Las armas de las FARC se funden en un “contramonumento” de Doris Salcedo
La artista colombiana instala en el corazón de Bogotá su obra ‘Fragmentos’, construida con 37 toneladas del armamento que entregaron los exguerrilleros
Las víctimas han sido una presencia recurrente en la obra de Doris Salcedo (Bogotá, 1958) y de nuevo se manifiestan en Fragmentos, el esperado “contramonumento”, producto del acuerdo de paz, que la consagrada artista colombiana presentó esta semana. Los colombianos no pudieron ver una foto del histórico momento en que las FARC entregaron sus armas en cumplimiento de un difícil pacto, arduamente buscado, pero ahora podrán sentir bajo sus pies el resultado artístico de la fundición de aquel arsenal: 1.300 placas metálicas con cicatrices hechas a martillazos por mujeres que sufrieron la violencia sexual. El efecto de caminar sobre lo que fueron los fusiles de la guerrilla más antigua de América, protagonista de una guerra de medio siglo que involucró a rebeldes, paramilitares y fuerzas estatales con un saldo de más de ocho millones de víctimas, es sobrecogedor.
“En este lugar de memoria, en el piso que ustedes están viendo, yacen inoperantes e inhabilitadas 37 toneladas de armamento. Este es un testimonio de que los colombianos no somos bárbaros, no tenemos que seguir siempre en esa historia negativa de asesinatos y venganzas. Este es el testimonio de que podemos superar nuestras desavenencias pacíficamente”, explicó Salcedo este lunes al presentar su obra. “Estamos en este lugar para reconciliarnos, para lograr establecer puntos de contacto, donde los enemigos políticos se encuentren, donde las ideologías opuestas puedan dialogar y desde donde podamos marcar el final de la guerra a través del arte como una forma de reafirmación de la vida”.
Fragmentos, construido con las más de 8.000 armas que entregaron las otrora Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, es el primero de los tres monumentos contemplados en los acuerdos que firmaron a finales de 2016 con el Gobierno de Juan Manuel Santos. Los otros dos se instalarán en la sede de la ONU en Nueva York y en Cuba, el país que albergó los diálogos. Las placas cubren 800 de los 1.200 metros cuadrados de un lote que se revela detrás de un portón en el corazón de Bogotá, en las faldas del cerro de Monserrate, a escasas dos cuadras de la Casa de Nariño –la sede de Gobierno–. El espacio de memoria operará durante más de 50 años, el tiempo que duró la guerra, y cada año dos artistas colombianos o extranjeros serán invitados a presentar su obra sobre este piso magullado.
Salcedo ha pasado los últimos meses escuchando los relatos de esa veintena de mujeres –víctimas de abuso sexual por parte de distintos actores armados– a las que invitó a fundir las armas y a ver como se transformaban en los hornos de la Industria Militar Colombiana (Indumil) en la materia prima de las laminas que después intervendrían a golpe de martillo. Una creación colectiva y catártica.
Adiós a las armas
El manejo de las armas fue un foco de tensión a lo largo de los cuatro años de negociación en La Habana. Para las FARC se convirtió en un punto de honor, hasta el punto de que se negaron a permitir una foto que pudiera ser interpretada como una postal de sometimiento, e incluso en la jerga formal del acuerdo se habló de “dejación” en lugar de “entrega”. Una vez depuestas, se cumplió una estricta cadena de custodia, de Naciones Unidas a la Policía Nacional, a Indumil -en Sogamoso, a 170 kilómetros de Bogotá- y al lote de Fragmentos.
La artista ha explicado que decidió no otorgarles belleza a las armas, por eso la superficie está martillada, rota, desfigurada. Desde el primer momento tenía claro que no deseaba glorificar la violencia, se oponía a la idea de “monumentalizarlas”. Los monumentos, explica, son jerárquicos, verticales, totalitarios. Buscaba lo opuesto, todos parados sobre el piso, en un lugar equitativo que invierte la relación de poder que daban los fusiles. Por eso define Fragmentos como un “contramonumento”.
Como parte integral de la obra, un documental muestra algunas de las imágenes que muchos colombianos anhelaron por tanto tiempo. Desde el movimiento de las columnas guerrilleras a través de los parajes más remotos de la geografía colombiana hasta las zonas de agrupamiento donde entregaron sus fusiles, al traslado en camiones de aquellos contenedores blancos con letras de la ONU que llevaron el arsenal inutilizado hasta los lugares donde fue fundido. Las hileras de armas que se antojan infinitas después arden en una imagen purificadora. La degradación del conflicto armado llevó a que los cuerpos de las mujeres se trataran muchas veces como un botín de guerra, “y las mujeres no somos trofeos”, dice una de las víctimas en el documental. “Si se pueden fundir las armas, también se puede fundir el odio de este país”, declara otra.
Salcedo, quien cosechó un gran éxito con su grieta de la instalación Shibboleth, en la Tate Modern londinense, ha expuesto en el MoMA de Nueva York, el Pompidou de París y en el Museo Reina Sofía con Palimpsesto, su homenaje a los migrantes muertos en el mar. Comprometida con el proceso de paz de su país, nueve días después de que los colombianos rechazaron en un plebiscito el acuerdo original –el día que califica como el “más triste” de su vida- surgió Sumando ausencias. Era una enorme mortaja blanca con 11 kilómetros de puntadas cosidas por 10.000 personas que recogía la voz de las víctimas en la plaza central de Bogotá, en medio del clamor por rescatar el pacto. “Sumando Ausencias fue una obra colectiva, que traía a la Plaza de Bolívar la presencia de los ausentes, por eso la experiencia de la víctima estuvo en el centro de esa obra y está también en el centro de esta”, explica apuntando a un hilo de continuidad con Fragmentos. Arte y memoria para ayudar a sanar heridas desgarradoras.
Babelia
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