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Lecturas internacionales
Tribuna
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Entre el vértigo y la calma ante el relevo presidencial

Muchos piensan que la democracia está en peligro inminente con la llegada de Trump. Pero no faltan voces que llaman a moderar cualquier alarma

El Capitolio de Washington, en una imagen del viernes.
El Capitolio de Washington, en una imagen del viernes.Amanda Perobelli (REUTERS)
Lluís Bassets

Todo irá a peor a partir del martes. Sufrirán el Estado de derecho, la división de poderes, la autonomía de agencias estatales como el FBI y las instituciones en general. Padecerán el orden internacional y sus organizaciones multilaterales surgidas de la II Guerra Mundial, desde Naciones Unidas hasta el FMI, la OTAN y la UE, y naturalmente las relaciones con los aliados europeos. Es dudoso y preocupante el futuro de Ucrania, de los territorios de Gaza y de Cisjordania y, sobre todo, de los palestinos que los habitan. Las dudas pueden extenderse incluso al futuro de Taiwán. Sudarán sangre quienes se preocupan por los sufrimientos ajenos, las víctimas de las guerras, los derechos humanos, y más todavía quienes promueven la justicia internacional en todas sus ramas, especialmente la penal.

Será un gran día, en cambio, para quienes tienen en escaso aprecio la democracia liberal y sus instituciones, como es el caso de quien tomará posesión como presidente, dispuesto a reducir la Administración pública, bajar los impuestos a los ricos, expulsar a los inmigrantes, olvidarse del cambio climático, reducir el gasto social, imponer altísimos aranceles, someter a una depuración ideológica a sus funcionarios, utilizar la policía y la justicia para perseguir a los enemigos y someter a presión a los díscolos medios de comunicación convencionales. También lo será para las extremas derechas en el poder o en ascenso, desde Milei y Meloni hasta Alice Weidel o Santiago Abascal. Sin olvidar a Netanyahu, dispuesto a demandar los frutos de su siembra: la guerra prolongada contra los palestinos que ha ayudado a Trump en su victoria y la tregua en Gaza, que contribuirá ahora a convertirlo en talismán de la paz.

Estos son los propósitos y expectativas, sobradamente conocidos. Con una salvedad intrínseca, tratándose de Trump: nada es estable ni seguro en sus afirmaciones. Y otra que sirve para todos: por malas que sean las intenciones, luego hay que juzgar por los hechos. Los hombres hacen la historia, pero no saben la historia que hacen. En el universo trumpista no existe la idea de verdad. Vale para el momento en que se formula a través de las redes sociales, y se juzga solo por su eficacia persuasiva o intimidatoria. Nada va a mejorar con los nombramientos que van conociéndose de quienes acompañaran al presidente, después de besar su anillo de capo di capi.

Muchos son los que piensan que la democracia está en peligro inminente como en los años treinta del siglo pasado. Y, sin embargo, no faltan las voces que llaman a moderar cualquier alarma. No hay que llamar al mal tiempo. Seguro que no habrá para tanto. Quedará en la mitad de la mitad. Es el debate del momento entre agoreros y sosegados, las dos percepciones de un futuro que ya es hoy. A notar que en el llamado Sur Global es menor la angustia y mejores las expectativas que suscita la diplomacia transaccional trumpista en el nuevo mundo multipolar. El vértigo es ante todo europeo, mientras que en el resto del mundo las encuestas constatan una mayor tranquilidad e incluso alivio y esperanzas de paz para Ucrania y Oriente Próximo.

Conociendo los propósitos del próximo presidente, la cuestión es calibrar hasta qué punto conseguirá cambiar el mundo a su gusto. Esta es la pregunta que ha formulado la más que centenaria revista Foreign Affairs a la prestigiosa historiadora canadiense Margaret MacMillan, capaz de situar la actual encrucijada en la perspectiva del siglo XX, su especialidad. Según su diagnóstico, la segunda presidencia de Trump será una auténtica prueba de tensión (stress test) para la democracia en Estados Unidos y el orden internacional liberal. Las instituciones no demuestran su solidez hasta que no pasan una prueba existencial como esta, tal como ha sucedido cuando han surgido líderes dispuestos a romper todo lo que hiciera falta, como fueron Napoleón, Hitler, Lenin y Stalin. En su calidad de creadores de “un nuevo régimen, con nuevas instituciones, nuevos valores y nuevos vencedores y perdedores”, son los caudillos políticos que cita la historiadora para su reflexión sobre Trump.

En los años treinta resistió la democracia en el Reino Unido y Estados Unidos, pero se quebró en Alemania y Japón y se hundieron las instituciones internacionales. Un siglo después, todo parece más sólido y hay mayores contrapesos, internos en Estados Unidos y exteriores, en el sistema de Naciones Unidas. Para MacMillan hay una duda acuciante sobre el comportamiento de Trump: “¿Respetará algún límite en casa y fuera o los despreciará, confiando en su propio poder”, como fue el caso de los grandes dictadores del siglo XX? De donde se deduce el papel crucial que la historia ha asignado a los aliados de Washington, destacadamente a los europeos, como potencial aunque improbable contrapeso, quizás la última trinchera ante la inquietante presidencia que ahora empieza.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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