obras de ampliación del canal interoceánico. Como si pudieran gritarlo, los periódicos desorbitan sus ojos de grandes titulares: ULTIMÁTUM POR LAS OBRAS DEL CANAL DE PANAMÁ.
“España quiere llevarse un botín, eso es”, dice una cuarentona trigueña vestida de oficinista. “Y a costilla de los panameños, ¿hasta cuándo?”, dice otra. “Es dinero nuestro, eso no sale del bolsillo de Martinelli o de Quijano, qué va, la deuda la van a pagar los nietos de nuestros nietos, vas a ver”, dice alguien más.
A tres meses de las elecciones presidenciales, se suponen las causas de la crisis. El Frente Amplio por la Democracia (FAD), compuesto por sindicalistas y activistas de izquierda, cuestiona la negociación del contrato y sugiere que hubo un arreglo entre las partes. El Grupo Unidos por el Canal (GUPC), consorcio encabezado por la española Sacyr y en el que participa la panameña Constructora Urbana (CUSA), habría accedido a bajar su propuesta irrisoriamente. Los detalles de este acuerdo pueden imaginarse. Parece un déjà vu. El escándalo del Canal Francés, interrumpido por la quiebra de su compañía, se pasea como un fantasma en pleno siglo XXI.
Otras personas no dan vueltas. El GUPC debe cumplir con los términos del contrato y dejar de inventar excusas para lucrar más. Ven a Jorge Quijano, actual administrador de la ACP (Autoridad del Canal de Panamá), como a un patriota. Otra voz femenina se alza en el restaurante: “¡Que aguante Quijano, que no se deje doblegar, estamos con él!”.
El nacionalismo panameño es contradictorio. Somos los primeros en devaluarnos, pero si el reproche viene de los poderosos (si son extranjeros, peor), nos cuadramos como boxeadores. No hay análisis que valga. Así ocurrió durante la ocupación centenaria estadounidense y ahora somos veteranos de Vietnam cruzados por traumas imborrables.
Un ferviente nacionalista me envió un e-mail que sirve de ejemplo. El título iba con mayúsculas: LA ACP Y LOS PIRATAS ESPAÑOLES. En él, con un poder de síntesis sorprendente, rememoraba la conquista europea, la apropiación del oro americano, y los comparaba con la situación actual. Muchos españoles piensan lo mismo. Un amigo de origen madrileño se pone del lado de Panamá cada vez que puede. Considera que ha sido abrumador el modo en que empresas españolas se han volcado sobre el país.
Como las personas, los países necesitan a veces estar solos. Pero Panamá nunca ha podido encerrarse en sí mismo. Su posición geográfica llama a un flujo agotador de personas y mercancías. La gente simple, esa que no sabe ocultar lo que siente, ha visto pasar Ferias de Portobelo, Canal Francés, ocupación estadounidense, zonas francas, hubs aeronáuticos; es poco lo que puede hacer, salvo cuadrarse como los pugilistas y amenazar con sus puños.
En estos momentos, la ampliación del Canal parece reducirse a un cálculo financiero. Las calculadoras buscan igualar la balanza. La crisis debe resolverse y los trabajos de ampliación culminarse.
El bullicio del restaurante se calma poco a poco. El sol se inclina y deja de ser incisivo. Los murmullos se apagan y cada persona se concentra en sus necesidades cotidianas y urgentes. Los platos se vacían. El restaurante acaba quedándose solo.
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