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TRIBUNA
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La economía de guerra de Rusia

Occidente necesita urgentemente una estrategia bélica realista en lugar de financiar un conflicto interminable que Ucrania no tiene posibilidad de ganar

Putin, el jueves en una visita oficial en la ciudad rusa de Ufa, en una imagen del Kremlin.
Putin, el jueves en una visita oficial en la ciudad rusa de Ufa, en una imagen del Kremlin.GAVRIIL GRIGOROV
Wolfgang Münchau

El gran cambio en la guerra entre Rusia y Ucrania no es el último paquete de ayuda estadounidense, ni la audaz incursión ucrania en la región rusa de Kursk. El cambio más importante es el aumento masivo del gasto ruso en defensa el año que viene.

Vladímir Putin se las ha apañado para convertir a Rusia en una economía de guerra. Esta es la parte que casi todos los expertos occidentales en Rusia entendieron mal. Recuerdo haber leído un artículo del exasesor económico de Putin, Andrei Illarionov, en el que predecía que Putin ya se habría quedado sin dinero a estas alturas. En una entrevista alemana en 2022, afirmaba que las reservas de Putin durarían solo un año más y la consecuencia sería una crisis monetaria.

Los comentarios de Illarionov fueron un error de juicio monumental que se ha convertido en habitual en las crónicas occidentales sobre la guerra de Rusia. Desde entonces, ha ocurrido exactamente lo contrario. La economía rusa va viento en popa. Y si uno escucha los debates en Alemania o en Estados Unidos, puede tener la impresión de que es Occidente el que se está quedando sin dinero. Eso tampoco es cierto. Pero nos estamos quedando sin voluntad de gastarlo.

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Desde el comienzo de la guerra entre Rusia y Ucrania, Europa ha estado al borde de la recesión porque dependía del gas ruso y de las rutas de suministro industrial que pasaban por Rusia, que ha superado a todos los grandes países del G-7 gracias al efecto de la economía de guerra.

Si Occidente se tomara realmente en serio lo de ayudar a Ucrania a derrotar a Rusia, tendría que hacer exactamente lo mismo, es decir, pasar a una economía de guerra: transferir dinero de otras partidas del presupuesto a un mayor gasto en defensa y, concretamente, destinarlas a armamento para Ucrania. Ninguno de los grandes países occidentales está dispuesto a hacerlo. Alemania avanza rápidamente en la dirección opuesta al recortar todas las partidas del presupuesto de ayuda a Ucrania que aún no se han asignado durante los próximos tres años.

El año pasado, Rusia gastó 6,5 billones de rublos en defensa, algo más de 62.000 millones de euros al cambio actual. Este año ha pasado a 10,8 billones de rublos, y se prevé que el año que viene suba a 13,2 billones. Esto supone más del 6% de la producción de la economía. Muchos países occidentales pasan apuros para llegar al 2%.

Hay muchas ideas confusas sobre lo que les ocurre a las economías durante una guerra. Las economías no se quedan sin dinero, a menos que utilicen la moneda de otros, como el dólar estadounidense. Una economía de guerra es el mayor impulso fiscal imaginable al estilo keynesiano.

La economía de guerra rusa es ahora mucho más fuerte y genera enormes ingresos para el Estado. Se prevé que los ingresos no procedentes del petróleo y el gas aumentarán nada menos que un 73% el año próximo. Rusia no financia su defensa con deuda, sino con una economía en auge.

Insistir en que Occidente tiene que derrotar a Putin es palabrería barata. Lo volví a escuchar la pasada semana en boca de Norbert Röttgen, portavoz de Asuntos Exteriores de los democristianos alemanes. Aseguraba que “la diplomacia solo tendrá una oportunidad si Putin reconoce que no puede conseguir nada mediante la guerra”. La propia CDU de Röttgen se opone a modificar las duras normas fiscales alemanas para permitir un aumento del gasto militar. Si nos lo tomáramos en serio, nosotros también duplicaríamos nuestro gasto en defensa, que es lo que hizo Rusia desde el comienzo de la guerra. Primero tendríamos que ponernos de acuerdo sobre cómo financiarlo. ¿Subiendo los impuestos? ¿Recortando las pensiones y las prestaciones sociales? ¿O con una inversión todavía menor en nuestras infraestructuras públicas en ruinas? ¿Quizá con más deuda?

Alemania, y no Rusia, tiene problemas con sus presupuestos de defensa. Y si alguien está en peligro de reconocer que continuar la guerra es inútil, es menos probable que sea Putin que los cansados defensores occidentales de Ucrania.

Nuestros relatos sobre la guerra de Ucrania se basan principalmente en ilusiones: sobre Rusia quedándose sin dinero; sobre el impacto de las sanciones en la economía rusa; sobre nuestro apetito político para apoyar a Ucrania después de que finalizara el periodo inicial de euforia ucrania. La alianza occidental solo tiene claras sus líneas rojas: no quiere entrar directamente en guerra con Rusia. Estoy de acuerdo con esa postura. Pero no constituye una estrategia. Teniendo en cuenta las líneas rojas, no veo ningún escenario en el que Ucrania pueda liberar los territorios ocupados desde febrero de 2022. Sin embargo, sí veo un escenario en el que Putin pueda lograr su principal objetivo bélico, o sea, la anexión de cuatro provincias ucranias: Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón.

Esto no es una predicción, sino una advertencia de que Occidente necesita urgentemente adoptar una estrategia bélica más realista, en lugar de financiar una guerra interminable que Ucrania no tiene ninguna posibilidad de ganar.

El apoyo estadounidense a Ucrania sigue manteniéndose, pero a un nivel inferior. La prioridad de la política exterior estadounidense en estos momentos es Oriente Próximo. Si Donald Trump gana el mes que viene, todas las apuestas se cerrarán de todos modos.

Pase lo que pase, los europeos no van a llenar el vacío dejado por Estados Unidos. Michel Barnier, el nuevo primer ministro francés, acaba de anunciar un presupuesto de austeridad de 40.000 millones de euros para el próximo año. La austeridad también ha vuelto a Italia. Pero es en Alemania donde más veo menguar el apoyo a Ucrania.

Recientemente, Dietmar Woidke y Michael Kretschmer, presidentes de Brandeburgo y Sajonia, respectivamente, junto con Mario Voigt, líder de la CDU de Turingia, escribieron un artículo en el Frankfurter Allgemeine en defensa de la celebración de una conferencia de paz. La cúpula política de Berlín lo interpretó correctamente como un ataque a la estrategia del Gobierno de enviar armas a Ucrania.

Los tres están en el núcleo del establishment político centrista. Todos ellos dependen del apoyo de Sahra Wagenknecht, que se ha convertido en una figura influyente en la política de Alemania del Este tras las recientes elecciones estatales. Es la enemiga más abierta del apoyo de Alemania a Ucrania. El SPD de Olaf Scholz comparte su posición. Wagenknecht está empujando al partido en la dirección que muchos de sus miembros desean.

Scholz afirma ahora que quiere reanudar el diálogo con Putin. Hace dos años que no habla con él. El canciller alemán necesita desesperadamente que esta guerra termine antes de las elecciones del año que viene. No quiere colocarse en una posición en la que él también dependa de Wagenknecht para obtener apoyos.

Scholz también creyó en un momento dado que una guerra de desgaste favorecería a Ucrania. La opinión consensuada en Occidente era que ganaríamos una contienda intermitente con Putin. Ahora que Rusia se ha pasado a una economía de guerra, mientras que nosotros no, veo que el equilibrio de poder se inclina a favor de Rusia. Alemania tendrá que encontrar unos 30.000 millones de euros al año solo para cumplir el objetivo de gasto en defensa de la OTAN del 2% del PIB. Necesitaría mucho más si quisiera proporcionar a Ucrania su parte de los fondos necesarios para derrotar a Rusia. Alemania ya es uno de los países con impuestos más elevados del mundo. No hay mayorías políticas ni siquiera para subir aún más los impuestos. O para recortar el gasto. O para un mayor endeudamiento. La coalición actual no está dispuesta a hacer lo que sea necesario para apoyar a Ucrania.

Scholz habla ahora de soluciones diplomáticas a la guerra. Su diplomacia entra en la categoría de desesperada, pero no seria. Hablar de paz sale barato. Scholz pidió recientemente a Rusia que participara en lo que se ha anunciado como una conferencia de paz, una reunión internacional que se celebró en Suiza el pasado junio. Rusia ya dijo que no está interesada en una cita fuertemente sesgada hacia los partidarios de Ucrania.

La inútil diplomacia de Scholz es un recordatorio de que Occidente ha llegado a un callejón sin salida en su estrategia respecto a Ucrania. La idea original era aislar a Rusia. Pero ha acabado con Rusia fortaleciendo sus alianzas con China, Irán y Corea del Norte. Rusia y China, por ejemplo, están consolidando sus lazos comerciales y militares. Una zona destacada para la cooperación bilateral ruso-china es el Ártico. El Ártico es un punto débil de la seguridad occidental, mientras que Rusia ha reforzado sus capacidades militares en la península de Kola, región limítrofe con el norte de Finlandia. La empresa estatal rusa de energía nuclear Rosatom y la naviera china Hainan Yangpu NewNew Shipping han creado recientemente una empresa conjunta para cooperar en la construcción de infraestructuras y buques portacontenedores para operar en una ruta ártica durante todo el año.

Occidente ha subestimado a China y a Rusia en todo momento. Y ha sobrestimado su capacidad para atraer a terceros países a la alianza occidental. India, Brasil y Sudáfrica dijeron no. Los europeos, mientras tanto, están cada vez más divididos.

Austria es uno de los países que sigue obteniendo la mayor parte de su gas de Rusia. El gas ruso representa el 83% de sus importaciones de gas, y llega a través de los gasoductos ucranios, una de las pocas rutas rusas de suministro a Europa que aún funcionan. El acuerdo de tránsito entre Ucrania y Rusia expira a finales de este año. Ucrania ha declarado que no quiere renovarlo.

Decir que esto molestará a los austriacos sería quedarse corto. Cuando Alemania se encontró en la misma situación hace dos años, cuando estallaron los gasoductos rusos en el mar Báltico, tuvo que hacer un gran esfuerzo para redirigir el suministro de gas. Austria se encuentra en una posición más débil porque no tiene acceso directo al mar y no puede construir terminales portuarias para el gas natural licuado como hizo Alemania. Tendría que adquirir su gas en los mercados mundiales a través de terceros, a un coste más elevado.

Este asunto podría enredarse fácilmente con la formación del nuevo Gobierno austriaco tras la victoria del ultraderechista Partido de la Libertad de Austria (FPÖ, por sus siglas en alemán) en las últimas elecciones. El FPÖ también quiere poner fin a las entregas de armas a Ucrania. Eslovaquia y Hungría, vecinos de Austria por el Este, están gobernadas por políticos amigos de Putin. Incluso he notado un cambio de tono en el Gobierno polaco. Su disposición a suministrar armas a Ucrania también está llegando al límite.

Mi consejo a cualquiera que quiera ayudar a Ucrania es que empiece a pensar en el final del juego, no en repetir mantras y posturas maximalistas. Si se enmarca la guerra en términos de victoria y derrota, es más probable acabar con derrota que si se adopta una estrategia más matizada y flexible.

Creo que la mejor forma de avanzar sería pasar a una guerra defensiva para detener los avances de Rusia, pero no para contraatacar. Y aumentar la ayuda militar occidental para apoyar este objetivo bélico replanteado. Se necesitan menos tropas para defender un territorio que para ocuparlo. También es más fácil organizar mayorías políticas que apoyen una estrategia con posibilidades de éxito. Incluso este objetivo más modesto requeriría un aumento del gasto en defensa. No sería una opción barata, pero tampoco sería una rendición.

Si seguimos por el camino actual, hay muchas posibilidades de que sea Occidente el que pierda el desafío de a ver quién parpadea antes.


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