Frontex será nuestra tumba
No es difícil entender la clase de monstruo en que se ha convertido la agencia europea. Basta con saber a quién le compra la tecnología
Frontex viene de frontière extérieure y fue creada hace ahora 20 años con un presupuesto magro de 19 millones de euros. Su trabajo era solo ser enlace: registrar a las personas migrantes que llegaban a Europa desde África, Oriente Próximo y Asia y facilitar la coordinación operativa de las autoridades de los Estados miembros para la gestión comunitaria de las fronteras exteriores. Era la condición imprescindible para que funcionara la libre circulación de europeos dentro del espacio Schengen.
Antes de Frontex, cada Estado gestionaba sus fronteras de forma independiente. Los ataques terroristas en Nueva York, Madrid y Londres demostraron que esa no era una buena solución. La nueva Europa necesitaba tener coordinación y estándares unificados entre las agencias de los Estados miembros, además de establecer redes para un intercambio ágil de información. Un sospechoso en Italia debía ser sospechoso en Francia. Ese papel cambió con la crisis de los refugiados sirios. Para Frontex, aquella crisis fue el equivalente a los atentados del 11-S para la NSA.
Grecia no tenía capacidad para afrontar la llegada de más de un millón de personas de golpe. Frontex no tenía recursos suficientes para hacerse cargo de la situación. Europa pensó que Grecia y el resto de países especialmente “vulnerables” a la migración no podían hacerse responsables solos de la gestión de entradas ilegales y asilos, más aún tras el duro sangrado de las políticas de austeridad. Se decidió que lo razonable, democrático y comunitario era que entre todos pagaran a alguien que se ocupara de ese problema. Frontex pasó de ser enlace a convertirse en la Guardia Europea de Fronteras y Costas. Un portero con pistola y licencia para disparar.
Adquirió capacidades operativas directas. Recibió presupuesto para desplegar sus propios agentes y equipos técnicos en las fronteras exteriores y permiso para intervenir directamente. También asumió la responsabilidad de organizar y coordinar las operaciones de retorno de migrantes, cuando no cumplieran los requisitos de asilo, bajo su criterio además de gestionar la cooperación de Europa con países frontera para controlar los flujos migratorios antes de cruzar el borde. Por ejemplo, el acuerdo con Turquía de 2016.
No tardo mucho en torcerse. La Oficina Europea de Lucha contra el Fraude presentó un informe sobre Frontex con evidencias de irregularidades operativas, encubrimiento de violaciones y mala gestión. Diversos medios y organizaciones presentaron pruebas de devoluciones en caliente que violaban tanto la norma comunitaria como el derecho internacional. Su director, Fabrice Leggeri, presentó su dimisión hace dos años. Pero Frontex creció. No es difícil entender la clase de monstruo en el que se ha convertido. Basta con saber a quién le compra la tecnología.
Frontex usa los mismos sistemas de vigilancia, sensores, radar, y sistemas de control automatizado que han sido testados en la franja de Gaza y en Cisjordania. Los mismos drones de Elbit Systems diseñados para hostigar a los niños y mujeres palestinos cuando tratan de escapar de las bombas o encontrar algo de comer. Las mismas técnicas para el control masivo y la recopilación de datos con los que han “gestionado” las tierras ocupadas. Hemos comprado las soluciones de control de fronteras que han sido creadas, desarrolladas y experimentadas en el contexto de una ocupación ilegal.
Son herramientas diseñadas en contra de los derechos humanos para torturar a una población sometida a la constante vigilancia, violencia y restricciones. Frontex es nuestro muro de Gaza y será la muerte del sueño europeo. Porque nuestros valores no cambian en la frontera. Todo lo que hacemos fuera ocurrirá por triplicado en el interior.
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