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Por qué los ‘alimentos refugio’ nos dan seguridad a cambio de unos kilos de más (y están en pleno auge)

La nostalgia engorda, y la comida basura que comimos de críos nos seguirá haciendo felices hasta cumplidos los 90 años

En momentos de estrés y angustia recurrimos a alimentos que nos traen recuerdos felices.
En momentos de estrés y angustia recurrimos a alimentos que nos traen recuerdos felices.PM Images (Getty Images)
Ana G. Moreno

Ese sentimiento de añoranza, del que tan positivamente te hablamos en el número pasado de la edición de papel (“puede servir para detectar cosas que hay que cambiar”, decían los psicólogos), muestra cierto apego hacia nuestros michelines. Duro pero cierto: existe la nostalgia por la comida basura. “Ya desde la infancia se empieza a conocer el mundo mediante las papilas gustativas, facilitando así la memorización sensorial basada en reconocer alimentos. Y por este proceso se generan afinidades y rechazos. Hay evidencia de que estas experiencias sensoriales quedan fijadas para siempre. Y, por tanto, siguen siendo placenteras”, explica Ramón de Cangas, dietista-nutricionista y doctor en Biología Molecular y Funcional. ¿Y con qué gozabas tú de niño? ¿Acelgas, garbanzos, espinacas...?

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Obviamente, no, sino con un montón de golosinas, menús de comida rápida (ay, los cumpleaños en McDonald’s) y chocolatinas baratas que nos ofrecían en las fiestas de guardar (y algún que otro día entre semana). Son chispazos positivos que, inevitablemente, nos transportan al refugio de la infancia, según narra el experto. Y la razón está en el hipocampo, una especie de baúl de los recuerdos que tiene el cerebro para almacenar, de lo antiguo, lo importante. De repente, un sabor de la niñez entre los labios... y ya está la masa gris bombardeándonos con sensaciones, caras y olores de la época. Da igual cuántos libros de dietética se haya leído uno en el camino.

Comida confort para tiempos inciertos

“Dado que se come por placer, en momentos de estrés y angustia recurrimos con más frecuencia al consumo de alimentos que nos traen recuerdos felices, de protección, seguridad y familiaridad”, detalla De Cangas. El 44% de los españoles ha engordado en el confinamiento (la mayoría, entre 1 y 3 kilos), según una reciente investigación de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (Seedo). Hay que rascar poco para encontrarse con historias personales que lo atestiguan, como la de Carmen Bernal, de 38 años, que ha vuelto a desayunar con una famosa marca de cacao en polvo azucarado tras años de café y sacarina. “El día en que mi empresa me comunicó que nos hacían un ERTE, bajé a por un bote”, confiesa: “Y aún no lo he dejado”. Es el boom de los alimentos refugio.

Al apasionante mecanismo de la memoria, suma el papel de la publicidad (“muchos de estos productos transmiten la imagen de un mundo Disney, feliz e idealizado, que relacionamos con la dicha propia y de los hijos”, recuerda el dietista-nutricionista) y el irrefutable hecho de que la comida juega un papel cultural, “el de recordarnos al grupo al que pertenecemos”, apostilla la profesora del Sheridan College (Ontario, Canadá) Jessica Carey en un artículo al respecto en la revista The Walrus: “Nos gusta pensar que somos criaturas racionales que elegimos lo que comemos en función de su cantidad de sodio y esas cosas, pero la verdad es que ponemos más valor en la agradable sensación de sentirnos conectados con otros”. Y tu yo del pasado cuenta.

Los adultos cada vez comen más chucherías, quizá con la salvedad de los mayores de 60, cuando los sabores cambian
Ramón de Cangas, dietista-nutricionista.

Y, a pesar de todo, los adultos de hoy no tenemos tantos pecados en la mochila como tendrán los de mañana. Aunque te parezca que de crío te atiborrabas de alimentos poco recomendables, los estudios despejan que hace 40 o 50 años los niños en España no comían tan mal. “Estábamos bastante cerca del patrón mediterráneo. Sí, se tomaban muchos fritos y rebozados, pero siempre va a ser mejor eso que todos los ultraprocesados y bebidas azucaradas que se consumen hoy”. Si eres padre, aún estás a tiempo de que tu prole no asocie la buena vida a pizzas ultracongeladas y montones de refrescos, o se pondrá tibio a ellos en sus rupturas y pandemias venideras. Trucos para que coman vegetales hay a puñados, como mezclar las patatas con trocitos de calabacín (del mismo corte), hacer la salsa de tomate con brócoli pochado (sin tropezones) o rebozar las setas como si fueran escalopines.

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