El poeta y la vida
La poesía es el más difícil de los retos, por ser el más impúdico, el que más precisa del desnudo interior y la síntesis de los sentimientos. Juan Gelman de eso sabe, y de mucho más. El que suscribe tuvo el placer de coincidir y compartir unos días con el poeta Juan Gelman, en unas jornadas literarias desarrolladas en Centroeuropa. Poeta argentino, autoexiliado en México, era y es un hombre de diálogo pausado, en cuya mirada se encierra la memoria del que no está dispuesto a olvidar. Gelman, al hablar, no levanta las manos ni alza la voz, pues no es persona dada a la alharaca, el extremismo de unas palabras que el viento vuela y la típica conversación que nada añade a lo cotidiano. En él todo parece medido y acompañado de esa profundidad característica del dolor, que nace de la raza del poeta y de la raza del que ha convertido el compromiso en la base de su oficio. Acreedor y merecedor de premios, reconocido como un poeta de largo aliento, Gelman arma su disciplina en el aire de la historia reciente, el crimen del hombre contra el hombre, la tortura del que perece por discrepar. Será que los muertos que son suyos, y los otros, a los que defiende, urgen de los vivos para recordar lo que fue maligno y así conseguir que no se repita.Era un atardecer de frío transalpino. El que suscribe, en torno a una mesa, al descubierto, departía con Gelman sobre la necesidad del compromiso, sobre cómo de los muchos denominados escritores, por mantener un puesto de trabajo en una publicación, o callaban lo que pensaban o escribían en contra de sus pensamientos, o cómo muchos de ellos no entendían lo del compromiso y se agarraban a la vieja estupidez del arte por el arte, quiere decirse que el arte está por encima del bien y del mal, cosa que es al menos una estupidez. Gelman, hombre de fina ironía, cariñoso no por viejo, sino por bueno, dijo que ese discurso, el del que suscribe, le parecía bien, pero le sonaba a antiguo, y que era necesario renovarlo. De los presentes en los encuentros literarios, Gelman era el más vivido, si la existencia y el crecimiento tienen que ver con el dolor; el más reposado, si la tranquilidad se relaciona con la asunción de una búsqueda vital que no llegará a ningún puerto y que, como en Itaca de Kavafís, es precisamente lo que hace magistral a esa búsqueda. Juan Gelman es un maestro de la poesía, y es un maestro de la vida, ya que ha unido las dos en una trayectoria de honestidad, de lucha por lo valido, que es la importancia del otro. En el terreno de la poesía puede que Juan Gelman se aferre a Ítaca, pues sus poemas son largos, medidos y espesos silencios que atraviesan como un no de aguas subterráneas la piel del lector. Son poemas que cuentan historias de gente que va y viene sin un rumbo fijo, o que se quedan varados en la utopía del amor o el alma, que es lo mismo. El que suscribe le escuchó leer en el recinto de una primavera gélida, y lo oyó.
La voz del escritor, cuando es hombre, se llena de lo que ha padecido y, aunque el poema sea esperanzador, irradia desconsuelo, aunque no un dexonsuelo cobarde y minador de la acción. Lo contrario, un desconsuelo que empuja a la lucha y que comprende que lo mejor para empezar y mejorar es haber caído en los pozos de la deseperanza. Gelman ha vivido lo suyo y no por eso ha abandonado el combate de la poesía, que sí es un arma cargada de futuro, parafraseando a otro poeta. Paternak decía que la poesís existe porque el pueblo necesita a los poetas. Gelman ha varado en España como una memoria viviente, un emisario de ese peublo que en ocasiones se sostiene sobre los poetas. Si la poesía de Juan Gelman busca y en la búsqueda encuentra la grandeza, el hombre, el ser humano, busca con un fin.
Al hijo de Gelman lo mataron los militares argentinos tras el golpe, los que hoy, con una impudicia de asesinos, dicen salvaguardar la democracia, seguramente para que la democracia no se vengue de la atrocidad devarándoles. Pero el nieto del poeta fue arrebatado al padre y la madre muerta, y el poeta lo busca. Por eso ha conversado con el juez Garzón en el sumario abierto contra los militares. Gelman, en la poesía, mantiene la duda, en la vida persigue la verdad. Cuando lo encuentre, ésa es la ilusión, tal vez deje de escribir tan magníficos versos, nacidos y poblados de ausencia. El poeta se esfumará y aparecerá el hombre feliz, algo que Juan Gelman y el pueblo que se expresa por su boca merecen.
Babelia
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